Ricos y pobres
La ventaja de integrar la UE no puede evaluarse con el fr¨ªo saldo del presupuesto com¨²n
La dial¨¦ctica de ricos y pobres siempre triunfa, pero rara vez sirve para explicar realidades complejas. El ministro holand¨¦s de Econom¨ªa, Wopke Hoekstra, considera ¡°una cat¨¢strofe¡± que la Uni¨®n Europea est¨¦ perdiendo la capacidad de seducci¨®n entre sus miembros m¨¢s ricos (entrevista en el Financial Times el pasado 7 de mayo). Con esta frase redonda, Hoekstra da a entender que el bloque comunitario se ha convertido en una especie de ONG intraeuropea que subsidia a los Estados pobres (en este esquema simplista, los del sur y los del este) mientras desatiende a los m¨¢s pr¨®speros. Y de ah¨ª la desafecci¨®n de esa ¨¦lite econ¨®mica.
Cualquiera que tenga la tentaci¨®n de hacer esa lectura deber¨ªa echar un vistazo a las cifras de comercio europeo, las m¨¢s visibles ¡ªpero ni siquiera las m¨¢s rotundas¡ª para discernir a qui¨¦n beneficia la UE. Descontado el intangible de tener paz en un territorio acostumbrado hist¨®ricamente a guerrear, los datos de exportaciones resultan reveladores. Alemania, el coloso econ¨®mico de la UE, encabeza la lista de ventas a sus socios europeos con 750.000 millones de euros al a?o. Esa cantidad equivale a toda la riqueza que genera Holanda en un a?o. Que es, a su vez, el segundo pa¨ªs m¨¢s favorecido por los intercambios al vecindario comunitario, seguido de Francia y B¨¦lgica. Pa¨ªses ricos que venden sin trabas gracias, principalmente, al mercado com¨²n.
Los ¨²ltimos a?os de policrisis y desconcierto han instaurado una visi¨®n algo miope de las ventajas de integrar la UE. El presupuesto comunitario se ha consolidado casi como la ¨²nica vara de medir, de forma que quienes aportan m¨¢s de lo que reciben en este fr¨ªo saldo sugieren que hay que limitar las transferencias. Pero las cuentas p¨²blicas de la UE representan un magro 1% del PIB europeo, mientras que el beneficio de comprar y vender sin restricciones, instaurar empresas en otros pa¨ªses miembros, acceder a licitaciones o participar de tratados comerciales con buena parte del mundo superan con creces ese testimonial 1%.
Se podr¨¢ arg¨¹ir que los pa¨ªses industriosos obtendr¨ªan marcadores econ¨®micos similares por su cuenta, sin el cors¨¦ de la UE. Esa fue la ret¨®rica que cultiv¨® Reino Unido y no parece que los resultados hayan sido brillantes. El propio Banco de Inglaterra cifr¨® entre un 3,9% ¡ªcon acuerdo¡ª y un 9,3% ¡ªsin ¨¦l¡ª la posible ca¨ªda del PIB en 15 a?os derivada del abandono del mercado ¨²nico. Un indicio m¨¢s de que conviene revisar datos antes de lanzar soflamas.
Puestos a explotar el binomio ricos-pobres, resulta m¨¢s ¨²til hacerlo tomando como referencia a quienes realmente detentan los recursos (empresas y personas, no territorios). Frente a las pasiones que levanta el debate del presupuesto comunitario, la inquietud es mucho menor con el dinero que la UE permite evadir legalmente. La casa europea de an¨¢lisis Bruegel concluye en un reciente informe que el mercado ¨²nico ¡°facilita a las grandes compa?¨ªas y a la riqueza privada reducir la tributaci¨®n efectiva¡± y vaticina que ser¨¢ un asunto ¡°de gran importancia en el futuro pr¨®ximo¡±. El reputado Ivan Krastev recoge en su libro After Europe que, en lugar de redistribuir los ingresos fiscales de los ricos a los pobres, los Gobiernos europeos mantienen su salud financiera tomando dinero prestado (es decir, a trav¨¦s de deuda).
El ejemplo m¨¢s revelador de esta paradoja es Luxemburgo. El Estado m¨¢s rico de la UE en renta per c¨¢pita es solo el segundo por tama?o. Pero buena parte de esa prosperidad viene de drenar recursos fiscales a otros territorios. Las grandes empresas se afincan all¨ª por sus ventajas tributarias y acaban pagando en el peque?o ducado por beneficios que generan en todos los rincones de Europa. Esa s¨ª es una atrofia de la UE de la que se benefician, con distintos instrumentos, ricos como Luxemburgo o Irlanda (los dos pa¨ªses con la renta per c¨¢pita m¨¢s elevada respecto a la media) y pobres como Malta (algo por debajo de la media). Los clich¨¦s no funcionan para resolver los problemas del siglo XXI.
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