De Nixon a Trump, 50 a?os a la sombra del esc¨¢ndalo del Watergate
Se cumple medio siglo del allanamiento del cuartel general dem¨®crata por unos esp¨ªas que acab¨® con la dimisi¨®n de un presidente
El Watergate es muchas cosas. La madre de todos los esc¨¢ndalos pol¨ªticos. El monumento a la investigaci¨®n period¨ªstica que cincelaron en la pantalla Robert Redford y Dustin Hoffman en Todos los hombres del presidente. La piedra de toque de un diario, The Washington Post, que cambi¨® para siempre con esa cobertura. La bisagra entre el viejo y el nuevo Washington. Y los tres pares de edificios (tres de viviendas, dos de oficinas y un hotel) que componen el complejo del mismo nombre. Todas ellas est¨¢n de una manera u otra de celebraci¨®n este viernes, cuando se cumplen 50 a?os de aquella madrugada de s¨¢bado en la que cinco fontaneros relacionados con la CIA, el exilio cubano en Florida y el Comit¨¦ para la Reelecci¨®n de Richard Nixon allanaron el cuartel general dem¨®crata.
Llegaron ese mismo d¨ªa a la ciudad desde Miami, y se alojaron en el hotel Watergate, en una habitaci¨®n cuyo mobiliario propone a los hu¨¦spedes, medio siglo despu¨¦s, un viaje en el tiempo a raz¨®n de 1.449 d¨®lares (unos 1.370 euros) la noche. Desde all¨ª, trajeados y provistos de guantes quir¨²rgicos, atravesaron por el aparcamiento hasta las oficinas. No era la primera vez que, como parte de un complot de espionaje electoral, entraban a tomar fotograf¨ªas y poner micr¨®fonos en la guarida del enemigo, pero los pillaron cuando un empleado llamado Frank Wills descubri¨® por dos veces cinta adhesiva en una puerta para evitar que esta se cerrara y llam¨® a la polic¨ªa. A las 2:30 los detuvieron.
A los pocos d¨ªas, el portavoz de la Casa Blanca, Ron Ziegler, los llam¨® ¡°ladrones de tercera¡± en la primera de las maniobras de encubrimiento de una conspiraci¨®n con vistas a las elecciones de 1972, que acab¨® el 9 de agosto de 1974 con la dimisi¨®n de Nixon. As¨ª que este viernes tambi¨¦n quedan oficialmente inaugurados los 26 meses de conmemoraciones de los grandes hitos del Watergate, entre ellos, la comisi¨®n de investigaci¨®n en el Senado que peg¨® a sus televisores a millones de estadounidenses en el verano de 1973, como pretende hacer estos estos d¨ªas el comit¨¦ que trata de probar la implicaci¨®n de Donald Trump en el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021.
Las interioridades del Watergate cambiaron la relaci¨®n entre el poder y la prensa escrita, que alcanz¨® el c¨¦nit de su influencia y se volc¨® con la historia, sobre todo la pareja formada por Bob Woodward y Carl Bernstein, de The Washington Post. Pero no solo: tambi¨¦n contribuyeron The New York Times, que se sum¨® al tren en marcha, cuando un reci¨¦n contratado Seymour Hersh prob¨® que la Casa Blanca hab¨ªa comprado el silencio de los ¡°ladrones¡±; el Chicago Tribune, que public¨® una transcripci¨®n de 246.000 palabras de las grabaciones del Watergate de Nixon; o Los Angeles Times. Uno de sus reporteros se llev¨® el gato al agua con una entrevista a Alfred Baldwin, temprano denunciante y el hombre m¨¢s buscado en los inicios del esc¨¢ndalo (la noche de autos estaba en un edificio de enfrente y vio c¨®mo la polic¨ªa entraba a buscar a sus compinches). El Post ha sido, con todo, el que m¨¢s ha subrayado el aniversario.
¡°Sigue el dinero¡±
Uno de los mitos en torno a su cobertura ha resurgido esta semana. Es ese que cuenta que Garganta Profunda, el funcionario que tir¨® de la manta, respondi¨® a Woodward con la frase ¡°sigue el dinero¡± cuando sinti¨® que no lograba encajar las piezas del puzle de la investigaci¨®n. Se ve que el confidente, que result¨® ser Mark Felt, del FBI, nunca le dijo eso, pero cuando el libro pas¨® a ser una exitosa pel¨ªcula, la frase hizo fortuna. Woodward era un periodista de local que, como su compa?ero de firma, Bernstein, aterriz¨® en el tema porque en un principio parec¨ªa un asunto policial menor y adem¨¢s era fin de semana.
