El peligro de la palabra deportaci¨®n
A dos d¨ªas del Brexit, la incertidumbre se convierte en sin¨®nimo de miedo
A las 18.10 del viernes 17 de enero de 2020, catorce d¨ªas antes del principio de la desconexi¨®n Reino Unido-Uni¨®n Europea, el servicio mundial de la BBC de Londres lanz¨® un mensaje que se qued¨® quieto en la pantalla mientras la realidad universal segu¨ªa su curso. Sin parpadeo, ah¨ª estuvo un rato esta l¨ªnea que parec¨ªa de fuego: ¡°Brexit. No habr¨¢ deportaci¨®n autom¨¢tica de ciudadanos de la UE¡±.
Sin vuelo en el verso, escuetamente, resaltaban en esa escritura sin venas de la pantalla dos palabras que Europa y el mundo digieren con la dificultad que el miedo impone a la garganta que almacena los gritos de la historia: deportaci¨®n y autom¨¢tica. Detonar ambos flecos de una misma bomba crean, en el espacio sin alma de los noticiarios, la sensaci¨®n de que a todo el conjunto le sobra solo la palabra No. Un ciudadano al que le cont¨¦ el titular me dijo: ¡°A m¨ª, francamente, me preocupa m¨¢s autom¨¢tica que deportaci¨®n¡±.
Hay palabras redondas y picudas, dec¨ªa ?ngel Ganivet, diplom¨¢tico triste que se ahog¨® adrede en el hielo de Finlandia. Aquel conjunto de vocablos que uni¨® la BBC, incluida la palabra No, son abono de una de las palabras clave en la conversaci¨®n de los ¨²ltimos a?os, la palabra incertidumbre. Son palabras picudas, que te entran en la vena y ya son parte de tu sangre, es decir, del miedo mismo, y no hay diplom¨¢tico que te saque de la impresi¨®n de que ya tienes fiebre como de neumon¨ªa. El Brexit no acoge palabras redondas, de siempre eligi¨® lo afilado.
La palabra incertidumbre, como sin¨®nimo o sustancia de miedo, sube como una culebra entre los que sonr¨ªen ante el efecto suasorio que trata de inculcar la diplomacia de los hechos al ciudadano de la UE que sabe que ya todo el monte no es or¨¦gano. Hay un conjunto de normas de la burocracia que asegura que no pasa nada, que durante meses se estar¨¢ preparando el terreno, adem¨¢s, para que nada pase¡ sino lo que tenga que pasar. El domingo por la ma?ana llegaron ciudadanos hispanos a hablar de lo que les pasa, sintiendo que nada les pasaba. Hasta que, asombrados por las similitudes de sus incertidumbres, sintieron que a todos les pasaba lo mismo: que no sab¨ªan qu¨¦ les iba a pasar.
Esa diplomacia que env¨ªa mensajes de sosiego est¨¢ subiendo la pared m¨¢s dif¨ªcil de la temporada del Brexit a lomos de noticias que parecen de ¨²ltima hora, como fabricadas para que la BBC World Service las mantenga mucho rato en la pantalla de lo urgente. Ayer se col¨® en la prensa una buena nueva que parece hecha para calmar esa fiera que se dice incertidumbre para no llamarla miedo. Dec¨ªa muy destacadamente el Times que el Reino Unido est¨¢ estudiando visas de oro para aquellos talentos mundiales que quieran asistir en el futuro al renacimiento de la ciencia (de la ciencia matem¨¢tica en concreto) hecha en Gran Breta?a.
Era, sin duda, una finta a favor de la obra de propaganda que todo ente en trance de tomar decisiones dr¨¢sticas se plantea para caerle simp¨¢tico a los que los temen m¨¢s que a un nublado. Pero era, en definitiva, para los que no se sienten talentos, o no saben qui¨¦nes van a evaluar sus ingenios, un aviso a caminantes, otro modo de poner en marcha un examen m¨¢s de la ciudadan¨ªa en riesgo cierto de deportaci¨®n, aunque esta no sea autom¨¢tica. Se abr¨ªa, con anuncio de primera plana, una forma m¨¢s de deshojar la margarita: ?me quieren, no me quieren? Aquel ciudadano espa?ol que vio conmigo el titular me dijo: ¡°?Y qui¨¦nes les dicen que los que tienen talento van a elegir quedarse con ellos?¡±.
La margarita es una flor peligrosa, afecta a la duda y al desastre de todas las apuestas. Es como un clar¨ªn del miedo: ?y si no me eligen? ?Y si yo no doy la talla en el examen de matem¨¢ticas? En los a?os setenta del siglo en que el Reino Unido fue a abrazar sin fervor a la Europa que ahora abandona hab¨ªa un ultrapatriota, Enoch Powell, m¨¢s inteligente que humano, que animaba a las huestes del No contra los emigrantes con las amenazas de ¡°r¨ªos de sangre¡± en las calles mansas. Y un noble que ayud¨® a Margaret Thatcher a ser quien fue, sir Keith Joseph, tuvo la ocurrencia de contar hasta media docena de clases sociales conviviendo, y esquiv¨¢ndose, en un pa¨ªs que deb¨ªa tener cuidado con las invasiones b¨¢rbaras.
Los clarines del miedo siempre estuvieron prestos a escuchar m¨²sicas heroicas. Faltan dos d¨ªas para que esa m¨²sica sea el ensayo general de una despedida en la que se ha colado, sin rubor y sin amor, y acaso sin culpa, la palabra deportaci¨®n. Clava¨ªta en el coraz¨®n.
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