Lo ¨²nico sorprendente es que haya tardado tanto
Los estadounidenses llevamos desde 2016 hablando de una guerra civil fr¨ªa
Por supuesto que las im¨¢genes de violencia que atraviesan las ciudades de Estados Unidos no van a resolver nada. Al contrario. La ¨²ltima vez que vimos revueltas parecidas fue en 1968, y entonces ayudaron a Richard Nixon a ganar las elecciones. No solo eso. Hay perspectivas a¨²n peores que otorgar un nuevo mandato al actual presidente. Los estadounidenses llevamos desde 2016 hablando de una guerra civil fr¨ªa. Si la situaci¨®n se calienta, la derecha tiene m¨¢s armas.
De todas maneras, todav¨ªa no sabemos muy bien qui¨¦n est¨¢ detr¨¢s de los actos violentos. Los historiadores demostraron hace tiempo que la violencia contra la que Nixon manifest¨® su rechazo parti¨® tambi¨¦n del Gobierno. Los archivos del FBI ponen de manifiesto que, en aquellos a?os, individuos ajenos a grupos como Estudiantes por una Sociedad Democr¨¢tica (SDS) o los Panteras Negras se infiltraron en ellos no solo para obtener informaci¨®n, sino tambi¨¦n para provocar acciones violentas. Lo ¨²nico que podemos saber en estos momentos es que grupos independientes de blancos armados vestidos de negro van a las manifestaciones con esa misma intenci¨®n, y que est¨¢n bien organizados en las redes sociales. El jefe de la Polic¨ªa de Nueva York ha llegado a publicar v¨ªdeos en los que ense?a c¨®mo distinguir a los manifestantes de los saqueadores. Donald Trump responsabiliza de la violencia a una imprecisa Antifa. Pero, como todo el mundo sabe, su fuente de informaci¨®n es Fox News, y las peores im¨¢genes que he visto muestran c¨®mo la polic¨ªa disuelve a la fuerza una manifestaci¨®n pac¨ªfica para que Trump pueda posar con una Biblia.
Por supuesto, tambi¨¦n hay manifestantes que queman coches de polic¨ªa y destrozan escaparates en respuesta a la violencia demasiado habitual contra las personas. Si han estallado las protestas ha sido porque George Floyd y Breonna Taylor no son sino los ¨²ltimos de una larga lista de negros v¨ªctimas de la violencia de los blancos. El precario estado de salud responsable de que los negros enfermen de covid-19 tres veces m¨¢s que los blancos contribuye a ello. Pero el problema de fondo no es este, ni tampoco la esclavitud de los negros, que acab¨® hace 155 a?os. El problema de fondo es el falseamiento de la historia.
Al contrario que otros pa¨ªses, Estados Unidos no se construy¨® sobre la base de la etnia ni del pueblo, sino de unos ideales. ¡°Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son iguales¡±, afirma la Declaraci¨®n de Independencia, como cualquier ni?o estadounidense sabe. Durante mucho tiempo se ocult¨® que los hombres que la redactaron ten¨ªan esclavos. La fiesta m¨¢s querida de los estadounidenses es Acci¨®n de Gracias. En ella se expresa el agradecimiento no solo al Creador, sino tambi¨¦n a los indios, sin cuya ayuda los primeros europeos no hubiesen sobrevivido. Las pel¨ªculas de Hollywood, encargadas de demonizarlos, encubrieron el verdadero ¡°agradecimiento¡± que estos recibieron.
La guerra civil no se pod¨ªa borrar de la historia. En ella murieron m¨¢s soldados estadounidenses que en todas las dem¨¢s guerras del pa¨ªs juntas, y sus consecuencias est¨¢n cada vez m¨¢s a la vista. Pero ?por qu¨¦ hubo una guerra civil entre 1861 y 1865?
Es una pregunta a la que tienen que responder los emigrantes en su examen para obtener la nacionalidad. Es la ¨²nica pregunta que admite dos respuestas completamente distintas. Quien da la respuesta del Norte, acierta: la causa fue la abolici¨®n de la esclavitud. Pero tambi¨¦n acierta quien marca la respuesta del Sur: se luch¨® para defender el federalismo, es decir, los derechos de los Estados individuales. La explicaci¨®n omite de qu¨¦ derechos se habla, a pesar de que la declaraci¨®n de guerra lo enunciaba claramente. La Confederaci¨®n mand¨® a sus hijos al frente para que defendiesen el derecho a esclavizar a otros seres humanos.
