?D¨®nde est¨¢ el dividendo de la paz de Colombia?
Colombia firm¨® la paz con las FARC antes de estar completamente lista para producir y absorber todos los beneficios potenciales que ello podr¨ªa haber reportado
A principios de diciembre de 2015 el Departamento Nacional de Planeaci¨®n colombiano (quiz¨¢s la entidad p¨²blica m¨¢s omnipresente del pa¨ªs) publicaba una estimaci¨®n que gan¨® titulares por doquier: en los pr¨®ximos a?os, la econom¨ªa nacional podr¨ªa llegar a crecer hasta dos puntos porcentuales m¨¢s de lo habitual si se cerraban los acuerdos de paz que en aquel momento se ultimaban con la guerrilla m¨¢s longeva del continente. Las FARC y el entonces presidente Juan Manuel Santos firmar¨ªan efectivamente el fin del conflicto en septiembre de 2016. Y a pesar de que tan solo unos d¨ªas despu¨¦s una (exigua) mayor¨ªa de votantes rechazar¨ªa el texto de los pactos en refer¨¦ndum, a pesar de que ¡®la coalici¨®n del no¡¯ ganar¨ªa las elecciones presidenciales en 2018 y gobierna Colombia desde entonces, el proceso de paz no se ha echado atr¨¢s y la implementaci¨®n ha seguido adelante hasta hoy. Casi tres a?os despu¨¦s, es un buen momento para preguntarse si las promesas de un ¡®dividendo econ¨®mico de la paz¡¯ se han cumplido.
La idea de que el final de un conflicto pone dinero en los bolsillos de la ciudadan¨ªa lleva tiempo siendo discutida por la ciencia econ¨®mica, pero si alguien hizo por popularizar el t¨¦rmino fueron los pol¨ªticos conservadores de la ola neoliberal de principios de los noventa: Margaret Tatcher y George W. Bush propon¨ªan un descenso del gasto militar estatal, favorecida entre otras cosas por el final de la Guerra Fr¨ªa, que se traducir¨ªa en una inyecci¨®n de liquidez en el sector privado y en los hogares. Sin embargo, esta condici¨®n b¨¢sica parece que no se ha cumplido en Colombia, donde el porcentaje del PIB destinado a defensa se mantiene en el mismo 3% donde lo situ¨® precisamente a finales del siglo XX alentado en no poca medida por aquellos mismos l¨ªderes que abogaban por recortes en sus propios presupuestos.
Resulta instructiva la comparaci¨®n con Guatemala, otra naci¨®n latinoamericana que transit¨® por un complicado proceso de paz (plebiscito con voto negativo incluido) en 1996. All¨¢, sin embargo, la reducci¨®n de la partida militar fue mucho m¨¢s pronunciada. Colombia, mientras, se mantiene en niveles que triplican la media continental.
El concepto de ¡®dividendo de la paz' se ha ido ampliando con el tiempo para incluir pr¨¢cticamente cualquier tipo de beneficio econ¨®mico que pueda traer el fin de un conflicto prolongado: confianza de los inversores internos y externos, acceso a zonas y recursos antes controlados por la guerrilla, la pura salvaci¨®n de vidas humanas, de trayectorias vitales que ahora no se ven condicionadas por los fusiles¡ todo ello, qu¨¦ duda cabe, puede verse reflejado en las cuentas agregadas de un pa¨ªs. Cabr¨ªa esperar, como argumentaba el DNP en su informe, un mayor crecimiento de la econom¨ªa tras el fin de un conflicto.
Si comparamos la diferencia en la trayectoria del PIB per capita entre pa¨ªses latinoamericanos con un proceso de paz en marcha y la media de sus vecinos en ese mismo momento, observamos resultados desiguales. Colombia, efectivamente, registr¨® un incremento mucho mayor al continental el a?o pasado. Algo que no se dio en la misma medida para Guatemala despu¨¦s de su propia firma de acuerdos (1996) ni para El Salvador (1992), por tomar dos ejemplos cl¨¢sicos en la regi¨®n. Sin embargo, es igualmente cierto que el pa¨ªs andino ven¨ªa de una fase mucho m¨¢s negativa en el ciclo econ¨®mico. Parece sensato pensar que lo que se vio en 2018 no fue la paz, sino una remontada natural tras una brusca ca¨ªda. Las propias previsiones del Fondo Monetario Internacional reducen las tasas a puntos m¨¢s razonables para 2019-2013, mientras que la experiencia en las naciones centroamericanas sugiere cautela.
