El presidente que apost¨® por la paz y la cultura
Ver a Belisario Betancur era siempre un deleite y un aprendizaje
Belisario Betancur dej¨® de ser presidente de Colombia hace 32 a?os, cuando ten¨ªa 63. Acaba de morir a los 95, perfectamente l¨²cido, al menos hasta la ¨²ltima vez que lo vi, hace menos de un mes, cuando hizo un discurso c¨¢lido y erudito en la Embajada de Espa?a en Bogot¨¢. Habl¨® de gram¨¢tica castellana y disert¨® sobre varios fil¨®sofos griegos. Verlo era siempre un deleite y un aprendizaje. Segu¨ªa leyendo a los m¨¢s j¨®venes escritores del pa¨ªs y, a modo de broma, dijo que le gustaba aprender siempre algo nuevo, como a S¨®crates, que a la espera de tomarse la cicuta quiso aprender a tocar una pieza para flauta. Al hacerlo admiti¨® que estaba citando un ensayo de Italo Calvino.
Cuando la mayor¨ªa de los colombianos lo eligi¨® presidente, en 1982, yo no conoc¨ªa a Belisario, ni vot¨¦ por ¨¦l. Aunque estaba dotado de una simpat¨ªa arrasadora y mostraba un ¨¢nimo sincero de querer hacer la paz con las guerrillas colombianas, ¨¦l era del partido conservador, y en una familia de liberales como la m¨ªa los votos se dividieron entre Alfonso L¨®pez Michelsen y Luis Carlos Gal¨¢n (un disidente del liberalismo que ser¨ªa asesinado a?os despu¨¦s). El menos conservador de los conservadores, Betancur, lleg¨® a la presidencia gracias a la divisi¨®n de los liberales. Su paso por la presidencia fue muy dif¨ªcil, en especial por dos tragedias naturales (el terremoto de Popay¨¢n y la cat¨¢strofe de Armero tras la erupci¨®n del nevado del Ruiz) y una tragedia pol¨ªtica: la toma violenta, por terroristas del M-19, del Palacio de Justicia y su salvaje retoma, por parte del Ej¨¦rcito (con muerte de casi toda la c¨²pula judicial del pa¨ªs, desde el mismo presidente de la Corte Suprema), usando tanques y ca?ones de guerra a discreci¨®n.
Hace m¨¢s de diez a?os, cuando ya me hab¨ªa hecho amigo del expresidente Betancur, tuve la oportunidad de discutir con ¨¦l algo que hab¨ªa escrito para presentar un libro, El palacio sin m¨¢scaras, de Germ¨¢n Castro Caycedo, sobre los muertos y los desaparecidos del Palacio de Justicia:
¡°Por supuesto que tambi¨¦n salieron muchas personas vivas del Palacio de Justicia. 96 murieron, incluyendo m¨¢s de veinte guerrilleros, y entre doscientas y trescientas se salvaron. Pero lo m¨¢s grave es que entre algunas de las personas que salieron con vida -supuestamente salvadas- tambi¨¦n hubo torturados, vejados, rematados con tiros de gracia y desaparecidos, entre ellos un magistrado. Fuera de la retoma sangrienta, sin ninguna misericordia por los rehenes que clamaban por un cese al fuego, ya fuera del Palacio tambi¨¦n ocurrieron actos inhumanos, al principio en el Museo del Florero, y despu¨¦s en varias guarniciones militares.
Lo ocurrido con el poder civil tampoco es menos alarmante. Las Fuerzas Militares no se tomaron solamente el Palacio de Justicia, sino que se tomaron tambi¨¦n el Palacio de Nari?o (la casa presidencial), dejando al Presidente muchas veces aislado de la situaci¨®n, casi como un reh¨¦n m¨¢s, sin acceso a las personas que quer¨ªan hablar con ¨¦l, sin que le obedecieran a cabalidad las pocas ¨®rdenes que alcanz¨® a impartir, d¨¢ndole informaciones parciales que hablaban de la salvaci¨®n de los rehenes cuando en realidad no se estaba haciendo nada o casi nada por protegerlos, con tal de resolver r¨¢pidamente la batalla.