Acabada la guerra, al comenzar el breve periodo de la reconstrucci¨®n, se prohibi¨® la esclavitud. El recuerdo de las verdaderas causas del conflicto permanec¨ªa vivo, y los reconstruccionistas radicales lucharon para conseguir m¨¢s derechos civiles para los libertos afroamericanos. Estos no tardaron en obtener el derecho al voto. Los diputados negros ocuparon sus esca?os en Washington, y hubo un reparto de peque?as granjas como reparaci¨®n por el tiempo de esclavitud. Aparecieron instituciones sociales, como colegios p¨²blicos y orfanatos, abiertas a toda la ciudadan¨ªa. Abraham Lincoln fue asesinado no solo por abolir la esclavitud, sino por ser partidario de reconocer m¨¢s derechos civiles a los negros. As¨ª lo proclam¨® el autor del atentado. Pero los reconstruccionistas radicales hab¨ªan perdido el poder en el Congreso y los sucesores de Lincoln no dieron importancia a los derechos de los negros. A fin de ganar las elecciones de 1877, Rutherford Hayes prometi¨® retirar las tropas federales que ocupaban el Sur desde la guerra. Con la retirada llegaron las llamadas Leyes Negras, que privaron de derechos a los afroamericanos, y tambi¨¦n el Ku Klux Klan para salvaguardar la privaci¨®n.
Yo nac¨ª en el Sur, en un mundo en el que estaba prohibido que los ni?os negros y blancos se ba?asen juntos. A pesar de ello, no ten¨ªa la menor idea de c¨®mo hab¨ªan sido los a?os transcurridos entre el final de la guerra y el comienzo del movimiento a favor de los derechos civiles, que se suele datar en 1955. Aunque hab¨ªa visto con mis propios ojos la segregaci¨®n racial, al igual que la mayor¨ªa de los estadounidenses blancos poco sab¨ªa del terror que rein¨® en los a?os que siguieron a la guerra. Mi ignorancia no era gratuita: la ¨¦poca en la que el terror contra los negros no era la norma, sino la ley, se conoce con el eufem¨ªstico nombre de Jim Crow. Y dur¨® mucho. En 1951, una delegaci¨®n de eclesi¨¢sticos portadora de una carta de Albert Einstein, cuya salud por entonces estaba deteriorada, visit¨® la Casa Blanca con el prop¨®sito de convencer a Harry Truman de que prestase su apoyo a una ley federal contra los linchamientos. Truman rechaz¨® la petici¨®n argumentando que ser¨ªa peligroso pol¨ªticamente. En opini¨®n de las j¨®venes afroamericanas fundadoras de Black Lives Matter, los ataques policiales contra los negros forman parte de una tradici¨®n del linchamiento s¨®lidamente arraigada.
Por cierto: el linchamiento no se practic¨® solo en el Sur, y la ideolog¨ªa de la Confederaci¨®n est¨¢ extendida por todo Estados Unidos. Cuando, en febrero, la surcoreana Par¨¢sitos gan¨® el Oscar, Trump pregunt¨® en Twitter por qu¨¦ no hab¨ªa buenas pel¨ªculas estadounidenses como Lo que el viento se llev¨®. Aunque Trump es neoyorquino, me cuesta creer que no sepa que el largometraje no solo idealiza la situaci¨®n en los estados del Sur, sino que glorifica al Ku Klux Klan. Los manifestantes que hace poco protestaban en el Estado norte?o de Michigan contra las medidas frente a la pandemia llevaban banderas de la Confederaci¨®n. A¨²n hoy se sigue recelando de todo lo que proceda de Washington como producto de la Reconstrucci¨®n. Si se quiere entender la oposici¨®n a la reforma de la sanidad de Obama, hay que entender la guerra civil.
