La pen¨²ltima batalla de las perdedoras de la guerra
Supervivientes e historiadores recuerdan las agresiones que sufrieron las mujeres en el fin de la contienda y su papel protagonista en la reconstrucci¨®n del pa¨ªs
La joven Helga Cent-Velden ten¨ªa entonces 18 a?os. Una vecina la hab¨ªa delatado y los soldados rusos fueron directos a buscarla a la casa trasera. ¡°Cuando escuch¨¦ que golpeaban la puerta con un arma, supe que eran ellos. Me escond¨ª en la esquina de un armario, me acurruqu¨¦ y me cubr¨ª de ropa. Registraron toda la casa pero no me encontraron¡±, recuerda con precisi¨®n ahora en Berl¨ªn. Aquella era la primavera de 1945 y Cent-Velden logr¨® burlar escondida a los soldados rusos que violaron a sus vecinas. Cuando callaron las bombas, la joven Cent-Velden sali¨® a las calles de Berl¨ªn a limpiar escombros y a reconstruir el nuevo pa¨ªs junto con miles de mujeres.
Cuando se conmemora el fin de la Segunda Guerra Mundial hace ahora 75 a?os y de la derrota del r¨¦gimen nazi que aniquil¨® a seis millones de jud¨ªos, Cent-Velden y otras testigos directas rememoran la esperanza ante el fin de la guerra. Pero tambi¨¦n los abusos, el miedo, la lucha por sacar adelante a la familia y hasta los suicidios de mujeres del bando perdedor, que se sintieron incapaces de afrontar un futuro que Joseph Goebbels hab¨ªa pintado con rabo y cuernos de diablo. Los investigadores han ido arrojando en los ¨²ltimos a?os luz sobre la lucha por la supervivencia de las mujeres de a pie en aquellos meses, en los que la barbarie de la guerra hab¨ªa condenado a muchos hombres al frente o a la tumba.
A sus 93 a?os, Cent-Velden posa hoy sonriente en su apartamento berlin¨¦s, dos calles m¨¢s all¨¢ de la casa en la que creci¨®. Ha perdido la vista, pero mantiene una memoria y una locuacidad envidiables. ¡°Los soldados sovi¨¦ticos se llevaron a muchas mujeres de los s¨®tanos para divertirse. En mi barrio hubo muchas violaciones y suicidios¡±, recuerda. Ella viv¨ªa junto al Tiergarten, donde los soldados fueron entrando casa por casa. Cerca de la suya, hab¨ªa un hospital en el que las enfermeras ¡°sufrieron mucho, porque los rusos se portaron muy mal¡±. Cent-Velden logr¨® esquivar hasta dos veces a aquellos soldados sovi¨¦ticos que hablaban una lengua que no entend¨ªa y que le resultaban temibles.
Las agresiones de las que habla Cent-Velden no son un caso aislado. Las estimaciones de Miriam Gebhardt, profesora de Historia de la Universidad de Constanza hablan de cientos de miles de v¨ªctimas de violaciones y no todas a manos de los temidos soldados rusos, sino tambi¨¦n de americanos, franceses e ingleses. Gebhardt, autora de Als die Soldaten kamen (Cuando llegaron los soldados), explica que ¡°cuando llegaban los vencedores, registraban las casas para buscar a gente del partido y armas. Primero confiscaban los objetos de valor y a veces tambi¨¦n violaban a las mujeres. Hubo agresiones en grupo, en las casas, en los bosques o en burdeles ambulantes montados en hoteles¡±, detalla.
Sus estimaciones, basadas en parte en extrapolaciones, hablan de cerca de 860.000 v¨ªctimas. Gebhardt reconoce que se trata solo de una aproximaci¨®n, que no es posible tener una cifra concreta porque muy pocas mujeres hablaban de lo que les hab¨ªa pasado, en parte porque tem¨ªan que les culparan de haber tratado de seducir a su agresor. ¡°Fueron episodios generalizados de violaciones contra las mujeres en toda Alemania¡±. La violencia contra las mujeres dur¨® hasta el final de la ocupaci¨®n en 1955, seg¨²n Gebhardt, quien explica que el tema se abord¨® al principio para determinar si el Estado pagar¨ªa pensiones a los ni?os nacidos de esas violaciones, pero que luego cay¨® en el olvido. Las memorias an¨®nimas tituladas Una mujer en Berl¨ªn, en la que la autora narra la violencia sexual durante aquellos meses tard¨® d¨¦cadas en convertirse en superventas.
