Bolivia, partida en dos
La renuncia y el relevo de Evo Morales precipitan la crisis social y pol¨ªtica de un pa¨ªs profundamente dividido entre los seguidores del expresidente y el Gobierno interino
El nombre de Evo Morales no es solo la llave de la confrontaci¨®n pol¨ªtica en Bolivia. Su figura de l¨ªder carism¨¢tico trascendi¨® lo estrictamente pol¨ªtico y sigue presente en lo cotidiano, en las conversaciones, en miles de pintadas, en las esperanzas de sus seguidores y en los temores de sus adversarios. Y sus huellas son una muestra de la hegemon¨ªa cultural que ejerci¨® durante casi 14 a?os de Gobierno, que hoy dejan una gran fractura. Todo lo que ha sucedido en los ¨²ltimos a?os en el pa¨ªs gira de alguna manera en torno a ¨¦l y al movimiento que representa. Esta semana, su renuncia, forzada por los militares, y su exilio en M¨¦xico han agravado la conmoci¨®n social.?
La aceleraci¨®n de los acontecimientos desde el pasado domingo ha propiciado un clima de desconcierto y desconfianza que se puede palpar en las calles de La Paz y Santa Cruz de la Sierra. Muchos no entienden todav¨ªa por qu¨¦ Morales se fue. No pocos entienden en qu¨¦ momento el l¨ªder boliviano perdi¨® el apoyo que le hab¨ªa encumbrado como el presidente de Am¨¦rica Latina que m¨¢s a?os seguidos llevaba en el poder.
Hay que remontarse a 2016. ¡°Tal vez el apoyo no era el de antes¡±. En febrero de ese a?o Morales admit¨ªa en una entrevista con este peri¨®dico que su fuerza languidec¨ªa. Lo hac¨ªa horas antes del refer¨¦ndum con el que Bolivia rechaz¨® la posibilidad de modificar la Constituci¨®n para que pudiese volver a ser elegido. Apenas hab¨ªa pasado un a?o desde su ¨²ltimo triunfo electoral, rotundo, pero la gente dio la espalda a Morales, a quien a¨²n le quedaba un mandato. Tiempo en el que se asegur¨® que podr¨ªa volver a optar a la reelecci¨®n gracias al Tribunal Constitucional y al poder electoral.
Tanto en aquella entrevista como hace mes y medio en La Paz, Morales se mostraba tranquilo, ajeno a la derrota que le auguraban las encuestas y a la posibilidad de tener que ir a segunda vuelta tras las elecciones del pasado 20 de octubre. Como si aquello no fuese con ¨¦l. Una seguridad, la que trasladaba, que salt¨® por los aires el pasado domingo despu¨¦s de semanas de denuncias de fraude y una auditor¨ªa final de la Organizaci¨®n de los Estados Americanos (OEA) que recomendaba repetir los comicios.
Un d¨ªa antes de ser derrocado, Morales hace una declaraci¨®n desde el hangar presidencial, situado en el aeropuerto militar de El Alto, la ciudad que siempre lo ha respaldado. Escoge este lugar porque no se siente seguro ni en la Casa Grande del Pueblo, el palacio que se mand¨® construir, ni en la residencia presidencial, en La Paz, una de las ciudades que protestan contra ¨¦l. La Polic¨ªa, en rebeli¨®n, acaba de suspender la custodia de los edificios p¨²blicos.
Morales, demacrado, habla brevemente para ¡°pedir ox¨ªgeno¡±: por primera vez en la historia de su Gobierno llama a los partidos de la oposici¨®n a un pacto pol¨ªtico. Estos, sin pens¨¢rselo dos veces, se cobran la revancha: rechazan el di¨¢logo y dejan que los l¨ªderes c¨ªvicos Luis Fernando Camacho y Marco Pumari, y las decenas de miles de manifestantes que paralizan el pa¨ªs, acaben con el primer presidente ind¨ªgena de Bolivia. Para ellos, simplemente, un ¡°dictador¡±.
El Alto, la principal ciudad ind¨ªgena de Bolivia, se ha convertido en los ¨²ltimos d¨ªas en el principal escenario del malestar magnificado por la dimisi¨®n y el relevo del expresidente. En ese municipio, que en los ¨²ltimos comicios no fue una excepci¨®n al desgaste generalizado del partido de Gobierno, el Movimiento al Socialismo (MAS), el sentimiento de orfandad ha degenerado en violentos disturbios y barricadas que siguen paralizando las comunicaciones.
?Qu¨¦ diferencia a El Alto de La Paz, ciudades colindantes y que en principio deber¨ªan ser una sola? Su composici¨®n social. El Alto es una ciudad fuertemente aimara, incluso en sus clases medias, minoritarias en la urbe. En La Paz, en cambio, las clases medias son la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Un estudio de este a?o del acad¨¦mico Rafael Loayza encontr¨® que, en el barrio m¨¢s ¡°profundo¡± de El Alto, el 90% de los habitantes se identificaban como aimaras. Al mismo tiempo, en ciertos puntos de la zona sur de La Paz, el 90% consideraba que no ten¨ªan etnia alguna. La correspondencia entre estas identidades y el voto a favor o en contra de Morales era, seg¨²n Loayza, casi completa.
