La crisis argentina se ceba con los m¨¢s pobres
El trabajo de los ¡°curas villeros¡± y las ayudas sociales en el gran cintur¨®n urbano de Buenos Aires amortiguan las consecuencias del descalabro econ¨®mico
La C¨¢rcova, Curita, 13 de julio e Independencia. Las villas que forman un cord¨®n al oeste de la capital de Argentina se levantaron en los a?os setenta sobre monta?as de basura. Los militares hab¨ªan creado all¨ª el mayor vertedero del pa¨ªs y llamaron ¡°Camino Del Buen Ayre¡± a la autopista que lo rodeaba. C¨®mo no imaginarlos felicit¨¢ndose por la ocurrencia. 40 a?os despu¨¦s, las cuatro villas son un sitio insalubre donde viven 40.000 personas. La crisis econ¨®mica ha entrado como un tsunami en estas barriadas pobres. Que la situaci¨®n no sea terminal se debe, en gran medida, a las ayudas estatales que Mauricio Macri hered¨® del kirchnerismo y al trabajo de hormiga que all¨ª realizan los ¡°curas villeros¡±, sacerdotes sin sotana que operan como cemento de estructuras sociales asoladas por el desempleo, la droga y, sobre todo, la estigmatizaci¨®n.
El despacho de Jos¨¦ Mar¨ªa Di Paola, el padre Pepe, en la capilla-escuela Virgen del Milagro tiene fotos de Eva Per¨®n, el papa Francisco y Carlos Mugica, un cura vinculado al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo que fue asesinado en 1974. Sobre el escritorio hay un termo para el mate con los colores del club de f¨²tbol Hurac¨¢n, botellas vac¨ªas de agua mineral, carpetas amontonadas y un celular que no deja de sonar. Dos bibliotecas acumulan sin orden libros, banderas, im¨¢genes religiosas, m¨¢s carpetas, fotos y regalos varios. Es mediod¨ªa de un jueves y las aulas que cada d¨ªa reciben a decenas de adolescentes de La C¨¢rcova est¨¢n a¨²n vac¨ªas.
¡°La situaci¨®n actual es muy parecida a la de 2001 desde el punto de vista de impacto social, porque vemos la ca¨ªda del trabajo. Pero en 2001 no hab¨ªa planes sociales, que son un colch¨®n que ayuda en los gastos m¨ªnimos. En los barrios, los planes permitieron que la gente se largara a hacer peque?os emprendimientos, como un kioskito, una pizzer¨ªa chiquita, un rem¨ªs [taxi]¡±, explica el padre Pepe. Ese ¡°colch¨®n¡±, sin embargo, ya no es suficiente para sortear la crisis. ¡°La situaci¨®n ha empeorado tanto que la gente empieza a no tener harina para las pizzas, no puede pagar la nafta para los viajes, se le rompe el auto y no lo puede arreglar¡ Esa econom¨ªa popular se fue deshilachando¡±, dice.
Un hombre que trae una donaci¨®n de alimentos interrumpe la charla. Pretende grabar un v¨ªdeo que muestre c¨®mo el padre Pepe le agradece el gesto, pero es derivado con amabilidad al cura que espera la comida a unas pocas cuadras de all¨ª, donde est¨¢ el comedor. El padre Pepe regresa a su oficina con una sonrisa, casi divertido con el peque?o incidente. Tiene 57 a?os y lleva una vida trabajando con los m¨¢s pobres. Est¨¢ en La C¨¢rcova desde 2013, despu¨¦s de pasar por la villa 21-24 del barrio de Barracas, en la ciudad de Buenos Aires. En todos los sitios, la misma pobreza.
