El asesino le da su m¨¢s sentido p¨¦same
La divisi¨®n de poderes, el Estado de derecho o el pluralismo pol¨ªtico solo son ¨²tiles como adornos para el poder absoluto y sin l¨ªmites del zar. Eso es lo que funciona en Rusia y lo que gusta cada vez m¨¢s en otras partes del mundo, donde la fuerza de la ley retrocede en favor de la ley de la fuerza
![Guerra de Rusia en Ucrania](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/XUQLOTUHG4AK4UGIOGF5NSU5YQ.jpg?auth=d1f566b3ea5ef6455ab816081b056e7d77e5898f37129c2d020a25729262e95e&width=414)
Todo un detalle. Un gesto que no todos merecen. El asesino ha querido rendir homenaje p¨²blico a su v¨ªctima. No se puede decir que sus palabras sean sentidas. No lo son. En todo caso, medidas y exactas, una forma educada de presentar las condolencias a la familia por la muerte que ¨¦l ha ordenado y que personalmente no siente en absoluto. Que nadie vea en Putin una conciencia dividida respecto a la vida de Prigozhin. As¨ª hubiera sido en la liquidaci¨®n de un familiar o un amigo ¡ªalgo perfectamente plausible y probable¡ª, pero este no era el caso.
Las palabras de condolencia a la familia no son una formalidad, pero tampoco un gesto para enmascarar la realidad del crimen de Estado. Son, por el contrario, un reconocimiento. Del valor del fallecido y del merecido final tr¨¢gico. Por tanto, tambi¨¦n de la responsabilidad personal que le corresponde como jefe de Estado, equivalente a la autor¨ªa. El resultado de la investigaci¨®n anunciada, como el del rosario de asesinatos de los que es responsable, ya lo conocemos. Prigozhin fue un hombre de talento y de destino dif¨ªcil. Hizo grandes contribuciones a la causa com¨²n. Consigui¨® alcanzar los resultados que deseaba, para su beneficio y para el de todos. Pero tambi¨¦n cometi¨® errores graves. ?Alguien pod¨ªa esperar que no los pagara?
Como elogio f¨²nebre, m¨¢s que condolencias, son frases para los anales. En ellas se condensan las reglas morales que rigen en el actual sistema autocr¨¢tico del Kremlin, bien conocido e incluso comprendido por la poblaci¨®n rusa. No son una novedad aportada por el hundimiento de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, sino que vienen de lejos, de muy lejos. De Iv¨¢n el Terrible, si se quiere, fundador de la primera polic¨ªa de Estado, la oprichnina, seg¨²n la leyenda. De Pedro el Grande y Catalina, y luego la tambi¨¦n legendaria ojrana de los ¨²ltimos Romanov en el siglo XIX. De la cheka de Lenin y de la GPU y la NKVD de Stalin y el KGB de Jruschov, naturalmente, los referentes inmediatos de Putin, el agente m¨¢s destacado y c¨¦lebre, y el que m¨¢s lejos y m¨¢s arriba ha llegado en la escalera del poder.
Nadie puede oponerse y menos traicionar al zar sin pagar un precio, con frecuencia el m¨¢s alto, el de la vida. La autoridad y el poder del Estado residen en este principio, que los bolcheviques y Stalin supieron aplicar en proporciones y dimensiones hasta entonces desconocidas. Al zar no le puede temblar el pulso. En cuanto desfallece, su autoridad se desmorona y su poder peligra. Cualquier cesi¨®n es una derrota. Cualquier desaf¨ªo sin respuesta severa, una humillaci¨®n. La polic¨ªa, los tribunales, los diputados, el coro de los medios de comunicaci¨®n, todo debe someterse a la exigencia vertical de este poder absoluto.
La doctrina autocr¨¢tica es contundente: no hay otra forma de gobernar la inmensa Rusia, el mayor y m¨¢s diverso imperio territorial del mundo, que solo se mantiene si se expande y empieza a desmoronarse en cuanto se le cuestiona y se retrae. Los conceptos liberales y democr¨¢ticos que han servido en otras partes para la construcci¨®n de estados fuertes no valen para Rusia. La divisi¨®n de poderes, el Estado de derecho, la democracia representativa, el pluralismo pol¨ªtico y la diversidad de partidos solo son ¨²tiles como adornos para el poder absoluto y sin l¨ªmites del zar. Eso es lo que funciona en Rusia y lo que gusta cada vez m¨¢s en otras partes del mundo, donde la fuerza de la ley retrocede en favor de la ley de la fuerza.
Es el poder sincero y desnudo, sin hipocres¨ªas ni sentimentalismos. Manda quien manda. Y manda sobre la vida y la muerte. Incluso all¨ª donde la pena de muerte ha sido abolida en la formalidad de la Constituci¨®n y de las leyes, como sucede en la Federaci¨®n Rusa. No necesita su reconocimiento legal porque se aplica con una flexibilidad pavorosa. En las c¨¢rceles y en las comisar¨ªas. Con veneno o con pistola. Mediante accidentes simulados o con cat¨¢strofes a¨¦reas que no ofrecen dudas sobre la autor¨ªa.
El poder de Putin, tan letal como el de sus antecesores, es fruto de una hibridaci¨®n en la que confluyen la cultura violenta de la Lubianka, sede de los servicios policiales y secretos, y la del crimen organizado, fundidas ambas en unas mafias que se apoderaron del Estado y de la econom¨ªa con el hundimiento de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y las privatizaciones corruptas. Tambi¨¦n los m¨¦todos de liquidaci¨®n son un cruce h¨ªbrido, propios a la vez de la polic¨ªa pol¨ªtica y de los g¨¢nsteres. Lo son incluso las fr¨ªas palabras de Putin en su mensaje f¨²nebre, siempre cautelosas y claras, m¨¢s de amenaza a quienes sue?en en desafiar su poder que de sentida condolencia a la familia.
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