En los barrios m¨¢s acomodados de La Paz, la oposici¨®n a Morales durante esta crisis casi fue un¨¢nime. Las campanas de las iglesias llamaban a las concentraciones y marchas; cada noche, a las 21.00, hora elegida en alusi¨®n al 21 de febrero de 2016, el d¨ªa en el que el expresidente perdi¨® el refer¨¦ndum para poder ser reelegido, las calles se llenaban con el ruido de caceroladas. Abogados, m¨¦dicos, empresarios, administrativos, familias con hijos y perro, personas que nunca antes hab¨ªan estado en una protesta social, bloqueaban las calles. El momento en que el alto mando militar ¡°sugiri¨®¡± la renuncia del presidente, cientos de personas en el sur de La Paz hicieron sonar las bocinas de sus veh¨ªculos en se?al de j¨²bilo. En cambio, en El Alto se sigue luchando por Morales.?
Radicalizaci¨®n
¡°Existe una fractura hist¨®rica entre ind¨ªgenas, generalmente pobres, y sectores medios y blancos¡±, explica el periodista e historiador Pablo Stefanoni, experto en Bolivia. ¡°Una actitud que impregna todos los hechos de la historia boliviana es el racismo¡±, a?ade. En medio de su ca¨ªda, el Gobierno intent¨® articular una campa?a contra el racismo, a la que nadie hizo caso, y, en dos conferencias de prensa, el ya exvicepresidente ?lvaro Garc¨ªa Linera mostr¨® im¨¢genes de actos de abuso y discriminaci¨®n de parte de los manifestantes, organizados en grupos juveniles de choque, contra campesinos y gente humilde, que por esta condici¨®n social eran considerados militantes del MAS.
¡°En determinado momento, decir masista se convirti¨® en otra forma de decir indio de una forma peyorativa, pero legal¡¯¡±, se?ala Stefanoni. Alguno que quiso participar en las protestas con una wiphala, la bandera ind¨ªgena que Morales convirti¨® en la segunda del pa¨ªs, sufri¨® represalias: se le consider¨® un ¡°infiltrado¡±. Los manifestantes antievistas se embanderaron con los colores nacionales como nunca antes se hab¨ªa visto en un conflicto social. Y cuando finalmente triunfaron, su festejo incluy¨®, en algunos casos, la quema de la wiphala. Los opositores a Morales, empezando por el excandidato Carlos Mesa, consideran en cambio que el expresidente se aprovech¨® de esa causa para ganar simpat¨ªas, sobre todo en el extranjero, pero que en realidad manipul¨® al mundo ind¨ªgena. ¡°?l no abri¨® la p¨¢gina, la cerr¨®¡±, afirma Mesa para defender los esfuerzos previos de integraci¨®n.
En los ¨²ltimos d¨ªas enarbolan la wiphala, en El Alto y en otras zonas de protesta, los manifestantes que protestan contra el Gobierno interino de Jeanine ??ez. El pasado viernes, miles de personas marcharon unos kil¨®metros desde all¨ª hasta el centro de La Paz para manifestar su rechazo ante el Gabinete de la presidenta que asumi¨® el cargo el pasado martes sin el apoyo mayoritario del Parlamento y a¨²n no ha convocado elecciones. La movilizaci¨®n, encabezada por los ponchos rojos, una suerte de grupo de choque masista, deriv¨® en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, mientras en otra marcha, en la zona cocalera del Chapare, cerca de Cochabamba, los choques con los uniformados dejaron al menos nueve muertos.
Mientras tanto, los mercados de El Alto luc¨ªan desangelados. Dos ancianos vend¨ªan banderitas wiphala por cinco bolivianos (unos 70 c¨¦ntimos de d¨®lar) en un cruce de la avenida 6 de marzo. Decenas de personas buscaban un transporte para volver a su barrio antes del atardecer. Una joven atiende a los clientes en una tienda de alimentaci¨®n. ¡°Tengo miedo, prefiero que se vaya¡±. La tensi¨®n se ha disparado. Casi todas las viviendas y los coches exhiben los colores de la bandera ind¨ªgena para dejar claro de qu¨¦ lado est¨¢n.
Los ¨²ltimos d¨ªas han contribuido a radicalizar las posiciones y a borrar los matices. Muchos ind¨ªgenas, sobre todo j¨®venes, fueron muy cr¨ªticos con la ¨²ltima etapa de Morales. Una prueba es que El Alto est¨¢ gobernado desde 2015 por una alcaldesa del Frente de Unidad Nacional, rival del MAS. Sin embargo, no olvidan lo que el primer presidente ind¨ªgena del pa¨ªs hizo por ellos. En sus casi 14 a?os de mandato, Morales consigui¨® reducir la pobreza ¡ªla extrema ha pasado del 38% al 15%; la pobreza, en total, baj¨® del 60% al 34%, seg¨²n el Banco Interamericano de Desarrollo¡ª y modernizar el pa¨ªs.