Cent-Velden explica el por qu¨¦ del silencio. ¡°Conoc¨ª a mujeres que hab¨ªan sido violadas por los rusos, pero entonces, no se hablaba de las cosas terribles que le hab¨ªa pasado a cada uno. Todo el mundo estaba traumatizado. Empezaron a hablar poco a poco, en los meses siguientes. Yo misma no pude hablar de lo que me pas¨® hasta la reunificaci¨®n¡±. Los relatos, muchos ya perdidos, forman parte del sufrimiento de la gente corriente del bando agresor y vencido, que tard¨® m¨¢s en aterrizar en los libros de historia y de asentarse en la memoria colectiva.
Marita Krauss, historiadora de la universidad de Augsburgo, describe c¨®mo fue la lucha por la supervivencia de las mujeres en aquellos meses y semanas. C¨®mo por todas partes la gente, sobre todo las mujeres, trataban de conseguir comida, de vender joyas, alfombras. ¡°Se buscaban la vida, para alimentar a la familia con lo que fuera. Iban al campo a recoger cardos y hierbas para ensaladas, bellotas para moler y hacer harina pan o caracoles para dar prote¨ªnas a los ni?os, pero sobre todo patatas, muchas patatas¡±. Cuenta Krauss que enseguida hubo peri¨®dicos de mujeres donde imprim¨ªan recetas con ingredientes de emergencia, con las que se esforzaban por crear la ilusi¨®n de una cierta normalidad. Las mujeres fueron asumiendo mayores puestos de responsabilidad, por ejemplo subiendo escalones en las empresas y reemplazando a hombres que se hab¨ªan ido a la guerra.
Ilse Grob tiene ahora 90 a?os y vivi¨® la guerra en el norte, en el Estado de Schleswig Holstein, recuerda bien las sensaciones contradictorias con las que abordaron el fin de la guerra. ¡°Est¨¢bamos muy contentos de que no hubiera m¨¢s combates, pero ten¨ªamos miedo de los fan¨¢ticos del nacionalsocialismo que andaban por ah¨ª y de qu¨¦ iba a ser de nosotros. ?ramos los perdedores y los que hab¨ªamos empezado la guerra¡±.
Ese profundo sentimiento de inseguridad llev¨® a decenas de miles de alemanes a suicidarse, seg¨²n la investigaci¨®n del historiador Florian Huber. ¡°En Alemania tenemos desde hace d¨¦cadas un debate interno sobre nuestro pasado, pero no hablamos de la gente que se suicid¨®, porque no encajan en la narrativa de buenos y malos¡±, sostiene Huber, autor de Kind, versprich mir dass du dich erschiesst, algo as¨ª como Hijo, prom¨¦teme que te disparar¨¢s. ¡°Los suicidios fueron un fen¨®meno en toda Alemania, pero sobre todo en la zona sovi¨¦tica, porque la gente ten¨ªa miedo de las represalias y las mujeres tem¨ªan las violaciones¡±, explica ahora en una entrevista.
Las investigaciones de Huber le llevan a concluir que no hab¨ªa un perfil determinado, que los suicidios afectaron a todo tipo de gente corriente y tanto a nazis como a izquierdistas. ¡°La primera causa fue la experiencia de la violencia, de quienes vieron c¨®mo mataron a sus maridos o de mujeres que fueron violadas y no pudieron superar el dolor y la humillaci¨®n que sent¨ªan. Pero tambi¨¦n estaba el propio miedo a la violencia. Hab¨ªan escuchado historias de que los soldados arrancar¨ªan la lengua de sus hijos y los ojos de las mujeres, que violar¨ªan a todo el mundo. Cund¨ªa la sensaci¨®n de que no hab¨ªa futuro¡±. Cent-Velden coincide: ¡°Muchas mujeres se suicidaron porque no sab¨ªan qu¨¦ iba a ser de ellas ni de su familia. La propaganda nazi nos hab¨ªa dicho que iba a ser m¨¢s terrible de lo que luego fue. S¨ª, fue terrible, pero sobrevivimos¡±.
Hab¨ªa adem¨¢s, seg¨²n Huber, ¡°un sentimiento de culpa y de complicidad por lo que hab¨ªa pasado con los jud¨ªos. Todos los adultos sab¨ªan lo que pas¨® en los campos¡±. Krauss explica que ¡°el conocimiento de lo que hab¨ªa pasado con los jud¨ªos estaba presente. La gente hab¨ªa visto c¨®mo desaparec¨ªan, c¨®mo los deportaban. Puede que muchos no supieran qu¨¦ pasaba exactamente con ellos, pero todo el que tuviera un familiar en el frente lo sab¨ªa y la gente escuchaba en secreto la BBC, pero no se hablaba de ello en p¨²blico¡±. Grob asegura que antes de terminar la guerra ya sab¨ªan que hab¨ªa gente que hab¨ªa desaparecido y que hab¨ªa rumores de que hab¨ªa campos de concentraci¨®n. ¡°Fue despu¨¦s, en la radio de los ingleses, donde empezamos a conocer el detalle de las atrocidades¡±.
