El virus acecha a los pueblos de desierto
Los nativos americanos del norte de M¨¦xico y sur de Estados Unidos se protegen del enemigo que mata al ¡°hombre blanco¡±
Tuvo 28 hijos, pero solo sobrevivieron 13 y adem¨¢s crio a otros siete que no eran suyos. A sus 84 a?os no espera grandes sorpresas de la vida ni deja que el coronavirus le quite la sonrisa de la cara. ¡°S¨ª, s¨ª, los hijos me dicen que no salga, pero si no salgo, si voy de la casa al ramal y del ramal a la casa¡±. Herlinda Le¨®n Pacheco, hija de mineros y viuda de minero. Por sus venas corre sangre yaki y sangre mayo. Su descendencia tambi¨¦n se dice o¡¯odham. Son todos ellos pueblos originarios de Am¨¦rica que a¨²n se autodenominan Naci¨®n aunque est¨¢n divididos por la frontera entre M¨¦xico y Estados Unidos. La lucha por preservar su identidad cultural, su lengua, sus costumbres, les aboca a un choque anacr¨®nico para el que no tienen una respuesta f¨¢cil. El coronavirus les ha lanzado de nuevo contra esa tesitura. ?Protegerse o abandonarse a sus dioses? ?Mascarillas y confinamiento o curas tradicionales? ¡°Yo conf¨ªo en la medicina, necesitamos a los doctores, pero tambi¨¦n la natural es buena para el cuerpo, desintoxica, las dos son buenas¡ Dicen que [el coronavirus] es como una grasita que se aloja en la garganta y que se alivia con un t¨¦ caliente de hierbas y con el eucalipto¡ Pero en Salud nos piden que mejor acudamos al m¨¦dico¡ Ay, Dios¡±, dice por tel¨¦fono Elizabeth Cortez Wilson, de 52 a?os, que pertenece a una comunidad cucap¨¢ de Sonora.
En Pozas de Arvizu, que as¨ª se llama la comunidad de Elizabeth, viven unas 25 familias. Est¨¢ a 18 kil¨®metros de San Luis R¨ªo Colorado, una poblaci¨®n donde avanzan los contagios y los fallecidos y adonde bajan a comprar los nativos cucap¨¢. Al poblado a¨²n no ha llegado la muerte, pero el miedo s¨ª. El Gobernador principal se niega en redondo a recibir la visita de los periodistas. El virus est¨¢ rondando la aldea, el Facebook avisa de un contagio no confirmado en un ejido lim¨ªtrofe y el WhatsApp comunica la muerte del yerno del due?o de una cervecer¨ªa a quien ¡°no m¨¢s le entregaron las puras cenizas¡±. Los cucap¨¢s se est¨¢n viendo rodeados y extreman las precauciones. ¡°Algunos, porque otros siguen pensando que esto es cosa del Gobierno para subir los precios¡±, comenta Elizabeth.
Por razones que quiz¨¢ alg¨²n d¨ªa se analicen con luz cient¨ªfica, el virus parece, por ahora, m¨¢s c¨®modo en la costa pac¨ªfica que en la atl¨¢ntica, los l¨ªmites oce¨¢nicos de la frontera norte mexicana. Si en Cananea o en Caborca (Sonora) la enfermedad est¨¢ a¨²n en fase embrionaria, camino de San Luis R¨ªo Colorado, Mexicali o Tijuana (Baja California), la situaci¨®n cobra ya tientes dram¨¢ticos. As¨ª que mejor detenerse en Caborca y saludar a Mat¨ªas Valenzuela Estevan, el m¨¢s joven del pu?ado de nativos, apenas 11, que a¨²n conversa en lengua o¡¯odham (pron¨²nciese otam). Mat¨ªas no quiere visitar a sus padres, que viven adentro del desierto, porque all¨ª est¨¢n a salvo del virus que a ¨¦l le ha dejado sin trabajo: esperaba continuar con sus clases de lengua ind¨ªgena financiadas por el Ayuntamiento de Caborca, pero no va a ser posible. En este pueblo de 60.000 habitantes las autoridades se han tomado el asunto con rigor y la polic¨ªa vigila el toque de queda, que empieza a las seis de la tarde, con el sol a¨²n alto, y concluye a las seis de la ma?ana.