Macri, que prometi¨® pobreza cero, fracas¨® en su intento de erradicarla. Hered¨® de Cristina Fern¨¢ndez de Kirchner una pobreza del 29%, seg¨²n cifras del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA), que se convirti¨® en el principal referente de medici¨®n durante el kirchnerismo debido a la manipulaci¨®n de las estad¨ªsticas oficiales. A mitad de 2019, el porcentaje ascendi¨® al 35,4% y se prev¨¦ que supere el 37% al finalizar el a?o. Los ¨²ltimos datos del Instituto Nacional de Estad¨ªsticas y Censos (Indec) revelan tambi¨¦n que casi ocho de cada 100 argentinos son indigentes, es decir que sus ingresos son insuficientes para comprar alimentos, que se han encarecido casi un 60% en el ¨²ltimo a?o. La crisis econ¨®mica ha desbordado la asistencia a los comedores populares en los barrios m¨¢s vulnerables y el Congreso aprob¨® el mes pasado la emergencia alimentaria para duplicar sus fondos.
Entre 2001 y 2016, los asentamientos precarios en la periferia de Buenos Aires se triplicaron: de 386 a 1.134. En ellos viven un total de 419.401 familias. En seis a?os, el padre Pepe ha abierto en las villas de su parroquia nueve capillas, cada una con un club para hacer deportes y un comedor, cuando hac¨ªa falta. El objetivo final es ¡°sacar a los m¨¢s j¨®venes de la calle¡±, donde quedan a merced de los narcos que ofrecen unos pesos r¨¢pidos por el menudeo de drogas. Cuando caen en el consumo, el padre los acoge en un centro de rehabilitaci¨®n. Los que est¨¢n mejor pueden estudiar alg¨²n oficio en la escuela, o jugar al b¨¦isbol los domingos. Juegan al b¨¦isbol, en el pa¨ªs del f¨²tbol. ¡°Lo que m¨¢s les gusta es el bateo. El juego tiene el potencial para ser popular, porque se pueden usar pelotas de trapo y batear con un palo de escoba. Se trata de pegarle a algo, tan b¨¢sico como patear una pelota¡±, dice Jos¨¦ Miguel Altube, profesor de matem¨¢tica devenido en instructor. Es domingo, y ahora el patio de la capilla arde en actividad. Decenas de ¡°expedicionarios¡± juegan, cantan, corren por todos lados. ¡°Los expedicionarios integran un sistema de j¨®venes l¨ªderes que ayudan a otros ni?os. Y los padres ven a la escuela como un lugar seguro¡±, explica Altube.
Detr¨¢s del mural colorido del patio est¨¢ el altar de la capilla. La virgen comparte espacio con los aros de b¨¢squet del gimnasio. El domingo hay bautismos y comuniones y la concurrencia atesta el sal¨®n. El padre Pepe moja con agua bendita a los ni?os. ¡°El agua representa el agua del r¨ªo Jord¨¢n. Ac¨¢ tenemos el r¨ªo Reconquista, que no es muy bueno para bautismos. En la villa 31 est¨¢n peor, porque tienen el Riachuelo¡±, dice durante la misa. El Riachuelo y el Reconquista son los dos r¨ªos m¨¢s contaminados de Argentina. Ese es el tono de toda la ceremonia. No hay frases en lat¨ªn ni sonidos de ¨®rgano. Suena m¨²sica de carnaval.
La virgen sale en procesi¨®n y delante marchan los chicos de la banda de la iglesia. Suenan redoblantes, bombos y trompetas. Los m¨²sicos no tienen m¨¢s de 16 a?os. Visten gorras y camisetas de f¨²tbol. Todos viven en La C¨¢rcova. Como Walter, que durante la semana va al colegio y luego trabaja en una parrilla cercana a la estaci¨®n de tren. Alexis tiene 14 a?os pero no lo parece, porque Walter le saca una cabeza en altura. Cuando regresa del colegio, Alexis atiende a sus dos hermanos menores. Hered¨® de su padre pintor la ropa del equipo de b¨¦isbol de V¨¦lez Sarfield. ¡°Venimos ac¨¢ todos los fines de semana, a entrenar¡±, dice.