Impulsado por el boom de las materias primas, ha logrado que la econom¨ªa boliviana crezca a un promedio anual del 4,9% y que la inflaci¨®n apenas exista. ¡°Al margen de la unidad del pueblo, la econom¨ªa es la clave¡±, dec¨ªa durante la campa?a. Lo apostaba todo a la econom¨ªa y as¨ª qued¨® claro en la ¨²ltima campa?a electoral, cuando se present¨® como garante de la estabilidad. Sus adversarios siempre consideraron ese discurso una falacia. Adem¨¢s, no fue suficiente para rebajar la confrontaci¨®n social.
¡°Guerra civil de baja intensidad¡±
¡°Bolivia vive una especie de guerra civil de baja intensidad y, como es de uso, cada facci¨®n lleva su propia bandera¡±, afirma Stefanoni. Y el uso que el expresidente hizo del racismo tuvo una especie de efecto bumer¨¢n. Loayza sit¨²a en el centro de esa disputa a ¡°los ningunos¡±. Es decir, los bolivianos que no pertenecen a ninguna etnia originaria, son castellanohablantes y viven una vida urbana moderna. Antes de Morales, seg¨²n su an¨¢lisis, ¡°no ten¨ªan una clara identidad ¨¦tnica, comenzaron a adquirirla a partir del discurso masista, que no solo no los inclu¨ªa, sino que los acusaba de ser racistas, haber explotado a los ind¨ªgenas por 500 a?os y haber robado el dinero del pa¨ªs¡±. "Se sintieron segregados¡±. En opini¨®n de este acad¨¦mico, esta sensaci¨®n explica la fuerza, la radicalidad y la persistencia de la movilizaci¨®n de unas clases que los soci¨®logos siempre han considerado ¡°volubles e indecisas¡±. ¡°Lo que hemos visto fue un enorme movimiento de reivindicaci¨®n, en el que los ningunos reclamaron un espacio en el pa¨ªs, un espacio que sintieron, con raz¨®n o sin ella, que el MAS les hab¨ªa quitado¡±, concluye Loayza.
Esa intensidad se sinti¨® especialmente en Santa Cruz, donde prosperaron los llamados comit¨¦s c¨ªvicos, organizaciones vecinales y gremiales que encabezaron las protestas contra el expresidente y que fueron decisivas en su ca¨ªda. El protagonismo de estos grupos liderados por el ultra cat¨®lico Luis Fernando Camacho es otro reflejo del legado de Morales. Tambi¨¦n all¨ª, todo gira, o giraba, en torno a ¨¦l. Aunque fuera para condenarlo como ¡°dictador¡±, ¡°Maquiavelo¡± o ¡°narcotraficante¡±. Esas descalificaciones forman parte de un relato que se aliment¨® de la elevada polarizaci¨®n social y tambi¨¦n de los intentos del exmandatario de perpetuarse en el poder. El rechazo que su figura a¨²n despierta en ciertos sectores es tal que muchos no se creen que se haya ido de verdad o que pueda regresar de M¨¦xico en cualquier momento.
Evo Morales aseguraba esta semana que quiere regresar a su pa¨ªs. Llenaba de condicionales la conversaci¨®n que mantuvo con este diario. ¡°Si es para pacificar¡¡±, ¡°si sirve de algo mi experiencia¡±. El Gobierno de Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador dio asilo pol¨ªtico por razones humanitarias a Morales y le ha protegido desde entonces. El hermetismo sobre ¡°las instalaciones oficiales¡± en las que se encuentra es total. El l¨ªder boliviano se mueve con un despliegue de seguridad como el de ning¨²n dirigente mexicano, siempre acompa?ado de su ministra de Salud y expresidenta del Congreso, Gabriela Monta?o. ?lvaro Garc¨ªa Linera, su vicepresidente, tambi¨¦n asilado en M¨¦xico, es al que menos se ha visto. A ¨¦l se le atribuye el control desde la distancia mientras Morales acude a los actos que le han organizado y da entrevistas denunciando un ¡°golpe de Estado¡±.
Jeanine ??ez, la presidenta interina, advirti¨® el viernes que si decide volver se enfrentar¨¢ a la justicia aunque asegura que no quiere revanchismo ni persecuci¨®n, pero varios gestos de sus ministros han demostrado lo contrario, desde las palabras del nuevo ministro de Gobierno, que amenaz¨® con una "cacer¨ªa" al exministro de Presidencia. Los primeros d¨ªas del Gobierno interino se enmarcan tambi¨¦n en ese clima de radicalizaci¨®n extrema. De un pa¨ªs fracturado en dos.
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