Por qu¨¦ los ni?os siempre dicen lo que piensan
La sinceridad de los peque?os puede ser penalizada por los adultos, pero deber¨ªa darse m¨¢s valor a su honestidad y transparencia
La espontaneidad de los ni?os menores de cuatro a?os despierta m¨¢s de una sonrisa tierna entre los adultos, que han perdido esa faceta fresca para adaptarse a las normas sociales a la hora de comunicarse. La edad de los hijos es un prisma determinante para que los padres acepten que los m¨¢s peque?os digan lo que piensan sin filtros o callen lo que pasa por su cabeza. La permisividad social con los menores de cuatro a?os que dicen lo que piensan, independientemente del efecto que provoque en su interlocutor, se debe a que se considera que ¡°los ni?os no han desarrollado habilidades sociales complejas ni son capaces de establecer juicios morales, por lo que, en muchas ocasiones, dicen lo primero que les viene a la cabeza o son extremadamente sinceros, lo que en los m¨¢s peque?os es algo que nos resulta, incluso, divertido. A medida que van creciendo, interiorizan normas sociales y aprenden a ser m¨¢s emp¨¢ticos o pol¨ªticamente correctos¡±, explica Soraya Rebollo, psic¨®loga, especialista en ni?os y adolescentes.
Ense?ar a los ni?os a decir lo que piensan con delicadeza es importante para que ¡°sean asertivos y transmitirles que la sinceridad es algo positivo, pero que hay que ser cuidadoso con no herir los sentimientos de otras personas. Un tema diferente es la mentira. En este sentido, s¨ª es importante ense?arles que mentir no est¨¢ bien y tiene consecuencias, a trav¨¦s de acciones como que, si los padres se enteran de que han hecho algo incorrecto por de terceras personas, como un profesor o un vecino, la consecuencia ser¨¢ mayor que si son sinceros¡±, a?ade Rebollo.
Los ni?os peque?os no saben mentir
Cuando un ni?o de cuatro a?os dice lo que piensa, no miente. A partir de los cinco a?os de edad, el ni?o desarrolla ¡°las capacidades cognitivas necesarias para mentir, para lo que necesita tener dos capacidades, la intencionalidad y la convencionalidad.
Para la primera, es necesario que el ni?o comprenda que el otro tiene un estado mental propio y distinto al suyo. Consiste en entender que cada persona tiene una mente y hay que poder tratar de suponer o deducir lo que piensa el otro y cu¨¢les pueden ser sus reacciones. El ni?o va comprendiendo que las personas tienen intenciones, deseos y creencias personales propias. A partir de ah¨ª, entiende su propio proceso mental y empieza a comprobar que lo que cuente o calle puede influir en el otro. No deja de ser una manipulaci¨®n y una toma de conciencia del poder que ello supone¡±, comenta Tristana Su¨¢rez, psic¨®loga y terapeuta Gestalt.
Para mentir, un ni?o tambi¨¦n necesita haber desarrollado ¡°la convencionalidad, que tiene que ver con la moralidad de la situaci¨®n y del contexto social y cultural. El ni?o que miente tiene que hacerse ciertas preguntas, como ?puedo mentir sin riesgo? ?Debo hacerlo? ?Qu¨¦ pasar¨¢ si cuento esto? ?C¨®mo se lo van a tomar? ?Qu¨¦ consecuencias tendr¨¢ la mentira? Aprendiendo a mentir se pierde la espontaneidad y la frescura de la verdad, pero tambi¨¦n se gana en habilidades sociales necesarias que sirven para preservar la intimidad, evitar malestar en el otro o en uno mismo o adaptarse mejor a las normas sociales de conducta. De hecho, con frecuencia, se nos educa para no decir la verdad o, al menos, no toda o no siempre. La adaptaci¨®n social se construye en gran medida sobre la actitud de no decir siempre las verdades, por eso cuando los ni?os son peque?os y sueltan lo que piensan sin ning¨²n filtro, nos hace gracia, pero a medida que crecen tambi¨¦n empezamos a reprimirles y a ense?arles que no se puede decir cualquier cosa en cualquier lugar¡±, explica Tristana Su¨¢rez.
Cuando el mundo adulto penaliza a los ni?os por decir la verdad
Decir siempre la verdad en el mundo adulto ¡°parece casi una locura, aunque, a veces, hacerlo tiene su recompensa y las relaciones pueden ganar mucho en honestidad. Pero tambi¨¦n suele ser un riesgo. Con frecuencia, decir la verdad no tiene premio, sino todo lo contrario. Depende mucho del entorno, la ocasi¨®n, el mensaje, el tono, el tipo de relaci¨®n, pero si, como padres, pretendemos que nuestros hijos conserven la confianza para contarnos la verdad, ser¨ªa necesario poner en primer lugar ese valor por encima de los dem¨¢s¡±, matiza Su¨¢rez.
La sinceridad de los ni?os puede resultar penalizada por sus progenitores. ¡°Muchas veces los ni?os dicen a sus padres la verdad y lo que se encuentran es enfado o incomprensi¨®n. No se trata de que por decir la verdad todo vale, pero s¨ª de reconocer ante los hijos y agradecerles su coraje y confianza para ser honestos y transparentes¡±, concluye la psic¨®loga Tristana Su¨¢rez.
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