?Pol¨ªticas contra la obesidad?
Impuestos, incentivos y etiquetado de productos ultraprocesados: un camino a seguir para luchar contra el sobrepeso en Am¨¦rica Latina
La prosperidad es el objetivo l¨®gico de cualquier sociedad, pero tambi¨¦n trae sus propios riesgos. Uno de ellos es la obesidad. La poblaci¨®n con sobrepeso se ha incrementado pr¨¢cticamente al mismo tiempo que disminu¨ªa la desnutrici¨®n. Por eso, porque la obesidad es prima hermana de la abundancia, Am¨¦rica Latina en pleno -pero, sobre todo, sus pa¨ªses m¨¢s ricos- es hoy m¨¢s obesa que nunca.
Las tasas de obesidad de las grandes naciones latinoamericanas todav¨ªa no han alcanzado los peligrosos ¨ªndices de sus vecinos del norte. Pero hacia all¨¢ se encaminan. La bella paradoja es que por una vez el retraso en la prosperidad ofrece una ventaja para los que llegan tarde: la oportunidad de aprender de los errores de los que cayeron primero en el problema de los ricos.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que no toda abundancia tiene el mismo efecto. Ciertos alimentos contribuyen m¨¢s al que es el principal mecanismo para producir obesidad: los productos ultra-procesados (aquellos que son profundamente transformados desde su forma original, con sustanciales a?adidos de otros ingredientes, normalmente grasa, az¨²car y sal) han sido identificados por la Organizaci¨®n Panamericana de la Salud (OPS) como determinantes en la extensi¨®n de la obesidad en el continente.
Bebidas azucaradas, galletas, panes industriales¡ existe evidencia s¨®lida de que todos ellos fomentan el consumo excesivo de calor¨ªas. Igualmente, cada vez tenemos m¨¢s datos de que la cantidad de ejercicio que necesitar¨ªamos hacer para compensar dicho consumo sin reducirlo es m¨¢s bien inalcanzable. Por todo ello, a la hora de buscar pol¨ªticas para frenar el crecimiento de la obesidad parece una buena idea empezar por preguntarnos c¨®mo podemos embridar a los ultraprocesados.
?Basta con m¨¢s informaci¨®n?
Quiz¨¢s lo que necesita la ciudadan¨ªa es m¨¢s informaci¨®n. Y, si la obtiene, tal vez comience a tomar decisiones m¨¢s acordes con su bienestar a largo plazo. M¨¢s espec¨ªficamente, si obligamos a las empresas a informar de manera clara, comprensible y accesible del contenido de sus alimentos
Esta es la l¨®gica que ha llevado a todo un movimiento (o, m¨¢s bien, a una serie de iniciativas) para demandar un etiquetado m¨¢s claro y visible en los supermercados. Seg¨²n la mayor¨ªa de estas propuestas, la informaci¨®n a mostrar quedar¨ªa en el frente del envase para que se pudiera observar de un vistazo. Incluir¨ªa precisamente la cantidad de calor¨ªas; az¨²cares a?adidos; sodio y grasas, particularmente las saturadas. Y lo que es m¨¢s importante: no se trata de representar estas cantidades de manera exacta tanto como de que cualquier persona entienda si est¨¢ adquiriendo un producto que entra?a alg¨²n riesgo para su salud. Aqu¨ª existen varias alternativas: desde la conocida como t¨¦cnica del sem¨¢foro (verde para niveles razonables de calor¨ªas, grasa, az¨²cares o sodio; amarillo y rojo para los progresivamente elevados) hasta, sencillamente, indicar "alto" o "bajo" en cada uno de los componentes. Tal ha sido, por ejemplo, la propuesta defendida en Colombia (derrotada en el Legislativo).
No quedarse sencillamente en las cantidades es una buena idea: cabe esperar que la mayor¨ªa de personas no tenga una noci¨®n clara de qu¨¦ es una cantidad saludable de cualquiera de esos elementos en una persona promedio. Los datos de una encuesta p¨²blica realizada en M¨¦xico confirman la impresi¨®n con creces.
Ahora bien, esa misma encuesta arroja unos datos que invitan a pensar que a?adir informaci¨®n en el mercado es condici¨®n necesaria, pero no suficiente, para reducir significativamente la obesidad. Resulta que una abrumadora mayor¨ªa de los mexicanos dec¨ªa conocer la etiqueta, pero una porci¨®n casi igual de importante afirmaba no leerla ni tomar decisiones de compra por ella. Y aunque varios citaban la falta de claridad o visibilidad como una de las causas para esta falta de efecto, la verdad es que eran menos de un 10% quienes solo se refer¨ªan a este tipo de problemas, frente a un tercio que admit¨ªan falta de inter¨¦s o tiempo sin referirse a las cuestiones operativas.
Estos datos no descartan, ni mucho menos, la conveniencia de un mejor etiquetado. La informaci¨®n siempre ser¨¢ una herramienta poderosa para aquellos consumidores que disponen del tiempo y los c¨®digos para interpretarla, as¨ª como los recursos para actuar en consecuencia. El sistema sem¨¢foro por ejemplo, demostr¨® en varios estudios que ayudaba a identificar adecuadamente los productos m¨¢s saludables. Pero una cosa es hacernos saber lo que debemos hacer y otra distinta es que lo hagamos. Recomendaciones ampliamente difundidas como la campa?a del Servicio Nacional de Salud brit¨¢nico que recomendaba el consumo m¨ªnimo de cinco piezas de fruta o verdura al d¨ªa fueron conocidas incluso fuera de las fronteras del Reino Unido. Sin embargo, la evidencia de su capacidad para poner m¨¢s vegetales en las cestas de la compra es desigual y poco concluyente. Se acotan as¨ª las esperanzas, se?alando que no puede ser la ¨²nica pol¨ªtica en el men¨² contra la obesidad.
