Muere Enrique de Rivas Ib¨¢?ez, poeta del exilio
Ten¨ªa 89 a?os, viv¨ªa en M¨¦xico y era sobrino pol¨ªtico de Manuel Aza?a
El ¨²ltimo f¨¦retro en M¨¦xico cubierto con la bandera republicana espa?ola ha sido el del poeta Enrique de Rivas Ib¨¢?ez, que naci¨® en Madrid en 1931 y falleci¨® en la tarde del domingo a los 89 a?os de edad. En su cabeza, que aprendi¨® seis idiomas y gest¨® varias obras po¨¦ticas y ensayos, anidaba el alzh¨¦imer hac¨ªa alg¨²n tiempo. Primero se ech¨® a perder la memoria reciente, pero de los a?os cincuenta hacia su nacimiento los recuerdos estaban intactos. La salida de Espa?a hacia Francia, el padre apresado y con una condena a muerte que luego se conmutar¨ªa, y la llegada, finalmente, al pa¨ªs de promisi¨®n para miles de republicanos, M¨¦xico, el viaje que no pudo hacer su t¨ªo, Manuel Aza?a, que muri¨® en Montauban en 1940.
El ni?o apenas ten¨ªa 10 a?os cuando arrib¨® a M¨¦xico con toda la familia. Aza?a y su esposa, Lola Rivas Cherif, no tuvieron hijos y siempre estuvieron muy unidos a la familia de ella. Enrique era su sobrino, hijo de su hermano Cipriano Rivas Cherif, director de teatro, y de Carmen Ib¨¢?ez, que tuvo por padrastro al tambi¨¦n poeta Enrique de Mesa, al que adoraba. Algunos conocidos del ahora fallecido dicen que parte de su amor por la poes¨ªa pudo venir de aquel abuelo de segundas nupcias.
El destino del joven Enrique en la capital mexicana estaba trazado: primero el colegio Madrid, luego el instituto Luis Vives, donde se educaron miles de exiliados. Su formaci¨®n se complet¨® en la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico y en Berkley y tambi¨¦n fue rector del M¨¦xico City College, un centro de estudios en ingl¨¦s que luego se llam¨® Universidad de las Am¨¦ricas. Pero el destino del estudiante de letras, lo que le proporcion¨® un sustento durante toda su vida fue un puesto de traductor en la FAO, lo que traslad¨® su vida a Italia. ¡°Ven¨ªa a M¨¦xico cada a?o un par de meses y cuando se enter¨® de la muerte de su hermano, mi padre, se present¨® ac¨¢ inmediatamente¡±, dice uno de sus sobrinos, Santiago de Rivas. Enrique nunca se cas¨® ni tuvo hijos, pero aquellos cuatro sobrinos hu¨¦rfanos fueron su desvelo hasta que completaron los estudios. Los incorpor¨® a un programa que ten¨ªa la FAO para sacar adelante a los hu¨¦rfanos de la guerra mundial. Este no era el caso, pero el t¨ªo Enrique ¡°antes de consultar a un abogado se le¨ªa el libro de leyes entero y luego lo discut¨ªa con ¨¦l¡±. Se empe?¨® en que el programa de la FAO les diera cobijo y lo logr¨®. ¡°Firm¨® un documento en el que renunciaba a que sus hijos, si alguna vez los ten¨ªa, pudieran beneficiarse de aquello¡±, recuerda Santiago.
En la capital de M¨¦xico se estableci¨® la viuda de Aza?a y sus hermanos y sus sobrinos, primero en una humilde apartamento que m¨¢s tarde cambiaron por otro m¨¢s amplio un barrio m¨¢s all¨¢. En la compra de este particip¨® Enrique Rivas, que lo ten¨ªa como alojamiento cada vez que volv¨ªa a M¨¦xico. All¨ª muri¨® el domingo, en la calle Lerma de la colonia Cuauht¨¦moc, una de las m¨¢s transitadas, comerciales y ruidosas. Fernando Serrano Migall¨®n, descendiente tambi¨¦n de republicanos en M¨¦xico, recuerda a Enrique en ¡°casa de dola Lola y su hermana Adelaida, ambas encantadoras¡±. ¡°Era de la edad de mi hermano y ambos compa?eros en el Luis Vives¡±, dice. ¡°En los ¨²ltimos tiempos dec¨ªa que quer¨ªa irse a vivir a Espa?a a un castillo que hab¨ªa heredado la familia, aunque hay quien dec¨ªa que el tal castillo no eran m¨¢s que unas ruinas¡±, buena met¨¢fora de la patria con la que se reencontraron muchos exiliados a su vuelta.
¡°Mi t¨ªo era un hombre de car¨¢cter. El m¨¢s amable y agradable cuando estaba de buenas y el m¨¢s extremista de malas. No hab¨ªa diplomacia en sus palabras, expresaba lo que pensaba en directo. Si la comida estaba a su gusto, el cocinero recib¨ªa todas las alabanzas, pero ay si algo fallaba, reclamaba y lo hac¨ªa en serio¡±, recuerda Santiago por tel¨¦fono desde Ciudad de M¨¦xico. Un d¨ªa, el sobrino le pidi¨® consejo para hacer una ruta por Espa?a con su mujer, y aquel viaje de tres semanas convirti¨® a Enrique en un gu¨ªa tur¨ªstico que mezclaba los monumentos con historias familiares: ¡°Aqu¨ª viv¨ªa tu bisabuelo, dec¨ªa, o nos hablaba de la pol¨ªtica y de lo que pas¨®. Contaba an¨¦cdotas maravillosas, historias muy divertidas¡±, recuerda.
Como se dec¨ªa, la FAO fue su sustento vital, ¡°pero su pasi¨®n era la escritura. Toda su vida se dedic¨® a promover las obras de Aza?a, las de su padre, Cipriano Rivas y las suyas propias. Era un hombre culto que se divert¨ªa con la cultura¡±, a?ade Santiago. Entre sus obras publicadas destaca el libro de recuerdos de infancia Cuando acabe la guerra (Editorial Pre-textos) y toda su po¨¦tica est¨¢ compilada bajo el t¨ªtulo En el umbral del tiempo (Ediciones Eon).
Enrique no dej¨® de visitar a sus t¨ªas Lola y Adelaida y a sus sobrinos, pero solo volvi¨® a M¨¦xico cuatro a?os antes de morir para instalarse de nuevo en aquel apartamento donde se perd¨ªa al instante en su cabeza el tiempo de ayer mientras brotaban los recuerdos remotos: los 40 a?os esperando a que se muriera Franco, una idea que se inoculaba entre los hijos y nietos del exilio como una deuda impagada, sin que muchos de ellos supieran ya qu¨¦ era aquella patria que tanto dol¨ªa en casa. Uno de sus sobrinos tendi¨® el lunes sobre su f¨¦retro la bandera republicana y el Ateneo espa?ol en M¨¦xico se hizo eco de su fallecimiento. Al velorio, como dictan las normas de la pandemia, apenas asisti¨® media docena de personas.
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