Aunque el Sur perdi¨® la guerra, sali¨® victorioso en el relato de esta gracias a los esfuerzos de dos asociaciones hermanas: Hijos de la Confederaci¨®n e Hijas de la Confederaci¨®n. Los hijos y los hijos de los hijos de los soldados que arriesgaron o incluso dieron su vida para defender la esclavitud se ocuparon de escribir la historia oficial. Sembraron el pa¨ªs de monumentos a sus h¨¦roes ca¨ªdos y demonizaron la reconstrucci¨®n. La reci¨¦n creada industria cinematogr¨¢fica les prest¨® su apoyo produciendo no solo Lo que el viento se llev¨®, sino centenares de pel¨ªculas que glorificaban a los rebeldes de los Estados del Sur. Tambi¨¦n la Casa Blanca los escuch¨®. Despu¨¦s de la Primera Guerra Mundial, Woodrow Wilson abog¨® a favor de los derechos de las minor¨ªas europeas, pero en su propio pa¨ªs calific¨® al Ku Klux Klan de ¡°defensores de la naci¨®n aria¡±. Numerosas fuentes alimentaron el mito de la Causa Perdida, una historia b¨¦lica en la que los nobles y valerosos sudistas, que lo ¨²nico que pretend¨ªan era defender su patria, fueron aplastados por los yanquis, m¨¢s numerosos que ellos. Sus hombres fueron heridos o hechos prisioneros, sus mujeres sufrieron vejaciones, sus hijos pasaron hambre, sus ciudades quedaron reducidas a cenizas. Para colmo, los vulgares yanquis tuvieron el atrevimiento de echarles a ellos la culpa de la guerra.
En 2015, Estados Unidos puso en marcha su propia revisi¨®n del pasado cuando el asesino de nueve negros que asist¨ªan a una ceremonia religiosa reconoci¨®, posando detr¨¢s de una bandera confederada, que quer¨ªa desencadenar una guerra racial. Barack Obama habl¨® en el funeral celebrado en Charleston e hizo un llamamiento al pa¨ªs en el que ped¨ªa que esa bandera fuese arriada por fin. Los gobernadores de Carolina del Sur y Alabama, donde a¨²n ondeaba, le hicieron caso, y los principales grandes almacenes del pa¨ªs se comprometieron a no seguir vendiendo s¨ªmbolos de la Confederaci¨®n. Algo nuevo hab¨ªa empezado, y yo quer¨ªa contribuir a ello, sobre todo dada mi condici¨®n de jud¨ªa estadounidense que desde 1982 pasa la mayor parte del tiempo en Berl¨ªn y ha vivido de cerca las dificultades que ha comportado la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica alemana, el antisemitismo y el filosemitismo. A pesar de todo, me siguen impresionando los logros de este pa¨ªs, muy superiores a los de Estados Unidos.
?Se pueden comparar las historias? Las diferencias son f¨¢ciles de enumerar, pero quienes piensan que los cr¨ªmenes nazis no se deben comparar, parece que han olvidado con qu¨¦ frecuencia en nuestro pa¨ªs no solo se compara, sino que se equipara. ?Cu¨¢ntas veces se habla de las ¡°dos dictaduras alemanas¡±? En mi opini¨®n, esta equiparaci¨®n es fundamentalmente err¨®nea. No obstante, las comparaciones son posibles, desde luego, y a veces necesarias. La novela de Toni Morrison sobre la esclavitud est¨¢ dedicada ¡°a los 60 millones¡±. Nadie sabe exactamente cu¨¢ntos africanos fueron asesinados a lo largo de ese tiempo, pero existe abundante documentaci¨®n sobre las distintas formas de muerte y tortura. En los ¨²ltimos a?os, los historiadores tambi¨¦n han intentado llenar los 90 a?os de vac¨ªo de la memoria estadounidense con estudios que muestran que la esclavitud continu¨® hasta 1964 por otros medios.
Entiendo muy bien por qu¨¦ los alemanes ilustrados se niegan a comparar los cr¨ªmenes nazis. Al fin y al cabo, una de las estrategias de exculpaci¨®n nazi, tanto antes como despu¨¦s de la guerra, consisti¨® en utilizar el genocidio de la poblaci¨®n nativa estadounidense para legitimar el empe?o alem¨¢n de ganar espacio vital en el Este. Coincido con la sabia m¨¢xima del pensador b¨²lgaro Tzvetan Todorov, seg¨²n la cual los alemanes tienen que llamar la atenci¨®n sobre la singularidad del Holocausto, y los jud¨ªos, sobre su universalidad. La paradoja solo es aparente. Los alemanes que insisten en la universalidad del crimen suelen perseguir la exculpaci¨®n; los jud¨ªos, asumir tambi¨¦n la responsabilidad de otros cr¨ªmenes.