Poner dif¨ªcil lo malo
Habl¨¢bamos de tiempo, c¨®digos y recursos para hacer uso de la informaci¨®n. Pero habr¨ªa que a?adir otra dimensi¨®n m¨¢s: la voluntad. Que las personas seamos agentes m¨¢s o menos racionales no quiere decir que no estemos sometidos a tentaciones, sesgos, convenientes olvidos. Trampas, incluso. A veces autoimpuestas y en otras ocasiones, provenientes del contexto.
Ese contexto muchas veces toma la forma de una especie de pantano alimenticio (en ingl¨¦s los llaman food swamps): grandes ¨¢reas en las que la comida accesible por defecto para sus residentes es en su mayor¨ªa ultraprocesada. Al menos para los EE UU, estas densidades de lo nocivo predicen [tasas de obesidad m¨¢s altas]. Normalmente, adem¨¢s, se presentan en entornos de menor poder adquisitivo. Ahora bien: lo f¨¢cil es identificarlos. Lo complicado, hacerlos desaparecer.
Drenar completamente estos pantanos de comida nociva se antoja descomunal, dif¨ªcilmente canalizable para Estados completos. Aqu¨ª es conveniente pensar m¨¢s bien en escala urbana. Por ejemplo: la ciudad de Nueva York decidi¨® hacer m¨¢s accesible la comida sana, con pol¨ªticas que hac¨ªan hincapi¨¦ en los vecindarios con menor nivel medio de ingresos. Los efectos existen, pero son m¨¢s bien modestos: una d¨¦cada apenas a?adi¨® un punto porcentual m¨¢s de personas que consum¨ªan alguna fruta o verdura. Ahora bien, hay que tener en cuenta que en un 1% de Nueva York caben decenas de miles de personas. En cualquier caso, m¨¢s profundos y duraderos parecen los programas centrados en convertir la comida sana en una opci¨®n por defecto dentro lugares donde la intervenci¨®n p¨²blica de gran escala s¨ª es posible: principalmente, en los colegios.
"Si quieres que alguien empiece a hacer algo, p¨®nselo m¨¢s f¨¢cil" es una par¨¢frasis del psic¨®logo Daniel Kahneman que resume bastante bien el esp¨ªritu de este tipo de intervenciones. Pero de esa aserci¨®n a la otra, necesaria cara de la moneda media un segundo de reflexi¨®n: si quieres que alguien deje de hacer algo, p¨®nselo dif¨ªcil. O menos f¨¢cil.
Excluyendo la prohibici¨®n completa, es aqu¨ª donde entra en juego la que quiz¨¢s sea la medida con mayor potencial, y tambi¨¦n m¨¢s cargada de pol¨¦mica. Los impuestos sobre alimentos nocivos, en particular bebidas con az¨²car a?adida, est¨¢n en la mira de muchos pa¨ªses latinoamericanos. Y en el cuerpo legislativo de m¨¢s de uno. Chile, M¨¦xico y Per¨² cuentan con el suyo. Tambi¨¦n las islas caribe?as de Dominica y Barbados. En Colombia la propuesta ha sido tumbada varias veces. Pero el asunto es que funciona.
Funciona si el objetivo es reducir el consumo de bebidas azucaradas, en cualquier caso. En M¨¦xico las estimaciones apuntan a una ca¨ªda relevante en la compra de estos productos. Pero es demasiado pronto para saber si est¨¢ teniendo alg¨²n efecto duradero en el problema ¨²ltimo: la obesidad. No sabemos si las calor¨ªas que se dejan de consumir por esta v¨ªa se est¨¢n reemplazando con otras, por ejemplo. Ni tenemos apenas experiencia con sistemas impositivos m¨¢s completos, que tasen directamente el elemento (grasa, az¨²car). El intento m¨¢s completo lo llev¨® a cabo Dinamarca hace casi una d¨¦cada. Un impuesto sobre la carne, los productos l¨¢cteos y las grasas para cocinar (aceites incluidos) cuyos efectos muchos (pero no todos) consideran hoy un fracaso. Entre otras cosas, y sirva de esto como lecci¨®n de la imprevisibilidad del comportamiento humano, porque una cantidad significativa de daneses (pa¨ªs peque?o, profundamente integrado con sus vecinos con los que mantiene fronteras casi invisibles en el marco de la Uni¨®n Europea) se iba a comprar esos mismos alimentos a, por ejemplo, Alemania.
Las herramientas pol¨ªticas a nuestra disposici¨®n para luchar contra la obesidad, en suma, existen y funcionan, pero tambi¨¦n que tienen efectos limitados, a veces inciertos, y que no salen gratis: con cada una de ellas estamos restringiendo un poco la capacidad de decisi¨®n inmediata de las personas. Pero si asumimos todos esos riesgos, si decidimos atarnos las manos hoy para mejorar nuestra situaci¨®n ma?ana como ya lo hicimos con el tabaco, la cuesti¨®n no ser¨¢ cu¨¢ntos a?os de vida estamos dispuestos a pagar por cada grado adicional de libertad. As¨ª lo plantean algunos a la derecha del espectro ideol¨®gico, ignorando que la propia decisi¨®n de poner coto a nuestras decisiones y a las acciones de quienes se benefician de ellas tambi¨¦n es un ejercicio pleno de esta misma libertad. La autonom¨ªa no empieza ni termina en un supermercado.
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