El Gobierno afgano y los talibanes inician en Qatar su primer di¨¢logo directo
Las esperadas negociaciones directas chocan con la ambig¨¹edad de la milicia, la divisi¨®n de los representantes oficiales y las prisas de EE UU para retirar a sus tropas
El Gobierno de Afganist¨¢n y la milicia talib¨¢n van a iniciar este s¨¢bado en Qatar sus primeras negociaciones directas. La esperada noticia no eclipsa las enormes dificultades que afronta el proceso, desencadenado por el deseo del presidente norteamericano, Donald Trump, de sacar a sus soldados del pa¨ªs asi¨¢tico. A principios de semana, los insurgentes lanzaron un ataque en la provincia de Panjshir, una de las m¨¢s seguras hasta ahora, casi al mismo tiempo que su jefe negociador, Abdul Hakim Haqqani, ultimaba los detalles de la cita con el enviado estadounidense para la reconciliaci¨®n, Zalmay Khalilzad. Washington solo ha condicionado la retirada a que empiece un di¨¢logo al que los dirigentes afganos llegan divididos y los talibanes sin haber aclarado su objetivo pol¨ªtico.
¡°Estas importantes negociaciones representan un importante paso hacia la consecuci¨®n de una paz duradera a Afganist¨¢n¡±, ha asegurado el Ministerio de Exteriores de Qatar al anunciar la esperada inauguraci¨®n de los contactos. El acuerdo que Estados Unidos y los talibanes firmaron a finales de febrero para poner fin a la presencia de tropas extranjeras en suelo afgano preve¨ªa que el di¨¢logo se hubiera iniciado a mediados de marzo.
Seis meses despu¨¦s, la paz sigue siendo elusiva. El grupo al que la intervenci¨®n norteamericana ech¨® del poder en 2001, a ra¨ªz de los atentados del 11-S y su connivencia con Al Qaeda, ha dejado de atacar a los uniformados extranjeros, pero no a las fuerzas de seguridad locales. Aun as¨ª, las autoridades afganas han cumplido con el requisito de excarcelar a 5.000 insurgentes (incluidos varios condenados por graves atentados en los que murieron soldados occidentales), tal como preve¨ªa aquel pacto del que no fueron parte.
El presidente Ashraf Ghani acept¨® el envite porque, adem¨¢s de haber defendido el di¨¢logo durante sus dos campa?as electorales, tampoco ten¨ªa otra alternativa. Sin embargo, ha fracasado en su intento de utilizar las excarcelaciones para que los insurgentes redujeran la violencia y estos siguen sin reconocer la legitimidad de su Gobierno. Tampoco ayuda su rivalidad personal con Abdullah Abdullah, a quien derrot¨® por poco en los comicios, y a quien, tras nombrar responsable del ¨®rgano de supervisi¨®n del proceso de paz, ha minado aumentando el n¨²mero de sus integrantes con leales.
Por su parte, los talibanes se comprometieron con EE UU a iniciar, por primera vez, negociaciones directas con el Gobierno y otros representantes de la sociedad para buscar un arreglo pol¨ªtico. Hartos de cuatro d¨¦cadas de guerra, los afganos esperan que ese di¨¢logo conduzca al menos a un cese de las hostilidades. El problema, como se ha puesto de relieve durante estos meses, es que la milicia ve la violencia como una baza para conseguir sus objetivos y estos, m¨¢s all¨¢ de la salida de las tropas extranjeras, no est¨¢n claros.
Su defensa del ¡°Emirato Isl¨¢mico¡±, el tratamiento que exigieron en el acuerdo con EE UU y el nombre que figura en la bandera que acompa?ar¨¢ a sus representantes en Doha, remite a la puritana y brutal interpretaci¨®n de la ley isl¨¢mica (shar¨ªa) que impusieron cuando gobernaron (1996-2001). Las afganas, que bajo su f¨¦rula ten¨ªan prohibido estudiar y trabajar fuera de casa, se han mostrado especialmente preocupadas por su futuro. Resulta dif¨ªcil de imaginar c¨®mo puede reconciliarse el islamismo radical con el proyecto de un Afganist¨¢n moderno y democr¨¢tico que, a pesar de las dificultades, ha ido construy¨¦ndose en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas.
De hecho, los portavoces talibanes se han mostrado deliberadamente ambiguos. Aunque dicen aceptar un Gobierno ¡°incluyente¡±, insisten en su car¨¢cter ¡°isl¨¢mico¡± y evitan mencionar el adjetivo ¡°democr¨¢tico¡±. Muchos afganos dudan de que hayan cambiado y temen que quieran volver a implantar su modelo de sociedad. Pero a pesar de que la milicia controla o disputa casi la mitad del territorio, no ha sido capaz de hacerse con ninguna capital de provincia. Adem¨¢s, buscan el reconocimiento internacional a diferencia del ostracismo del pasado.
Washington podr¨ªa inclinar la balanza como mediador. No est¨¢ claro hasta d¨®nde est¨¢ dispuesto a comprometerse. A pesar del empe?o del embajador Khalilzad, la retirada de fuerzas que acord¨® con los talibanes no est¨¢ vinculada a que estos y el Gobierno alcancen un arreglo. Hasta d¨®nde se sabe (los anexos no se han hecho p¨²blicos), solo exige que la milicia inicie el di¨¢logo con el Gobierno e impida que Al Qaeda y otros grupos yihadistas utilicen territorio afgano para atacar a EE UU o sus aliados. De momento, y a pesar de diversos informes sobre que esa relaci¨®n se mantiene, ya ha empezado la reducci¨®n de tropas.
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