Cuando las bombas dejaron de caer, el paisaje de muchas ciudades alemanas amaneci¨® sembrado de escombros. Ocho millones de hogares hab¨ªan sido destruidos. La reconstrucci¨®n f¨ªsica del pa¨ªs corri¨® en paralelo a la psicol¨®gica de hombres y mujeres rotos por la guerra. Como miles de mujeres, Cent-Velden se puso manos a la obra y se convirti¨® en una de las c¨¦lebres mujeres de los escombros, las Tr¨¹mmerfrauen, que trabajaron con sus manos para devolver la normalidad al pa¨ªs, y que hoy son una figura m¨ªtica en Alemania. Muchos hombres estaban muertos, heridos o encarcelados. M¨¢s de una decena de estatuas rinden tributo a estas mujeres en toda Alemania.
Primero le toc¨® la zona de Tiergarten, donde hab¨ªa que retirar todo lo que los soldados hab¨ªan dejado atr¨¢s: mochilas, cascos, botas, ropa, munici¨®n y hasta granadas de mano, que tiraban al lago y algunas de las cuales terminaron por estallar. M¨¢s tarde, fue destinada a una cuadrilla en la Postdamer Strasse, donde recogi¨® escombros con las manos desnudas. ¡°No ¨¦ramos hero¨ªnas; era una situaci¨®n de emergencia y ten¨ªamos que trabajar para comer¡±, reflexiona Cent-Velden.
Recientemente ha surgido un cierto debate sobre la verdadera dimensi¨®n del fen¨®meno de las Tr¨¹mmerfrauen, tras la publicaci¨®n del trabajo de la historiadora Leonie Treber, que sostiene que no fueron tan numerosas como a menudo se cree y que dependi¨® mucho de la zona del pa¨ªs. Asegura adem¨¢s que ¡°a partir de 1946 ese trabajo ya empez¨® a profesionalizarse. No fue tanto un fen¨®meno colectivo como regional¡±. Pol¨¦micas aparte, el lugar que ocupan las mujeres de los escombros en la memoria colectiva de Alemania es indisputable. ¡°Sin esas mujeres, las Tr¨¹mmerfrauen, la vida en Alemania habr¨ªa sido insoportable. Su fuerza, emocional y f¨ªsica puso en pie al pa¨ªs¡±, escribe Neil Mac Gregor en Alemania, memorias de una naci¨®n.
Refugiadas
Karin Voss era una ni?a cuando acab¨® la guerra y recuerda el cielo rojo, ardiendo un d¨ªa y c¨®mo llovieron cenizas al d¨ªa siguiente, cerca de Hamburgo, en una zona bajo control brit¨¢nico tras la capitulaci¨®n. Recuerda tambi¨¦n ¡°la sensaci¨®n de alivio¡± y el desembarco de miles de refugiados del Este de Europa. A Alemania llegaron cerca de 11 millones de refugiados de Prusia, Pomerania o Silesia entre otras zonas y en varias oleadas, huyendo del Ej¨¦rcito Rojo. En casa de Voss, como en muchas otras en el campo, se instalaron unos 25, tambi¨¦n madres con hijos. ¡°Las refugiadas contaban historias de c¨®mo hab¨ªan sufrido ataques en el camino. Historias terribles de c¨®mo violaban a las j¨®venes¡±, asegura Voss.
Voss recuerda bien las cadenas humanas de mujeres encaramadas a las monta?as de escombros. ¡°Llevaban la cabeza cubierta con un pa?uelo para protegerse del polvo¡±. Habla tambi¨¦n de las dificultades para conseguir comida y objetos para quemar. ¡°Ese invierno fue terrible y la gente muri¨® de fr¨ªo y de hambre. Los primeros diez a?os despu¨¦s de la guerra fueron muy dif¨ªciles¡±, cuenta esta mujer que trabaj¨® como agricultora y despu¨¦s como agente inmobiliaria. En aquellos a?os, cuando viajaba de su pueblo a Hamburgo ve¨ªa desde la ventanilla del tren c¨®mo cada vez hab¨ªa menos escombros y m¨¢s casas. ¡°Nuestro ¨²nico deseo era que no hubiera nunca m¨¢s una guerra¡±.
Cada vez quedan menos voces como la de Voss, Cent-Velden o la de Grob. Son mujeres que han ido muriendo y su testimonio corre el riesgo de perderse. Cent-Velden, que ha sido maestra e hist¨®rica militante socialdem¨®crata, se esfuerza para que su mensaje no se olvide. ¡°Soy una detractora fan¨¢tica de la guerra. Siempre pelear¨¦ para que lo que pas¨® en tiempos de Hitler no vuelva a suceder. En Alemania tenemos paz desde hace 75 a?os y eso es sobre todo gracias a Europa, a la Uni¨®n Europea. No debemos olvidarlo¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.