Ts?'?k. La violencia de los otros
La violencia que posee aparato burocr¨¢tico no se lee desde la ¨¦lites como violencia desatada, a lo m¨¢s se la confina en la categor¨ªa institucionalizada del ¡°delito¡± o del ¡°exceso¡±
Durante casi un a?o, una buena parte del territorio que hoy corresponde al actual estado de Oaxaca fue un territorio libre de colonialismo. Tal vez habr¨ªa que matizar, durante casi un a?o, los pueblos zapotecos, ikoots, mixe, zoque y chontal expulsaron al Gobierno espa?ol de sus territorios; en ese tiempo suspendido, las comunidades fueron reguladas por sus propias estructuras de Gobierno y se logr¨®, en los hechos, una autonom¨ªa regida por un cabildo propio, un ¡°cabildo de indios¡±. La rebeli¨®n comenz¨® el 22 de marzo de 1660 en la Alcald¨ªa Mayor de Tehuantepec, un territorio que hoy forma parte del estado de Oaxaca. Las alcald¨ªas mayores eran las unidades administrativas establecidas durante la administraci¨®n virreinal, un alcalde espa?ol controlaba esa unidad a la que las personas de los pueblos nativos ten¨ªan que entregar tributo. Para ese entonces, la situaci¨®n era ya insostenible: los alcaldes mayores de las diferentes alcald¨ªas comet¨ªan todo tipo de abusos pero, en particular el alcalde mayor de Tehuantepec, Juan de Avell¨¢n, hab¨ªa exigido una mayor carga tributaria; adem¨¢s de las mantas, aves, ma¨ªz y diversos tipos de alimentos, la poblaci¨®n ind¨ªgena deb¨ªa cubrir 20.000 pesos de oro en muy pocos meses, este requerimiento les implicaba mayor trabajo, ya de por s¨ª extenuante, en las diferentes minas de la regi¨®n. En los documentos que dan cuenta del proceso y sus antecedentes, las quejas de las comunidades ind¨ªgenas son reiteradas, tal cantidad de tributos desabastec¨ªa a las familias ind¨ªgenas de lo necesario para su subsistencia, adem¨¢s de implicar, en la pr¨¢ctica, trabajo forzado para cumplir la cantidad de mantas y la extracci¨®n necesaria de oro. Aun cuando, en teor¨ªa, la esclavitud de la poblaci¨®n ind¨ªgena estaba legalmente prohibida, en los hechos la situaci¨®n distaba mucho de ser as¨ª. El incumplimiento de los tributos era castigado con tortura f¨ªsica y azotes en el menor de los casos. Uno de los acontecimientos m¨¢s indignantes y que colm¨® la paciencia de la poblaci¨®n nativa tuvo lugar el 21 de marzo de 1660 cuando el alcalde Juan de Avell¨¢n mand¨® a azotar a uno de los dirigentes y principales de Tequisistl¨¢n por no haber entregado la carga tributaria en la cantidad ordenada, este principal de su comunidad muri¨® como consecuencia de las heridas de los azotes que le fueron propinados.
Al d¨ªa siguiente comenz¨® la rebeli¨®n. Durante la toma de la hacienda, los rebeldes mataron al alcalde mayor aunque dejaron escapar a su familia. La rebeli¨®n tom¨® el control de la villa y Ger¨®nimo Flores, zapoteca, fue nombrado nuevo alcalde mayor de un cabildo indio. Esta rebeli¨®n contagi¨® a toda la regi¨®n, en la alcald¨ªa mayor de Nejapa y en la de Villa Alta (a la que perteneci¨® mi comunidad), los pueblos zapotecos, mixes y chontales se levantaron despu¨¦s contra el poder de los alcaldes espa?oles. En estas jurisdicciones, los abusos hacia la poblaci¨®n nativa tambi¨¦n hab¨ªa sido sostenido y llegado a unos niveles de crueldad extremos que inclu¨ªa m¨¦todos como la muerte por aperramiento de la que muchas personas mixes fueron v¨ªctimas. En los documentos del juicio que sigui¨®, se reporta la participaci¨®n de mi comunidad, Ayutla Mixe, junto a muchas comunidades m¨¢s, en los levantamientos suscitados por el hartazgo de la poblaci¨®n nativa.