Perspectiva territorial
Quiz¨¢s uno de los rasgos m¨¢s caracter¨ªsticos del conflicto con las FARC fue su regionalizaci¨®n. Mientras algunas zonas del pa¨ªs absorbieron casi todo el golpe, otras apenas se vieron afectadas. As¨ª que tal vez sea m¨¢s enriquecedor observar si esas mismas partes de Colombia se est¨¢n llevando algo del ¡®dividendo¡¯. A primera vista no lo parece: no hay m¨¢s, sino menos crecimiento econ¨®mico en los municipios que m¨¢s se vieron afectados por el conflicto armado (seg¨²n la clasificaci¨®n de CERAC que llega hasta 2012, a?o de inicio oficial de las negociaciones).
Si subimos a un escal¨®n intermedio, el de los 33 departamentos que conforman la geograf¨ªa colombiana, y volvemos a la variable presupuestaria, s¨ª observamos una cierta relaci¨®n entre inversi¨®n en inclusi¨®n social y la incidencia del conflicto medida por n¨²mero de ¡®hechos victimizantes¡¯ (desplazamiento, secuestro, homicidio, etc) en la d¨¦cada inmediatamente anterior al acuerdo. Pero si tenemos en cuenta que dicha partida incluye la mayor parte del gasto precisamente en v¨ªctimas, dicha relaci¨®n aparece como m¨¢s d¨¦bil de lo que uno podr¨ªa esperar.
Es m¨¢s: el descenso en este tipo de hechos no ha provocado ning¨²n tipo de cambio en la variable presupuestaria, como si ¨¦sta dependiese de factores completamente ajenos al conflicto. Los datos son aqu¨ª resbaladizos, porque no podemos observar cu¨¢nto del dinero especificado en las fuentes termin¨® por destinarse a aquello que se prometi¨®, pero la imagen general casa con la ausencia de ahorro significativo en defensa a nivel nacional.
El dividendo atascado
En junio de 2016 el economista Mark Hofstetter se aproxim¨® con realismo a la posibilidad de un dividendo de paz en forma de puntos extra del PIB para Colombia. Su conclusi¨®n: es dudoso que jam¨¢s llegue. De su aproximaci¨®n rigurosa uno puede partir para regresar al territorio en la b¨²squeda de respuestas. Transitando por ¨¦l se hace evidente, primero, que el final de un conflicto en el pa¨ªs no significa el final de todo conflicto. No s¨®lo permanece el enfrentamiento con la otra gran guerrilla, el ELN, sino que los patrones de violencia relacionados con las econom¨ªas ilegales (narcotr¨¢fico, pero no s¨®lo) sobreviven y hasta gozan de buena salud en buena parte de la geograf¨ªa del pa¨ªs.
T¨®mese por ejemplo la regi¨®n del Catatumbo, en el departamento de Norte de Santander: el ¨²nico que no ha registrado ning¨²n descenso en el n¨²mero de hechos victimizantes antes y despu¨¦s de la firma del acuerdo con las FARC. La nueva cara de la confrontaci¨®n, como la bautizaron los investigadores Irina Cuesta y Andr¨¦s Cajiao, queda all¨ª perfectamente perfilada por uno de los factores clave para entender el mantenimiento del conflicto en la Colombia de ayer y hoy: la ausencia de un Estado que act¨²e como tal en muchos rincones del pa¨ªs. Sin un agotamiento m¨¢s acusado de las violencias (la tasa de homicidios no ha descendido en 2018), y sin un aparato institucional completamente funcional, no parece l¨®gico esperar que el ¡®dividendo de la paz' llegue a lugares como el Catatumbo. O como la regi¨®n Pac¨ªfica: Choc¨® o Nari?o son dos de los departamentos donde el volumen de v¨ªctimas se resiste m¨¢s a descender.
Podr¨ªa decirse que Colombia firm¨® la paz con las FARC antes de estar completamente lista para producir y absorber todos los beneficios potenciales que ello podr¨ªa haber reportado. Quiz¨¢s el verdadero dividendo s¨®lo llegar¨¢ cuando se termine de construir, y de pacificar, a s¨ª misma.
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