Las cuatro Colombias
El pa¨ªs elige el domingo nuevo presidente dividido entre votantes convencidos y dubitativos
Este domingo, la ciudadan¨ªa colombiana acude a las urnas dividida en dos grandes bloques. No son los votantes de uno (Iv¨¢n Duque) y otro (Gustavo Petro) candidato, no. Sino los convencidos y los dubitativos. En el primer grupo est¨¢n aquellos que ya han decidido su voto, sea a izquierda o a derecha. En el segundo, millones de indecisos y esc¨¦pticos: reflejados queda en las encuestas, con algunas registrando un 15% de voto en blanco.
El di¨¢logo que entablan convencidos de izquierda, de derecha y dubitativos delinea los escenarios que se pueden abrir para Colombia a partir del pr¨®ximo lunes. Los convencidos de Petro ven el pa¨ªs en rosa o en negro. As¨ª, le dicen a los dubitativos que su l¨ªder traer¨¢ el cambio que tanto necesita el pa¨ªs. Que lo har¨¢ de manera ecu¨¢nime, inclusiva. A?aden despu¨¦s que c¨®mo se pueden comparar las supuestas fallas en la gesti¨®n del exalcalde de Bogot¨¢, incluso la megaloman¨ªa que le atribuyen muchos de sus cr¨ªticos, con la enorme tragedia que implicar¨ªa el retorno de Uribe al poder. Una persona con un pasado, dicen, relacionado con el paramilitarismo (algo que, como ha desvelado este peri¨®dico, est¨¢ siendo efectivamente investigado). Con ¡°diez mil falsos positivos a sus espaldas¡±. Y con intenci¨®n de terminar con la paz forjada con las FARC, una paz ardua que dio fin al conflicto civil m¨¢s longevo del mundo.
Eso dicen, s¨ª. Pero su eco no queda sin respuesta. Los convencidos de Duque comienzan entonces por su propio mundo rosado, resaltando las cualidades del susodicho: joven pero con experiencia, moderado, con una visi¨®n de pa¨ªs. En realidad, todo se circunscribe a un intento de darle personalidad propia a Duque, separarlo de su mentor pol¨ªtico al m¨¢ximo de manera que sea aceptable para aquellos que no le escogieron en primera vuelta. En el otro lado de su visi¨®n dicot¨®mica est¨¢ el negro: tachan a Petro de dictador en potencia, autoritario, irrespetuoso con las instituciones, aficionado a asegurar plataformas de voto gracias al reparto de subsidios. Y, en fin, resume todo ello en una palabra que ya le dice m¨¢s a los votantes colombianos que cualquier otra: Venezuela. Como cada extremo de los convencidos tiene su mundo ideal y su pesadilla, son cuatro Colombias en total las que nos ofrece este debate polarizado. Dos provocan miedo, y las otras dos buscan la esperanza. Los dubitativos se afanan en comparar la negra de unos con la rosa de otros, y viceversa: ?ser¨¢ que Petro es tan malo, o Duque tan bueno? ?Es plausible que amos nos lleven al infierno, o al para¨ªso? Preguntas que, sin asideros fuera de la polarizaci¨®n, volver¨ªan loco a cualquiera, porque se parecen a enfrentarse a la realidad con una perspectiva esquizofr¨¦nica. Por eso es imprescindible buscar referencias externas, puntos donde fijar la vista para no entrar en un c¨ªrculo vicioso de discusi¨®n como el que se da ¨²ltimamente en muchos grupos de amigos, en muchas familias, y tambi¨¦n en el interior de muchos indecisos.
