?Qu¨¦ pasa con ustedes, centroamericanos?
Nos conocen poco e incluso a la historia que trajo a millones de nosotros a servir caf¨¦ en estas cafeter¨ªas, a limpiar pisos en estos edificios. El patrocinio de Gobiernos estadounidenses a ej¨¦rcitos asesinos en la regi¨®n durante las guerras civiles son noticia nueva para muchos
?C¨®mo tanta gente soporta eso todos los d¨ªas?
Parec¨ªan preguntas f¨¢ciles, pero no.
Apenas llevo un mes en Nueva York, reuni¨¦ndome con diferentes colectivos e impartiendo clases a universitarios sobre cobertura de violencia y ya me voy acostumbrando a la pregunta certera, corta, molesta.
Como es obvio, la mayor¨ªa de ejemplos que analizamos hablan de Centroam¨¦rica, de una parte muy puntual del istmo: el abismo marginal en el que habitan millones de personas de la clase obrera en Honduras, Guatemala, El Salvador. Los que migran hacia este pa¨ªs, pues.
En Estados Unidos viven m¨¢s de 3,5 millones de centroamericanos. Si patria es v¨ªnculo esencial e incluso lugar de nacimiento, esta es tambi¨¦n patria centroamericana. Y sin embargo, estamos tan lejos.
Nos conocen poco. Conocen muy poco incluso la historia que trajo a millones de nosotros a servir caf¨¦ en estas cafeter¨ªas, a limpiar pisos en estos edificios. El patrocinio de Gobiernos estadounidenses a ej¨¦rcitos asesinos en la regi¨®n durante las guerras civiles o los planes de deportaci¨®n de pandilleros de finales de los ochenta son noticia nueva para muchos. ¡°Eso es un titular¡±, me dijo la editora de una prestigiosa revista estadounidense cuando hace unos a?os escrib¨ª un texto sobre la Mara Salvatrucha 13. En el octavo p¨¢rrafo yo dije que la pandilla naci¨® en California, no en El Salvador. ¡°Era un titular hace m¨¢s de 20 a?os¡±, contest¨¦.
Cada vez que discurso sobre la vida en los barrios y caser¨ªos de la regi¨®n, donde el narco o la pandilla norman el d¨ªa a d¨ªa de los habitantes, surge esa pregunta: ?C¨®mo tanta gente soporta eso todos los d¨ªas? Suelo contestar: "Hay muchos que no lo soportan y ahora viven aqu¨ª, alrededor de ustedes, podr¨ªan preguntarles. Hay muchos que no lo soportan y vienen en camino".
En Centroam¨¦rica, responsabilizar a Estados Unidos sobre algunos de los males que nos deformaron como regi¨®n es discurso asumido por buena parte de la clase intelectual. Aqu¨ª, no, esa postura es la excepci¨®n. Las guerras?centroamericanas no se ven como ra¨ªz, sino como cap¨ªtulo de libro de historia. Somos muy chiquitos y hacemos poco ruido. Es muy com¨²n que la gente entienda el desastre centroamericano como algo plenamente ajeno a este pa¨ªs. El desastre de ellos, dicen muchos, y no el desastre que hicimos juntos. El viaje del migrante que hoy llega desesperado desde Chiquimula, San Pedro Sula o San Miguel no tiene nada que ver con la injerencia estadounidense en los ochenta. Eso no es poca cosa, porque es distinto reconocerse como generador de un problema que como pura v¨ªctima. No es lo mismo decir ¡°?c¨®mo lo resolvemos?¡± que decir ¡°resuelvan eso o les corto la ayuda¡±.
A veces, por ejemplo cuando Trump y su ignorancia vuelven?a hablar de la MS-13 como ¡°cartel internacional¡±, se discute, pero no sobre nosotros, no sobre la historia, sino esencialmente sobre nuestros males, como si un d¨ªa surgieron por generaci¨®n espont¨¢nea: ?Son o no son bad?hombres todos ellos?
?Por qu¨¦ no cambian?
Nunca me lo pregunt¨® nadie con esa literalidad, pero esa es la pregunta que se escond¨ªa en otras varias: ?por qu¨¦ no escogen a otros pol¨ªticos? ?Por qu¨¦, si est¨¢ claro que es una f¨®rmula fracasada, siguen apostando por la represi¨®n como medida de seguridad? ?Por qu¨¦ siguen viniendo a este pa¨ªs si dicen que viven tan mal como indocumentados?