El viento en Caborca recuerda a los visitantes que se han detenido en alg¨²n lugar del desierto de Sonora, una inmensidad espiritual dif¨ªcil de describir. Sopla y sopla sin dar tregua a las palmeras. Dos agentes de la comisar¨ªa arr¨ªan la bandera de M¨¦xico que no se deja agarrar, el aire la trae loca. Con paciencia la van doblando. El sol cae a plomo. ¡°Pues hay gente que antes de que empiece el toque de queda ya ha ido al almac¨¦n y ha hecho acopio de cervezas y licores. Tenemos las mismas denuncias pero m¨¢s temprano que antes, jeje. Algunos hasta organizan fiestas y se juntan todos. As¨ª que si usted me pregunta si est¨¢n haciendo caso de las recomendaciones, le dir¨¦ que no¡±, vuelve a re¨ªr el agente m¨¢s parlanch¨ªn. Cuando todo el mundo est¨¢ obligado a recogerse en casa, la polic¨ªa local monta guardia en algunos puntos de Caborca. ¡°Solo puede ir uno en el coche y siempre que sea para la farmacia, el hospital, alguna emergencia. Cuando paramos les preguntamos y nos dicen que vuelven a casa del trabajo, les solicitamos alg¨²n recibo que muestre su domicilio y comprobamos que van en direcci¨®n contraria; que iban a visitar a un amigo¡ Aj¨¢, entonces no ibas a tu casa, eh¡¡±, sigue relatando el agente. Ya han pasado en la celda de la comisar¨ªa m¨¢s de una decena de personas y las multas van de 2.000 a 7.000 pesos (entre 100 y 350 euros).
Caborca no llega a los 10 contagios oficiales, pero los agentes no dejan de recordar que M¨¦xico ya est¨¢ en la fase 3, la etapa m¨¢s cr¨ªtica de la pandemia. Poca broma. El viento bate la doble puerta de cristal de la comisar¨ªa, que da acceso al recibidor, donde una de las paredes est¨¢ dedicada a los compa?eros muertos en acto de servicio, siete. La seguridad, o la violencia, sigue siendo en Caborca la prioridad de los uniformados. En este cap¨ªtulo lo ¨²nico que se contagia es la muerte. ¡°Paras un coche cualquier d¨ªa y te acribillan a balazos¡±. No miente el polic¨ªa, y cuando caiga la noche los periodistas podr¨¢n comprobar el grado de emergencia en una ciudad como esta.
A eso de las ocho, el comandante pretende acompa?ar a las patrullas sanitizadoras. Son voluntarios del sector minero, agr¨ªcola y de los bomberos que salen al oscurecer con sus camiones cisternas, 10.000 litros de agua con jab¨®n, y a manguerazo limpio van desinfectando las puertas de los hospitales, los bancos, las farmacias, los supermercados, la casa del migrante, las dependencias de la guardia urbana. La espumilla del jab¨®n deja un oleaje marino por todas las aceras de la ciudad. Caborca nunca estuvo m¨¢s limpia.
Pero una llamada a la comisar¨ªa ha impedido a varias unidades policiales salir hoy con los sanitizadores. Se est¨¢n cruzando disparos en una calle. Con las sirenas gritando, las camionetas salen a toda pastilla. En Caborca la violencia se ve. Mientras la pipa de agua con jab¨®n desinfecta las calles, otra camioneta se para a saludar, el conductor baja el cristal oscuro y los agentes reconocen al personal de la Fiscal¨ªa. Llevan un buen pu?ado de cajas mortuorias en el remolque. Y est¨¢n llenas. Y no es la covid-19. No hay m¨¢s datos.