As¨ª que pas¨¦ medio a?o en el Sur profundo para investigar in situ tanto el falseamiento de la historia como el pensamiento ilustrado. El t¨ªtulo del proyecto era Learning from Germans. Cuando empec¨¦ mi trabajo en 2016, muchos estadounidenses lo rechazaron con horror. Tres a?os despu¨¦s, cuando present¨¦ el libro en Estados Unidos, nadie se escandaliz¨®. Donald Trump, cuyos seguidores no solo agitan los s¨ªmbolos de los Estados del Sur, sino tambi¨¦n la cruz gamada, ha mostrado al pa¨ªs que los nazis no son un problema exclusivamente alem¨¢n. A los estadounidenses que se esfuerzan por recuperar la memoria hist¨®rica les sorprendi¨® y les alivi¨® a partes iguales que los alemanes tambi¨¦n hubiesen necesitado tanto tiempo para cambiar su perspectiva hist¨®rica. Cuando el libro se public¨® en alem¨¢n, fueron los alemanes los contrariados con el t¨ªtulo. Incluso quienes estaban dispuestos a permitir las comparaciones, dudaban de la eficacia de la pol¨ªtica de memoria de su pa¨ªs. A la vista del ascenso de Alternativa para Alemania o del terrorismo de ultraderecha en Halle o en Hanau, ?no habr¨ªa que pensar que el reexamen cr¨ªtico del pasado hab¨ªa fracasado?
La ¨¦poca del terror estadounidense que sigui¨® a la reconstrucci¨®n fue el retroceso de los blancos, que no quer¨ªan renunciar a su posici¨®n dominante, y de quienes no hicieron nada por enfrentarse a los terroristas. Poco despu¨¦s de la victoria de Trump conoc¨ª en Alabama a un viejo activista pro derechos civiles, compa?ero de Martin Luther King. En su opini¨®n, estamos viviendo el final de una segunda reconstrucci¨®n. La carrera pol¨ªtica de Donald Trump empez¨® intentando desacreditar a Obama por ser africano, y su lema ¡°la Casa Blanca debe seguir siendo blanca¡± fue un rev¨¦s al presidente negro que desempe?¨® su cargo con tanta dignidad e inteligencia. Pero no debemos desesperar, insist¨ªa el activista. Tenemos que ponernos a trabajar. De hecho, el proceso estadounidense de reexamen del pasado ha seguido durante el mandato de Trump. En Alabama se ha inaugurado el magn¨ªfico monumento nacional en recuerdo de los linchamientos, el Congreso ha iniciado los debates sobre las reparaciones por el tiempo de esclavitud, y The New York Times desarroll¨® el Proyecto 1619, un amplio intento de reinterpretar la historia estadounidense desde el punto de vista de la esclavitud. Sin embargo, ante la amenaza de una guerra civil, ?basta con estos intentos?
Cuando Los ?ngeles empez¨® a arder, mi hija, que trabaja all¨ª, me mand¨® un mensaje: ¡°Si lees las noticias, me encuentro bien. Hay toque de queda y estoy en casa¡±. ¡°Gracias¡±, le respond¨ª yo. ¡°No salgas¡±. M¨¢s tarde me avergonc¨¦ de ello. Si yo estuviese ahora en Estados Unidos, saldr¨ªa a la calle. Sin c¨®cteles molotov, pero tambi¨¦n sin lamentar que ardiese la sede central de Hijas de la Confederaci¨®n. Cuando la llam¨¦ por tel¨¦fono, mi hija ya estaba participando en la organizaci¨®n de protestas blancas pac¨ªficas para que los negros, que corren m¨¢s peligro, pudiesen quedarse en casa. ?Es demasiado tarde, sobre todo con este presidente? La situaci¨®n nunca hab¨ªa sido tan precaria.
Mi esperanza se funda ahora en los numerosos polic¨ªas blancos y negros que se arrodillan en la calle en solidaridad con los manifestantes, aunque no con todos los excesos que los acompa?an. La historia estadounidense siempre ha estado llena de hombres y mujeres que han luchado para que los ideales del pa¨ªs se hiciesen realidad. Ojal¨¢ prevalezcan.
Susan Neiman es fil¨®sofa estadounidense, actualmente directora del Einstein Forum en Potsdam (Alemania). Su ¨²ltimo libro es Learning from the Germans: Race and the Memory of Evil, sobre la forma en que alemanes y estadounidenses se han enfrentado a su pasado racista.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.