Este lunes, la comisi¨®n del asalto al Capitolio tambi¨¦n lanz¨® su particular ¡°follow the money¡± cuando la representante de California Zoe Lofgren sugiri¨® que Donald Trump invent¨® una fundaci¨®n llamada Fondo de Defensa Electoral para recoger 100 millones de d¨®lares de donaciones de sus simpatizantes, que confiaban que ese dinero le ayudar¨ªa en su cruzada por impugnar un supuesto fraude, pese a que no hab¨ªa pruebas y a que sus colaboradores y familiares se lo repitieron una y otra vez.
No es ese el ¨²nico paralelismo establecido 50 a?os despu¨¦s en Washington entre Nixon, el ¨²nico presidente estadounidense que ha dimitido en la historia (para evitarse el oprobio de una expulsi¨®n a golpe de impeachment), y Trump, el ¨²nico que ha sobrevivido no a uno, sino a dos procesos de impugnaci¨®n de ese tipo. Woodward y Bernstein tambi¨¦n han se?alado esas similitudes. ¡°Llevamos casi medio siglo firmemente convencidos de que Estados Unidos nunca m¨¢s ver¨ªa a un presidente pisotear el inter¨¦s nacional y socavar la democracia a trav¨¦s de la audaz b¨²squeda del inter¨¦s propio personal y pol¨ªtico. Hasta que lleg¨® Trump¡±, escriben a medias, como en los viejos tiempos, en un pr¨®logo para una nueva edici¨®n de Todos los hombres del presidente, libro que escribieron en los estertores de la era Nixon, y que sigue resultando, 48 a?os despu¨¦s, un enigma por dos motivos: est¨¢ escrito por sus protagonistas en tercera persona, lo cual le confiere un estilo literario impostado, tirando a forense, y tiene una errata en la primera p¨¢gina que nadie ha corregido desde entonces: es cuando aseguran que la ¡°gigantesca redacci¨®n del diario mide 150 pies cuadrados¡± (unos 14 metros cuadrados).
Aquel libro inaugur¨® una de las bibliotecas m¨¢s gigantescas, esa s¨ª, sobre un hecho reciente la historia reciente de Estados Unidos, compuesta por una treintena de memorias de personajes directamente implicados, decenas de vol¨²menes acad¨¦micos y period¨ªsticos, miles de entrevistas de historia oral, decenas de miles de art¨ªculos y centenares de miles de documentos alojados en archivos de todo el pa¨ªs. Ese conjunto ha crecido solo en estos meses con unos 10 t¨ªtulos nuevos. Y en la n¨®mina hay de todo, hasta unas memorias tempranas de Bernstein en las que se las apa?a para no citar el caso que lo catapult¨® a la fama.
Entre ellos, tal vez el m¨¢s centrado en los hechos del 17 de junio de 1972 sea The Watergate Burglars (Los ladrones del Watergate), del cineasta y escritor irland¨¦s Shane O¡¯Sullivan, que se decidi¨® a escribirlo, seg¨²n explic¨® este mi¨¦rcoles en una conversaci¨®n telef¨®nica, despu¨¦s de que Eugenio Mart¨ªnez, uno de los cinco a los que pillaron in fraganti aquel d¨ªa (muri¨® en 2021), le dijera que cre¨ªa que James McCord, exagente de la CIA contratado para afianzar la reelecci¨®n de Nixon, que llegar¨ªa cinco meses despu¨¦s, ¡°hab¨ªa cometido a prop¨®sito varios errores que condujeron a la detenci¨®n de la banda, porque secretamente no se sent¨ªa c¨®modo con que Nixon hiciera las paces con la Uni¨®n Sovi¨¦tica y China, y pudo haber usado la operaci¨®n para socavar al presidente¡±. ¡°Esa parte de la historia no se hab¨ªa investigado a fondo, y yo creo que es sospechoso que ¨¦l, que era un profesional, cometiera tantos fallos. El agente del caso del FBI, Angelo Lano, tambi¨¦n considera a d¨ªa de hoy que McCord tendi¨® una trampa a los ladrones¡±, a?adi¨®.
M¨¢s amplio en su enfoque resulta Watergate, A New History, de Garrett M. Graff, que, si bien no contiene grandes revelaciones, acierta al ofrecer un retrato total de lo que se conoce sobre aquel esc¨¢ndalo, que presenta en realidad como una suma de ¡°una docena de esc¨¢ndalos¡±, del affaire Chennault a los Papeles del Pent¨¢gono (los famosos fontaneros ten¨ªan precisamente el encargo de parar filtraciones como aquella), pasando por las escuchas ordenadas por Kissinger, el bombardeo ilegal de Camboya o el caso de soborno del vicepresidente Spiro Agnew. As¨ª que la cosa no comenz¨® en realidad el 17 de junio de 1972, sino que fue un estado mental, ¡°oscuro, paranoico y corrupto¡±, seg¨²n cuenta Graff, en el que Nixon sumi¨® al pa¨ªs entre 1968 y 1974.
