El viaje al horror de la familia LeBar¨®n
Una explosi¨®n y una columna de humo fueron la se?al de que el infierno hab¨ªa llegado al rancho La Mora. As¨ª fueron las primeras horas tras la matanza de nueve personas de una familia en M¨¦xico
La mesa del desayuno en casa de Rhonita LeBar¨®n de Miller es una tormenta de gritos y lamentos. ¡°?No lleg¨® nadie en ocho horas! ?No se quem¨® la camioneta, la quemaron! ?La beb¨¦ estuvo siete horas sola, en el carro de Christina!¡±. Y as¨ª un detalle y otro y otro. El pap¨¢ de Rhonita, el se?or Adri¨¢n LeBar¨®n, un hombre robusto, de voz contundente y manos macizas como sarmientos, insiste: ¡°?Nadie en ocho horas!¡± Sobre la mesa hay una foto de Rhonita, de 30 a?os, con su hija Crystal, de 10. Las dos murieron asesinadas este lunes. Un grupo armado las tirote¨® en una pista de tierra en el norte de M¨¦xico y luego, de alguna forma, su veh¨ªculo qued¨® envuelto en llamas. La familia est¨¢ convencida de que los agresores, despu¨¦s de disparar, les prendieron fuego. A ellas dos, al hijo mayor de Rhonita, Howard, de 12, y a los dos beb¨¦s, Titus y Tiana, de apenas siete meses de edad. Sus cad¨¢veres quedaron carbonizados. ¡°Hab¨ªa una bolita ah¨ª, ni la cabeza estaba completa¡±, dice el se?or LeBar¨®n.
Sobre la mesa corretean latigazos de rabia. M¨¢s que tristeza, rabia. Y ganas de hablar, de contarlo todo, de que todo se sepa. Lo de Rhonita y sus ni?os, lo de Christina Langford de Johnson y Dawna Ray de Langford, las otras dos mujeres que murieron igualmente asesinadas. Lo de los dos hijos de Dawna tiroteados hasta la muerte, la huida de los dem¨¢s chicos por la sierra. El cuerpo de Christina, sin vida, en mitad de la pista de tierra. La hija de Christina, Faith, un beb¨¦ de pecho que esper¨® all¨ª, sola, en el coche, con su madre muerta tirada en el piso a tres metros de ella, durante horas, en este pliegue maldito de la sierra.
No son solo los asesinatos, es la forma. Son las sospechas de c¨®mo lo hicieron. Y la necesidad de repetirlo en voz muy alta. El desayuno en casa de Rhonita LeBar¨®n es recordar algo que no se asume. Que parece que a¨²n no acaba de ocurrir.
El lunes por la ma?ana, despu¨¦s de las llamadas alarmantes de Kenneth Miller, su consuegro Adri¨¢n se subi¨® a la camioneta en la colonia LeBar¨®n, en Galeana, Chihuahua, y agarr¨® el camino a La Mora, en Sonora. ¡°Son comunidades hermanas¡±, explica el hombre, ¡°nosotros vivimos all¨ª, mi hija naci¨® all¨ª¡±. La colonia LeBar¨®n es la matriz de esta gran familia de mormones. Durante d¨¦cadas han vivido indistintamente a un lado y a otro de la frontera. En Galeana viven aproximadamente 4.000. Aqu¨ª, en La Mora, unos 500. El apellido LeBar¨®n es el primero, el m¨¢s conocido. Pero tambi¨¦n hay Miller, Widmar, Jonhson o Tucker. Rhonita LeBar¨®n se cas¨® por ejemplo con Howard Miller. La mam¨¢ de Rhonita, una de las esposas de Adri¨¢n, se llama Shalom Tucker.
Douglas Johnson, un hombret¨®n con barba de palmo, se apoya en el banco de la cocina, a dos metros de la mesa del desayuno. Es cu?ado de Christina y primo hermano de Dawna. Johnson, de 40 a?os, cruz¨® toda la sierra el lunes por la noche para traer a Howard al rancho La Mora. Howard Miller, el esposo de Rhonita, al que ella no pudo recoger en Phoenix debido al asalto. Despu¨¦s, los agentes fronterizos de M¨¦xico no los quer¨ªan dejar pasar. "Pero ?c¨®mo van a volverse ahora?", les dec¨ªan. Johnson recuerda que fue uno de los viajes m¨¢s solitarios que ha hecho en su vida. Ni un veh¨ªculo. ¡°Pasamos por un pueblo a comprar un caf¨¦ y chucher¨ªas, y la gente nos dec¨ªa que no pod¨ªan creer que fu¨¦ramos por ah¨ª. Nos dec¨ªan: ¡®?Qu¨¦ est¨¢n haciendo cruzando por aqu¨ª?". Howard no habl¨® en todo el camino.
Johnson respira con fuerza, tomando aliento, inflando las palabras a duras penas. A cada giro del relato se detiene, como si fueran curvas de la pista de tierra que les trajo de la frontera. ¡°Llegamos aqu¨ª como a las diez de la ma?ana el martes. Llev¨¦ a Howard derechito a casa de Kenneth, su pap¨¢. Enseguida fuimos al camino. Ah¨ª, Howard casi se desmay¨®. ?l no quer¨ªa ver. Yo s¨ª. Yo s¨¦ que les echaron gasolina. Y Howard Junior s¨¦ que estaba tratando de salir, quem¨¢ndose. No s¨¦ qu¨¦ fuerza tenga ese ni?o con sus 12 a?os, pero ¨¦l trataba de salir, quem¨¢ndose. Dej¨® la puerta abierta¡±.
Este lunes, Adri¨¢n, Shalom, Fernando y Mario, sus hijos, Marcos, su sobrino, y otros familiares hicieron el camino desde Galeana. Polic¨ªas federales les acompa?aban. En el trayecto se les unieron tres camionetas militares. En Pancho Villa pararon y recogieron a David Langford, esposo de Dawna, la mujer que viajaba con siete de sus hijos. A eso de las siete de la tarde, la familia y un enorme contingente de polic¨ªas y militares llegaron por fin a las camionetas asaltadas de Dawna y Christina. ¡°Nosotros no esper¨¢bamos llegar a la escena del crimen¡±, dice Mario LeBar¨®n, uno de los hijos de Adri¨¢n. Llegar, dice, antes que nadie, que las mismas autoridades. ¡°No pod¨ªamos creer que no hubiera llegado nadie¡±, a?ade su hermano, Fernando.
Pero as¨ª ocurri¨®. Ya era de noche cuando vieron las camionetas de Dawna y Christina. La de Rhonita estaba 20 kil¨®metros adelante, ya cerca de la comunidad de La Mora. Christina estaba tirada en el suelo, en medio del camino. Marco sali¨® corriendo del auto y lleg¨® al carro de Christina. En el asiento del copiloto, en la sillita, estaba Faith. No lloraba, no dec¨ªa nada. Llevaba horas ah¨ª, sola. Viva. Marco se la pas¨® a Shalom. Ella no la solt¨®. La tuvo en brazos cinco horas hasta que todos llegaron al rancho La Mora.
Adri¨¢n cuenta que llegaron finalmente a casa a medianoche. ¡°Nosotros quer¨ªamos velar a los muertos all¨ª, pero nos dio cosita¡±, explica. Adri¨¢n dice que apenas durmi¨® dos horas. Nadie durmi¨® mucho m¨¢s.
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