Las visiones del miedo se basan en falsas equivalencias. Primero, ¡°Duque¡± no es necesariamente igual a ¡°Uribe¡±. Normalmente, se interpreta la elecci¨®n del joven candidato de Centro Democr¨¢tico como una muestra del inconmensurable poder del expresidente, de su capacidad para poner a quien ¨¦l quiera: a una marioneta, a alguien que pueda manejar. Pero, ?qu¨¦ pruebas tenemos de que Duque es tal persona? Mejor dicho, ?cu¨¢les son las palancas de que dispondr¨ªa Uribe una vez Duque fuese presidente para controlar sus movimientos, para obligarle a plegarse a su voluntad? En el Congreso las mayor¨ªas son lo suficientemente flexibles como para que si lo desea renuncie incluso a los curules del CD, en el caso de que quisiera hacer un giro completo al estilo Santos. No digo que lo vaya a hacer: lo importante es que puede hacerlo. Los votos de Duque, por lo dem¨¢s, no son completamente de Uribe: si lo fuesen, no habr¨ªa logrado diez puntos m¨¢s que el candidato Zuluaga (mucho m¨¢s claramente identificado con el expresidente) en la primera vuelta de 2014.
En segunda instancia, Petro no es Ch¨¢vez pero, sobre todo, la Colombia de 2018 no es la Venezuela de hace veinte a?os. Este pa¨ªs lleva m¨¢s de medio siglo de democracia profundamente imperfecta, pero tambi¨¦n ininterrumpida. Sobreviviendo a guerrillas, al paramilitarismo, y a algunas de las organizaciones criminales m¨¢s poderosas que ha conocido el siglo XX. Con instituciones m¨¢s o menos independientes de los designios pol¨ªticos, que ya se han enfrentado a otros l¨ªderes con carencias o ambiciones tan sombr¨ªas como las que auguran los enemigos de Petro bajo su mandato. Y con una ¨¦lite que, a pesar de disfrutar de privilegios innegables que en su conjunto aspira a defender, se mantiene lo suficientemente dividida dentro de s¨ª misma como para que el juego de alianzas resultante asegure un importante grado de pluralismo muy dif¨ªcil de destruir de un plumazo.
Pero si los miedos son cuestionables, los mundos ideales que nos pintan ambas candidaturas no lo son menos. M¨¢s a¨²n en un pa¨ªs desigual, con importantes carencias estructurales, graves casos de corrupci¨®n y donde la violencia no deja de ser un problema tan central como cotidiano. Nadie puede solucionar Colombia en cuatro, ni en ocho a?os. Tampoco estos candidatos.
Pararse delante de una urna equivale a enfrentarse con la incertidumbre del futuro. Resumimos miedos y esperanzas en una papeleta que se mete ah¨ª, por la ranura, lejos de nuestro alcance. A partir de ese momento sentimos que perdemos el control de lo que va a suceder con esa papeleta. Ninguna de estas cuatro Colombias, ni las dos m¨¢s negras ni tampoco las dos m¨¢s rosas, es completamente imposible. Todas son improbables, pero ninguna es absolutamente descartable dentro del universo en que habitamos, como s¨ª lo ser¨ªa disfrutar de un lulo dulce como panela o ba?arse en un r¨ªo de leche morada. Si lo fuesen, no generar¨ªan ni miedos, ni esperanzas. No funcionar¨ªan como artefacto de discusi¨®n, de polarizaci¨®n y, en ¨²ltimas, de movilizaci¨®n pol¨ªtica. Lo m¨¢s probable es que la Colombia que amanezca el lunes se encuentre en un punto intermedio entre los cuatro extremos. Pero eso hoy no lo sabemos a ciencia cierta. Menos todav¨ªa cuando los dos candidatos pertenecen a partidos relativamente biso?os, que no disponen de una historia de d¨¦cadas que nos permita prever c¨®mo ir¨¢n las cosas bajo su bast¨®n de mando.
Votar siempre es un acto de aceptaci¨®n de lo incierto, en este caso lo es de manera particularmente intensa: porque implica escoger entre dos cajas sorpresa que guardan en su interior no s¨®lo cuatro, sino m¨¢s, muchas m¨¢s Colombias.
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