Elizabeth Wittlin Lipton, una mirada diferente a la ocupaci¨®n nazi
Hija del novelista y poeta jud¨ªo J¨®zef Wittlin, escap¨® a los ocho a?os con su madre de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial
Elizabeth Wittlin Lipton ten¨ªa siete a?os cuando descubri¨® en el peri¨®dico una caricatura que mostraba a su padre en la horca. Hasta entonces, la familia del poeta y novelista jud¨ªo J¨®zef Wittlin disfrutaba de una c¨®moda posici¨®n social en Varsovia, pero la propaganda antisemita hab¨ªa comenzado. Quedaban pocos meses para que el 1 de septiembre de 1939 las tropas alemanas invadieran Polonia y su padre se vio forzado a huir a Par¨ªs. 80 a?os despu¨¦s del estallido de la Segunda Guerra Mundial, que acab¨® con la vida de seis millones de polacos ¡ªla mitad de ellos jud¨ªos¡ª , su hija recuerda que los d¨ªas previos a la tragedia ¡°la gente estaba euf¨®rica¡±. ¡°Dec¨ªan que ¨ªbamos a ganar, que la guerra durar¨ªa dos semanas, que Francia e Inglaterra estar¨ªan ah¨ª para nosotros¡±, comenta Wittlin en un sal¨®n repleto de arte e historia, huellas de su memoria, en el piso que habita en el centro de Madrid.
No es el suyo un relato sobre el horror en los campos de concentraci¨®n nazis.?Formada a?os despu¨¦s en Nueva York y habiendo ejercido como artista pl¨¢stica, dise?adora de vestuario, escen¨®grafa y modista, los recuerdos de Lipton sobre los primeros meses de la ocupaci¨®n nazi, plasmados en su libro De un d¨ªa para otro, est¨¢n ligados a la moda. Evoca durante la entrevista la seguridad que le proporcionaba el gran armario de sus padres. ¡°Me met¨ªa all¨ª y pensaba: si la ropa est¨¢ ordenada, a m¨ª no me va a pasar nada¡±; recuerda el vestido rojo de lunares blancos que llevaba puesto la primera vez que vio los Stukas (bombarderos) alemanes en el campo, volando tan bajo que ¡°se distingu¨ªan los rostros de los pilotos¡± o c¨®mo ¨²nicamente lograba evadirse del miedo que la atenazaba al sumergirse en el dise?o y costura del vestuario para sus mu?ecas.
Halina Wittlin, su madre, hablaba cinco idiomas y trabajaba para un jefe de departamento en el Ministerio de Educaci¨®n, por lo que sab¨ªa que los bombardeos llegar¨ªan pronto a Varsovia. ¡°En casa pegamos cinta en las ventanas¡± para evitar que el cristal saltase con el impacto de las explosiones. ¡°El 3 de septiembre mi madre me dej¨® en la finca de un poeta amigo de mi padre, Jaroslaw Iwaszkiewicz. Una mansi¨®n con tierras y lagos¡±, comenta. Los due?os de esta propiedad de Stawisko, en Podkowa Lesna (a unos 33 kil¨®metros de Varsovia), ya se hab¨ªan marchado y Elizabeth se qued¨® sola con seis mujeres mientras su madre regresaba a Varsovia ¡°para salvar algunas pertenencias¡±. ¡°Enseguida las se?oras se preguntaron qu¨¦ iban a hacer con una ni?a jud¨ªa si mi madre no regresaba¡±. La idea del abandono la aterraba. ¡°Hasta su muerte, en 1993, tuve esa sensaci¨®n¡±, afirma Wittlin. Para cuando su madre logr¨® volver a pie a la finca (el suburbano ya no funcionaba), los alemanes ya hab¨ªan requisado la mitad de la mansi¨®n. "Para m¨ª la guerra fue la ocupaci¨®n", subraya. Cuando se presentaban problemas, Halina, de cabello rubio y apariencia aria, mediaba gracias a su dominio del idioma.
