El esc¨¢ndalo de los encuentros prohibidos crece y salpica a Boris Johnson
El primer ministro deja la puerta abierta a aprobar nuevas restricciones tras la Navidad
El traje nuevo del emperador ha dejado de ocultar los vicios de Boris Johnson. El primer ministro brit¨¢nico ha cometido el pecado capital de la pol¨ªtica: sugerir que las normas no son aplicables ni a ¨¦l ni a su c¨ªrculo. La cadena de esc¨¢ndalos del partygate (las supuestas fiestas organizadas en Downing Street durante los confinamientos de la Navidad del a?o pasado) le salpica ya personalmente, despu¨¦s de que el domingo por la tarde The Guardian publicara una foto de mayo de 2020, en pleno confinamiento, en la que aparece junto a sus asesores, su esposa y su hijo reci¨¦n nacido disfrutando de vino y queso en los jardines de la residencia oficial. El diario inform¨® el martes de que la investigaci¨®n sobre las reuniones prohibidas que lleva a cabo el Cabinet Office ¡ªel departamento que ejerce de puente entre la oficina del primer ministro y el resto de ministerios¡ª podr¨ªa ampliarse a esta imagen protagonizada por ¨¦l.
De momento, el primer ministro ha ganado tiempo al entregar por adelantado el regalo m¨¢s esperado por muchos: el martes garantiz¨® a los brit¨¢nicos que pueden mantener sus planes para el 25 de diciembre. Pero se reserva el papel de se?or Scrooge tras el d¨ªa de Navidad. El Gobierno ha decidido esperar ante el avance de la variante ¨®micron, pero los r¨¦cords que se registran casi diariamente se dejan notar en los hospitales, lo que podr¨ªa obligar a Johnson a convocar al Parlamento en pleno par¨®n festivo para aprobar nuevas medidas.
Pese a su robusta mayor¨ªa de 80 diputados, la votaci¨®n amenaza con constituir un nuevo trance para un premier acorralado ante su propio Gabinete ¡ªque rechaza endurecer las medidas¡ª y reh¨¦n de un grupo parlamentario en pie de guerra contra cualquier nueva restricci¨®n, como demostr¨® la semana pasada con el mayor mot¨ªn organizado durante el mandato de Johnson, cuando un centenar de parlamentarios se neg¨® a amparar los certificados covid para Inglaterra.
Por si fuera poco, la imagen difundida por The Guardian ha aumentado la sensaci¨®n de caos en el 10 de Downing Street. El premier y su entorno describen un encuentro que cont¨® con 19 personas ¡ªentre ellas, la pareja de Johnson, Carrie Symonds, con su beb¨¦ reci¨¦n nacido en brazos¡ª sin distancia social, ni ordenadores, ni un solo documento o cuaderno a la vista, como se supondr¨ªa en una reuni¨®n ¡°para hablar de trabajo¡±.
El discurso oficial mantiene que los presentes estaban all¨ª por obligaci¨®n laboral, tras una rueda de prensa. El portavoz de Johnson fue m¨¢s all¨¢: ¡°No va contra las normas comer algo fuera de las horas de trabajo¡±. El argumento es, cuanto menos, discutible, ya que las normas estipulaban entonces, en mayo de 2020, que solo dos personas pod¨ªan verse en el exterior y a dos metros de distancia. Pero casi lo de menos es si t¨¦cnicamente incumplieron la ley, ya que la foto evidencia que ignoraron el esp¨ªritu de medidas que ten¨ªan un severo impacto sobre la vida de 68 millones de personas.
Lo m¨¢s arriesgado ahora para Johnson es si la reuni¨®n pasa a ser formalmente investigada, como parte del proceso ordenado por ¨¦l mismo tras el torrente de controversias del partygate. De momento, hay tres reuniones analizadas, dos en Downing Street y una en las instalaciones del Ministerio de Educaci¨®n, pero los t¨¦rminos de las pesquisas establecen que podr¨ªan ampliarse a cualquier otra ¡°alegaci¨®n relevante¡±.