Patricia V¨¢zquez trabaja como auxiliar en una escuela y acaba de bautizar a sus hijos de 11 y 9 a?os. Esper¨® ¡°para que ellos elijan a sus padrinos¡±. La casa de los V¨¢zquez est¨¢ en el l¨ªmite externo de La C¨¢rcova, a 100 metros de donde termina el asfalto. Junto a su esposo ?scar tienen otra hija, de 25 a?os, que ¡°es madre soltera y vive en la villa¡±. V¨¢zquez asegura que el trabajo del padre Pepe ha eliminado poco a poco los peores a?os de la discriminaci¨®n, ¡°cuando dec¨ªas que eras de la villa y no te tra¨ªan los remises¡±. ¡°Yo en la escuela tengo compa?eras que viven dentro. Ellas no me discriminan a m¨ª y yo no las discrimino a ellas¡±, dice.
La banda suena ahora con fuerza. Es el momento de los m¨²sicos. Tob¨ªas tiene 13 a?os y toca la percusi¨®n. Como sus compa?eros, encuentra en la m¨²sica motivos para ocupar su tiempo. ¡°Venimos cuando el cura nos llama, para animar las procesiones¡±, explica. Marcos, a su lado, toca la trompeta. ¡°Esta me la compr¨¦ con ahorros, pero si no ten¨¦s ac¨¢ te la dan¡±, explica. Luego cuentan a coro que la vida en la villa es dura ¡°porque a la noche se cagan todos a tiros¡±. Se escucha de fondo el griter¨ªo de los ni?os alrededor de un metegol (futbol¨ªn) destartalado. Los m¨¢s peque?os pasan horas alrededor del juego, peg¨¢ndole con los jugadores de hierro a una pelota de goma que, pese a ser poco ortodoxa, sale disparada entre carcajadas. Cuando los m¨²sicos se dispersan, un joven se queda de pie, a la espera de algo. ¡°?Trabaj¨¢s en radio?¡±, pregunta.
Se llama Leandro Acosta y quiere hablar. Cuenta que tiene 27 a?os, que cuando era peque?o empez¨® a consumir drogas porque lo hac¨ªa su madre, que su madre mat¨® a su padre ¡°por una infidelidad¡± y que estuvo 10 a?os presa, que no volvi¨® a verla, que se crio en un hogar, que siempre trabaj¨® y que nunca rob¨® y que un d¨ªa el padre Pepe lo salv¨®. ¡°Hoy llevo cuatro a?os sin consumir coca¨ªna y seis meses sin fumar marihuana¡±, dice. No se considera recuperado, ¡°porque uno es adicto toda la vida¡±, pero ahora vive en el hogar fundado por el padre y piensa terminar el secundario para ser luego ¡°acompa?ante terap¨¦utico¡±. Acosta es un superviviente.
Los ni?os, los m¨¢s vulnerables
Uno de cada dos menores en Argentina es pobre, seg¨²n las estad¨ªsticas oficiales. Los ni?os y adolescentes son mayor¨ªa en las villas miseria y muchos viven en hogares precarios, sin acceso a agua potable, cloacas, sistema de salud adecuados ni pol¨ªticas de cuidados, tal y como denuncia Unicef en su campa?a?La deuda es con la ni?ez.
Con las sucesivas crisis, gran parte de la pobreza argentina se ha vuelto estructural y se ha reducido la movilidad social. Ocho de cada 10 menores nacidos en estos barrios precarios permanece en ellos al crecer y formar su propia familia, seg¨²n la ONG Techo. La directora de su centro de investigaci¨®n social, Gabriela Arrast¨²a, argumenta que el "el alza sostenida de los precios del suelo y la vivienda, as¨ª como tambi¨¦n la falta de cr¨¦ditos o soluciones los empuja hacia el mercado inmobiliario informal, donde la seguridad en la tenencia no est¨¢ garantizada, por lo que proyectar un espacio como definitivo puede ser complejo e inusual".
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