Al cabo de un mes lograron volver a Varsovia en carromato despu¨¦s de sobornar al conductor con comida y vodka. ¡°Vi una ciudad irreconocible, en esqueleto¡±. Su casa hab¨ªa sido saqueada, las ventanas estaban rotas. Comenz¨® a asistir a una escuela p¨²blica, pero su madre prefiri¨® seguir con las lecciones en casa cuando colgaron los retratos de Hitler en las aulas y anunciaron que profesores nativos impartir¨ªan alem¨¢n. Halina se maquillaba todas las ma?anas con esmero e iba a las oficinas de la Gestapo para conseguir los papeles necesarios para salir de Polonia. Su buen aspecto logr¨® que un funcionario colocara su solicitud la primera de la pila de peticiones para visados. Se requer¨ªa un sello de la direcci¨®n y para ello tuvieron que viajar a Cracovia. Durante el trayecto, Elizabeth Wittlin recuerda que compartieron vag¨®n con un grupo de oficiales. ¡°Auschwitz estaba cerca. A¨²n no hab¨ªa crematorios, pero en aquella conversaci¨®n hablaban de que pronto habr¨ªa una manera 'higi¨¦nica' para deshacerse de los cuerpos. Todos fumaban (incluida Halina) y cuando el jefe se percat¨® de que yo estaba delante, les oblig¨® a apagar los cigarrillos. Esa era la mentalidad de los nazis. Pod¨ªan quemar a ni?os pero no se fumaba delante de ellos. Mi madre le respondi¨®: 'Mientras el humo sea de nicotina...¡±
De vuelta a Varsovia, en marzo de 1940, ultimaron los preparativos para huir del pa¨ªs. Viajaron a Berl¨ªn, donde pernoctaron en una pensi¨®n haci¨¦ndose pasar por alemanas y luego a Bruselas antes de reunirse con su padre en Par¨ªs. Tras pasar por Biarritz, intentaron salir en un barco ingl¨¦s desde San Juan de Luz. ¡°Los hoteles estaban repletos y estuvimos tres d¨ªas bajo un paraguas en el muelle¡±. No fue posible y se trasladaron a Lourdes y despu¨¦s a Niza. Tras numerosas idas y venidas en busca de un salvoconducto, lograron un visado de tr¨¢nsito para Portugal. En la Espa?a franquista hasta dos hoteles les negaron hospedaje al conocer la identidad de su padre. Pasaron una semana alojados en la pensi¨®n Mora de Madrid (hoy convertido en hotel) y desde all¨ª cruzaron a Lisboa. Meses despu¨¦s, el 17 de enero de 1941, partieron en barco hacia Nueva York.
Con su esposo, Michel, y su hijo James regres¨® a Espa?a en la d¨¦cada de los sesenta, donde se instal¨® durante 13 a?os. En el pa¨ªs entabl¨® amistad con poetas como Vicente Aleixandre, Jos¨¦ Hierro y Claudio Rodr¨ªguez, adem¨¢s de con el dramaturgo Francisco Nieva, quien se convirti¨® en su mentor.
Elizabeth no volvi¨® a Polonia hasta 1969, en el periodo comunista. ¡°Todo me pareci¨® espantoso¡±, exclama. ¡°Ahora, cuando regreso, me horroriza que todav¨ªa se diferencie entre polacos y jud¨ªos. Al fin y al cabo tu pa¨ªs es tu idioma y si los mejores escritores de un pa¨ªs son jud¨ªos, ?c¨®mo se puede decir que son jud¨ªos y no polacos? As¨ª se empieza¡±, reflexiona.
La ni?a a la que no dejaban ir al cine
Elizabeth Wittlin recuerda entre risas que antes de la ocupaci¨®n sus padres no le dejaron ver en el cine Blancanieves y los siete enanitos. "Dec¨ªan que la madrastra era demasiado cruel. Estaba muy mimada", reconoce. La dureza del filme estrenado dos a?os antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial no era nada comparado con la miseria que Elizabeth vio en los barrios bajos de Varsovia al estallar el conflicto.
Uno de las escenas que m¨¢s disfrutaba del periodo anterior era aquella en la que la gobernanta francesa que trabajaba en su casa, madame L¨¦onie, que deb¨ªa llevarla a jugar con los hijos del embajador japon¨¦s, la conduc¨ªa al mercado "para hacer negocios" y? ella ejerc¨ªa de traductora ante los comerciantes.
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