Ajeno a las balaceras y al coronavirus, Mat¨ªas, de 29 a?os, se detiene respetuoso junto al lago sagrado de los o¡¯odham, a una hora del centro de Caborca, en la comunidad de Quitovac. El agua siempre ha sido sagrada y m¨¢s en el desierto. En este lago habita un monstruo de cuya panza sacaron a varias personas, como Jon¨¢s y la ballena en el imaginario cat¨®lico. Mat¨ªas empieza confiado en su fe de ¡°renacido¡± a la tradici¨®n ind¨ªgena: ¡°Yo no tengo miedo del virus porque s¨¦ que no me voy a contagiar y si me contagio me curo con mis medicinas. Yo ya no soy cat¨®lico, renac¨ª y aprendo otras cosas. Mi am¨¢ me cur¨® de peque?o de la influenza con un t¨¦ de hierbas, all¨¢ en Cumarito¡±, dice. Pero no pasar¨¢n muchas horas sin que la conversaci¨®n revele las contradicciones que anidan en la mente de los nativos americanos respecto a sus costumbres y las del ¡°hombre blanco¡±, como les dice Mat¨ªas.
?l estudi¨® al otro lado de la frontera, en la reserva para los nativos que acot¨® Estados Unidos, as¨ª que sabe tres idiomas. All¨ª, al otro lado, hay contagios, mientras que en Quitovac no, como ocurre en buena parte de la frontera, que el lado norte est¨¢ m¨¢s perjudicado, al menos eso dicen las cifras. En este caso se puede pensar que es por la densidad de poblaci¨®n. Mientras en M¨¦xico apenas quedan unos 3.000 o¡¯odham y dispersos por cientos de kil¨®metros, en la parte gringa son entre 5.000 y 6.000. All¨¢, donde estudi¨® la preparatoria el joven Mat¨ªas, se ha conservado mejor la lengua originaria, pero, a cambio, el virus est¨¢ siendo m¨¢s invasor. Hay una puerta en la l¨ªnea divisoria, la de San Miguel, que permite la entrada y salida a los ind¨ªgenas que muestran una tarjeta identitaria. Los dem¨¢s han de cruzar por la aduana correspondiente. Y estos d¨ªas est¨¢ cerrada para todos.
El hijo de do?a Herlinda lleva la tienda de abarrotes de Quitovac y talla cubiertos de madera. Por las puertas traseras de su vivienda pasean las gallinas y los perros. ?scar Velazco Le¨®n es el curandero del pueblo, y lleva la mascarilla puesta, la viva imagen del choque de creencias que sacude a esos pueblos frente al coronavirus. No hace unos momentos ha preparado un sahumerio con uno matojos para purificar su casa y se queja de que ¡°la tele est¨¢ matando a la gente de tanto repetir lo del coronavirus¡±. ¡°Yo lo s¨¦ porque tengo algunas visiones, como cham¨¢n¡±, dice. Pero de inmediato asegura que ¡°hay que cuidarse¡± y que la mascarilla ¡°es para ir a Sonayta a comprar, que ahora es obligatorio¡±. No se la quita. O dice: ¡°Aqu¨ª el miedo no existe¡± y al rato: ¡°De que se tiene miedo se tiene, la tele asusta mucho¡±. Y aconseja las cl¨¢sicas medidas de higiene.
Tampoco Mat¨ªas ir¨¢ a visitar a sus padres, ni a su pareja en la universidad de Hermosillo. Y se cuidar¨¢. Y el gobernador tradicional de los cucap¨¢, en Pozas de Arvizu, Alfonso Tambo Cese?a, se niega a recibir a los periodistas. ¡°Lo hago por mi pueblo, no podemos dejar que entre nadie. Como dec¨ªa mi padre, la vida no reto?a. Nuestros antepasados sab¨ªan que con el cambio de estaciones llegaban las enfermedades, ellos usaban hierbas tradicionales. Las hierbas pueden aliviar la tos, la gripa, algunos dolores leves, pero para este virus¡No creo que haya cura, pero si est¨¢n muriendo hasta los m¨¦dicos¡±, dice. ¡°Lo que estamos aprendiendo, para siempre, es que el uso de las mascarillas sirve para no contagiar al otro. Los chinos siempre se lo ponen. Qu¨¦ raz¨®n ten¨ªan esos chinos¡±.