Esa pregunta que constru¨ª con todas las otras, otra de las recurrentes desde que vine, martilla la cabeza. Es sencilla, directa, por eso es tortuosa. Porque en esa inercia va la vida de muchos. El Salvador, por ejemplo, ten¨ªa una tasa de 36,2 homicidios por cada 100,000 habitantes en 2002, el a?o antes de que al expresidente Francisco Flores se le ocurriera lanzar su celeb¨¦rrimo Plan Mano Dura, que bien podr¨ªa haberse llamado Represi¨®n a lo Bestia. Flores entreg¨® el poder a Antonio Saca, siempre del partido derechista Arena, en 2004, ya con una tasa de 48,7. Y Saca, lejos de cambiar, arreci¨® en una exhibici¨®n de originalidad: Plan S¨²per Mano Dura. Cuando Saca entreg¨® el poder en 2009, la tasa era de 71. Y a¨²n ahora, con todo y que se experimenta un descenso importante en los homicidios, mucha gente sigue pidiendo?en redes sociales, en llamadas a la radio y en conversaciones de calle que la represi¨®n sea la soluci¨®n. ¡°Mano dura, ministro; mano dura, presidente¡±, clama buena parte de la sociedad salvadore?a, ignorando todos los a?os pasados, donde la dureza de esa mano solo sirvi¨® para azotarlos a ellos mismos.
Mi respuesta a aquella pregunta sobre el cambio es que no estamos locos ni tenemos da?ado el ADN. Mi respuesta es que conocemos muy poquito la paz. Supimos de guerra. Y se firm¨® la paz. Entonces supimos de otras guerras. Hasta el d¨ªa de hoy. El balazo como soluci¨®n qued¨® interiorizado en la cabeza de decenas de miles que crecieron en medio de balaceras y a quienes nunca nadie les dijo que exist¨ªan otras formas. Para decirlo en t¨¦rminos universitarios estadounidenses: tenemos mucha gente con PhD en fusil.
El otro ingrediente esencial, creo, es que en Centroam¨¦rica tenemos como gobernantes a agentes de la guerra. Es m¨¢s f¨¢cil prometer pu?os cerrados, estrategias de cero tolerancia,?que prometer los poco electoreros planes de reinserci¨®n, de prevenci¨®n y rehabilitaci¨®n. Es m¨¢s f¨¢cil vender trompadas que oportunidades.
?Cu¨¢l es la soluci¨®n?
Es una pregunta tan estadounidense: seca, pr¨¢ctica, sin rollos para preguntar algo tan enrollado. Esa asoma al final de cada conversaci¨®n; tras cada presentaci¨®n, aparece. He aprendido a agradecer esa pregunta: nos la hacemos poco en Centroam¨¦rica. Se?alar problemas se nos da con m¨¢s facilidad que sugerir soluciones. Y, sin embargo, por m¨¢s que cavile caminando decenas de cuadras en el Downtown?de Manhattan, no llego a una respuesta. Quiz¨¢, como mucho, a un ingrediente.
Creo que la soluci¨®n pasa porque la gente se harte. Se harte de esos pol¨ªticos. Se harte de esa miseria. Se harte de esas escuelas, de esas pensiones, de esos pandilleros, de esos polic¨ªas, de los manoduristas?de pacotilla, de esos salarios m¨ªnimos y esos hospitales nauseabundos. El hartazgo y la rabia son vecinos. Y la rabia y la apat¨ªa son incompatibles.
Es dif¨ªcil que pase, porque la pregunta de decenas de miles de centroamericanos del norte cada ma?ana es: ?conseguir¨¦ para la cena de hoy? El hambre aplaca otras necesidades, como la de una vida digna. Sin embargo, s¨¦ que en ese modelo para no armar que son los pa¨ªses del tri¨¢ngulo norte de la regi¨®n, un ingrediente necesario ha sido la sumisi¨®n de los sectores populares: miedo a manifestarse, miedo a reclamar, miedo a llenar las calles.
El ¨²nico pol¨ªtico ¨²til en Centroam¨¦rica es aquel que viva cercado; cercado por una sociedad que le impida ir a donde le d¨¦ la gana. ¡°Los pol¨ªticos ¨Cme dijo un buen amigo- son como las vacas. Si no los cerc¨¢s se van siempre al carajo¡±. Y en Centroam¨¦rica, demasiados pol¨ªticos pastan donde les da la gana.
?Y la gente sale a las calles a protestar?
Con esa pregunta suelen joderme el resto del d¨ªa.
EL PA?S y EL FARO se unen para ampliar la cobertura y conversaci¨®n sobre Centroam¨¦rica. Cada 15 d¨ªas, el s¨¢bado, un periodista de EL FARO aportar¨¢ su mirada en EL PA?S a trav¨¦s de an¨¢lisis sobre la regi¨®n, que afronta una de sus etapas m¨¢s agitadas.