Sin embargo, despu¨¦s de casi un a?o de vida en autonom¨ªa, el tiempo suspendido en el que fue posible un gobierno propio como una ut¨®pica pausa en medio del orden colonial, lleg¨® a su fin. El regreso del control espa?ol estableci¨® castigos ejemplares para quienes encabezaron las rebeliones: el cuerpo de Ger¨®nimo Flores fue desmembrado en cuatro partes, otros l¨ªderes fueron ejecutados, desterrados o mutilados. Entre estos dirigentes, se encontraba Luc¨ªa Mar¨ªa que fue rapada, le cercenaron la oreja y la clavaron despu¨¦s en un pilar de la horca. Esto mismo pas¨® con quienes dirigieron a las comunidades en las rebeliones de las alcald¨ªas mayores vecinas. La utop¨ªa que se hab¨ªa hecho realidad durante un poco m¨¢s de un a?o termin¨® en medio de una violencia concreta y simb¨®lica, el cuerpo desmembrado de Ger¨®nimo Flores dictaba a los cuatro vientos que la ¨²nica violencia tolerable ser¨ªa la violencia estructural, sostenida y cotidiana del gobierno virreinal.
Las im¨¢genes de estas y otras rebeliones ind¨ªgenas volvieron a presentarse en mi imaginaci¨®n despu¨¦s de ver el tr¨¢iler de la nueva pel¨ªcula del director mexicano Michel Franco llamada Nuevo Orden, y despu¨¦s de leer sus declaraciones sobre la violencia que se pide a gritos en una reciente entrevista. Mi opini¨®n no pretende, de ninguna manera, ser una cr¨ªtica a una pel¨ªcula que no he visto, sino m¨¢s bien plantear unas reflexiones desatadas por las declaraciones del director y por la descripci¨®n del filme en cuesti¨®n que, como se ha reportado, incluye una sublevaci¨®n de la poblaci¨®n ind¨ªgena.
El temor constante de las ¨¦lites de que se desate una violencia que pueda poner fin a una vida que, en su propia experiencia es pac¨ªfica y ordenada, no es ciertamente algo nuevo. Los alcaldes espa?oles del siglo XVII que, usando las palabras Michel Franco, no tuvieron ¡°cuidado con no asfixiar demasiado¡± a la poblaci¨®n nativa, alimentaron la idea de que las rebeliones de los indios eran el rompimiento de un estado de paz, de orden y de armon¨ªa. La violencia es de los otros, de quienes se ha tirado la cuerda en demas¨ªa y se levantan en furibundos motines y desde de su ¡°terco rencor¡± azul de asfixiados perennes vuelven a respirar en rebeli¨®n. La narrativa dominante perdona la violencia ordenada y sistem¨¢tica, la violencia que aperra, azota hasta la muerte o la violencia institucionalizada de la tortura como pr¨¢ctica policial o el de los miles de desaparecidos, feminicidios y ejecuciones extrajudiciales que nunca pasaron por un debido proceso. La violencia que posee aparato burocr¨¢tico no se lee desde la ¨¦lites como violencia desatada, a lo m¨¢s se la confina en la categor¨ªa institucionalizada del ¡°delito¡± o del ¡°exceso¡±; la violencia que en realidad se teme desde las ¨¦lites es la violencia de los otros. No es que la realidad creada por la violencia sistem¨¢tica ejercida desde la figura legal del tributo en la ¨¦poca virreinal no haya sido violenta, es que desde las ¨¦lites no se lee como tal. No es que el uso del ej¨¦rcito haciendo labores de polic¨ªa durante la llamada ¡°guerra contra el narco¡± no haya desatado una violencia furibunda, es que desde los ojos privilegiados de la derecha mexicana eso fue solo un m¨¦todo necesario. Desde el lado de la asfixia, la falta de aire muestra la violencia descarnada que no por institucional, cotidiana o ba?ada de legalidad deja de ser devastadora, o tal vez, justo a causa de eso lo sea.
Para conjurar el temor de las ¨¦lites de que la violencia organizada, que ellos creen m¨¢s o menos un estado arm¨®nico, no se rompa con el estallido de rebeliones y motines que s¨ª califican de violentas, aconsejan, alarmados, las buenas formas: que no se hable de la asfixia porque se polariza a la sociedad, si se reclama un poco de aire se alimenta el rencor social. La violencia de los otros, y no aquella de la que las ¨¦lites salen beneficiadas, es a la que se aplica el verbo ¡°desatar la violencia¡±. Hay un sesgo racista en la selecci¨®n de lo que calificamos como violencia: la inyecci¨®n letal por pena de muerte es justicia, asesinar inocentes en guerras sin sentido es da?o colateral, en otras palabras, la violencia cuando es institucional y estructurada no es violencia porque la violencia siempre ha sido, para las ¨¦lites y desde los lentes del racismo, solamente la violencia de los otros.
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