En cualquier caso, el da?o ya est¨¢ hecho. El esc¨¢ndalo ha impuesto sobre su partido las etiquetas t¨®xicas del pasado y, lo m¨¢s preocupante para su marca personal, ha reventado la quimera de presentar a Johnson como un verso libre de la pol¨ªtica brit¨¢nica, de l¨ªder incalificable al que se le condonaban hechos que har¨ªan descarrilar la carrera de dirigentes con m¨¢s empaque y experiencia. No decir la verdad en tiempos de pandemia ¡ªy sobre todo desviarse de las reglas y ocultar la transgresi¨®n¡ª puede tener un alto precio.
El primer ministro sufri¨® la semana pasada el primer aviso en los comicios en la circunscripci¨®n de North Shropshire, en los que los conservadores perdieron uno de sus asientos m¨¢s seguros desde hace d¨¦cadas en Westminster. El propio Johnson, experiodista, culp¨® a los medios de la derrota, pero en la misma acusaci¨®n admiti¨® impl¨ªcitamente la penitencia: la mentira, probada o no, es t¨®xica en las urnas.
En comparaci¨®n con las alegaciones de fiestas navide?as convocadas con antelaci¨®n cuando la mayor¨ªa del pa¨ªs estaba confinado, este cap¨ªtulo m¨¢s reciente ni siquiera es el m¨¢s nocivo. Pero es lo ¨²ltimo que necesitaba un premier en sus horas m¨¢s bajas. La prueba de su vulnerabilidad est¨¢ en las propias filtraciones, un s¨ªntoma del declive de su autoridad m¨¢s que la causa.
No es casualidad que hayan salido a la luz hasta 18 meses despu¨¦s y es dif¨ªcil imaginar que un primer ministro con un f¨¦rreo control del N¨²mero 10 sufriera la bochornosa difusi¨®n de una grabaci¨®n en la que su portavoz admit¨ªa una celebraci¨®n en la residencia oficial en pleno confinamiento, o de la comprometedora fotograf¨ªa en la que ¨¦l mismo aparec¨ªa junto a dos asesores, sin distancia social.
A ¨¦l y a su estilo de liderazgo se le atribuyen la cultura de la permisividad que alent¨® los encuentros. Si no es culpable de haberlos organizado ¡ªsiempre ha mantenido que no era consciente¡ª s¨ª se le puede imputar la querencia a la ocultaci¨®n que ha dominado la gesti¨®n del esc¨¢ndalo.
A la b¨²squeda de la persona que filtr¨® la imagen
La imagen del último disgusto para Boris Johnson fue aparentemente captada desde una galería a la que solo se accede desde las dependencias del Ministerio de Finanzas, lo que ha desencadenado en Downing Street una cacería para identificar a la ya acuñada como “rata fotógrafa” (snappy rat, en inglés). La batida llega tras las organizadas en el pasado para dar con la “rata parlanchina” que había desvelado el segundo confinamiento en 2020 y el “cerdo hablador” que criticó a Johnson tras su inconexo discurso ante la patronal en noviembre, en el que reivindicó al personaje infantil Peppa Pig.
La lógica invitaría a señalar al departamento de Rishi Sunak, titular del segundo cargo más importante del Gobierno y uno de los nombres que más suenan para el relevo al frente del Partido Conservador. Sobre todo, ante las cada vez más sonoras especulaciones sobre un potencial magnicidio —político—, una práctica habitual entre los tories cuando consideran que un líder se ha convertido en un lastre electoral. Sin embargo, las intrigas palaciegas en Downing Street son de más largo alcance.
Las alegaciones sobre el dramático descontrol circulan desde antes incluso de la marcha del antiguo asesor estrella de Johnson, el controvertido Dominic Cummings, hace 13 meses. El ahora enemigo íntimo del primer ministro había instaurado una dinámica en la que la coerción constituía la divisa habitual. Pero el alcance de las filtraciones de estos meses sugiere un escenario sin autoridad ni dirección.
En su carrera tanto periodística como política, Johnson parecía feliz al proyectar un perfil excéntrico, de discursos no lineales y maneras impredecibles hasta para sus más estrechos colaboradores. Pero su singularidad no parece acabar de encajar en el molde del Número 10 y lo que antes era mera extravagancia se transforma en torpeza cuando no hay contrapunto que le marque la pauta.
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