Fecundidad audiovisual
El aniversario tambi¨¦n ha sido especialmente fecundo en lo audiovisual. Se han estrenado documentales como Watergate: A Blueprint for a Scandal (Watergate, el borrador de un esc¨¢ndalo), que cuenta con el testimonio de John Dean, consejero de aquella Casa Blanca; pel¨ªculas de ficci¨®n como 18 1/2, que, con gui?o felliniano incluido, elucubra a partir de los famosos 18 minutos y medio de una conversaci¨®n telef¨®nica borrados de las cintas de Nixon; o series como Gaslit, que se centra en Martha Mitchell (encarnada por Julia Roberts), que fue esposa del fiscal general John Mitchell (Sean Penn), primera cabeza de turco del Watergate. El Post le ha se?alado esta semana a ¨¦l, tras el an¨¢lisis de una grabaci¨®n de H. R. Haldeman, jefe de gabinete de Nixon, como el responsable ¨²ltimo del encargo a los ladrones. Tambi¨¦n ha publicado que Woodward recibi¨® una llamada, de la que no se sab¨ªa nada hasta ahora, en la que ella le invitaba a su apartamento, despechada tras ser abandonada por su marido, para que hurgase en los papeles de ¨¦l.
Alcoh¨®lica, deslenguada y acosada por el poder washingtoniano (hay hasta una mala praxis psiqui¨¢trica que lleva su nombre, que define cuando al paciente le hacen luz de gas), Martha Mitchell es seguramente el personaje secundario que m¨¢s reforzado est¨¢ saliendo de la celebraci¨®n. ¡°Hasta ahora hab¨ªa sido menospreciada en la cultura estadounidense¡±, explic¨® esta semana en la cafeter¨ªa del hotel del esc¨¢ndalo Joseph Rodotta, autor del libro Watergate. Inside the Most Infamous Address in America, una ¡°biograf¨ªa del conjunto de edificios¡±. ¡°En aquel momento era una de las personas m¨¢s famosas de Estados Unidos, sal¨ªa en todos los programas y revistas. La gente la adoraba, era una mujer sencilla de Arkansas, y no se dejaba impresionar por todos esos tipos de Washington. No la creyeron cuando dijo que su marido la abandon¨® en Los ?ngeles cuando se enter¨® del allanamiento y tuvo que salir corriendo. Un guardaespaldas la mantuvo retenida y la abofete¨® en su habitaci¨®n de hotel para que no hablara con la prensa. Despu¨¦s se demostr¨® que as¨ª fue¡±, relat¨® Rodotta.
Los Mitchell viv¨ªan en un apartamento de dos plantas del edificio Este del complejo (hay un Watergate Oeste y Sur, pero nunca construyeron, nadie sabe muy bien por qu¨¦, el Norte). Rodotta, que ha estado en el piso, dice que ¡°en la serie lo han hecho m¨¢s amplio, y m¨¢s parecido a la idea que uno tiene del estilo de los setenta¡±. No eran los ¨²nicos implicados en el esc¨¢ndalo que se contaban entre los vecinos de los inmuebles: el senador Bob Dole; la lobista china Anna Chennault; el escritor de discursos de Nixon, Pat Buchannan; o Rose Mary Woods, la secretaria que borr¨® los 18 minutos y pico tambi¨¦n vivieron all¨ª. ¡°Era un nido de republicanos de post¨ªn; lo raro es que los dem¨®cratas tuvieran una oficina¡±, se?ala Rodotta, que trabaj¨® como consultor para las campa?as de Ronald Reagan o Arnold Schwarzenegger. Dise?ado por el italiano Luigi Moretti, se construy¨® entre 1963 y en 1971. ¡°Era un momento en el que la modernidad era sin¨®nimo de vivir en el suburbio¡±, contin¨²a el escritor. ¡°La gente se mud¨® aqu¨ª porque era un lugar distinguido y muy c¨®modo, con sus tiendas abajo, su piscina y sus servicios, banco, dentista, psiquiatras... Tambi¨¦n buscaban privacidad, pero esa se esfum¨® con el esc¨¢ndalo¡±.
Hoy sigue siendo un polo de atracci¨®n inequ¨ªvocamente washingtoniano y a¨²n atrae a sus sinuosos apartamentos a una vecindad ciertamente m¨¢s mayor, pero con el mismo aire pudiente y sofisticado. Desde las viviendas de paredes redondeadas, si est¨¢n bien situadas, se domina la ciudad de Washington por un lado o el r¨ªo Potomac, por el otro. Por eso los llamaron as¨ª, porque se proyectaron como una especie de ¡°puerta al agua¡±. Imposible que entonces imaginaran que el sufijo gate acabar¨ªa perdiendo un d¨ªa de hace 50 a?os su sentido para adquirir otro completamente nuevo: pegado a cualquier palabra (party, pez¨®n, FIFA, sof¨¢...) la convierte inmediatamente en sin¨®nimo de un esc¨¢ndalo may¨²sculo de consecuencias imprevisibles.
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