Siempre he sentido respeto por el presidente Betancur. S¨¦ que de ¨¦l nunca saldr¨ªa la orden de torturar, rematar o desaparecer a nadie. Pero cometi¨® un pecado de omisi¨®n, o al menos de car¨¢cter: dej¨® en las manos de los militares la resoluci¨®n de un problema que pudo haber tenido un desenlace muy distinto por la v¨ªa del di¨¢logo civil. Y si no del di¨¢logo, por la v¨ªa del cansancio. No hab¨ªa semejante prisa para entrar con tanques, disparar, ca?onear. No hablo de la claudicaci¨®n del derecho ni del sometimiento de las instituciones, pero s¨ª del di¨¢logo inteligente con los terroristas, dejando tiempo al cansancio natural, que podr¨ªa haber llevado a un desenlace menos tr¨¢gico en t¨¦rminos de vidas humanas. Queda la impresi¨®n de que esto era lo que menos quer¨ªan los militares, temerosos de que el M-19 pudiera sacar as¨ª fuera una salida no digamos digna, sino incluso indigna del Palacio. No los quer¨ªan rendidos, los quer¨ªan muertos. Y, todo hay que decirlo, tampoco los guerrilleros se quer¨ªan rendir: prefer¨ªan hacerse matar.¡±
La conversaci¨®n sobre este asunto fue tensa y dif¨ªcil. El expresidente, sobre esto, no quer¨ªa hablar, incluso a pesar de que su esposa, Dalita Navarro, lo animaba a contar todo abiertamente. Se limit¨® a decir, como en un acto cristiano de contrici¨®n (Betancur era un cat¨®lico muy devoto, e incluso alto consejero de asuntos ¨¦ticos en El Vaticano), que ¨¦l personalmente deb¨ªa asumir toda la responsabilidad, sin descargarla sobre nadie m¨¢s. ?Cu¨¢nta culpa personal le cab¨ªa? Yo creo sinceramente que muy poca, como no sea la ya se?alada sobre la falta, no de acci¨®n sino de omisi¨®n. No es imposible que ¨¦l haya dejado alg¨²n escrito p¨®stumo al respecto.
Pero el presidente Betancur no deber¨ªa pasar a la historia como el hombre tr¨¢gico que no pudo resolver sin violencia la toma terrorista del Palacio de Justicia y su retoma sangrienta. No es justo limitar su presidencia a esta tragedia, por grave que haya sido. ?l fue tambi¨¦n el presidente que con m¨¢s ardor y tenacidad busc¨® la paz tanto con las Farc como con el mismo M-19. Incluso lleg¨® a firmar para ellos un cese al fuego y una amnist¨ªa que les permitiera negociar con el gobierno. A esto se opuso duramente el Ej¨¦rcito y toda la derecha colombiana. ¡°Los enemigos agazapados de la paz¡±, como dijo uno de sus ministros y mejores amigos, Otto Morales Ben¨ªtez. Cu¨¢ntos muertos, cu¨¢ntos secuestrados y cu¨¢nto sufrimiento nos habr¨ªamos evitado si se hubiera firmado la paz de Belisario en 1984. Hubo que esperar 34 a?os m¨¢s para que ese sue?o se cumpliera, con Juan Manuel Santos.
Y fuera de lo anterior, sea como presidente que como expresidente, Belisario Betancur fue el gobernante y el pol¨ªtico que apoy¨® con m¨¢s decisi¨®n (y con recursos, primero del Estado y luego propios) la cultura en Colombia. Fue ¨¦l quien ide¨® la Ley del Libro, que sac¨® a Colombia del atraso editorial y a muchos escritores de la miseria. Fue el mecenas de m¨²sicos, poetas, cineastas, desde la pianista Teresita G¨®mez hasta el poeta Le¨®n de Greiff. Cre¨® el embri¨®n del ministerio de Cultura, al fortalecer como nadie antes a Colcultura. Fue editor, director de la Fundaci¨®n Santillana, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, y protector de un maravilloso pueblo colonial: Barichara, en el departamento de Santander. Y fue adem¨¢s un buen padre de familia (le sobreviven dos hijas y un hijo), un marido amoroso y el mejor amigo de sus amigos, as¨ª no estuvi¨¦ramos de acuerdo en todo. Y esto ¨²ltimo, con todo el orgullo y con todo el afecto que le tuve y le tengo, lo puedo firmar.
H¨¦ctor Abad Faciolince es escritor colombiano
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