El regalo perfecto de Navidad
La ense?anza m¨¢s profunda, contra lo que se suele pensar, no est¨¢ en el acto de dar, sino en el de recibir
La Navidad, como todos sabemos, es edificante. Edificante en el sentido de que nada ense?a m¨¢s que los regalos que se reparten o se intercambian en las cenas familiares. Por supuesto, la ense?anza m¨¢s profunda, contra lo que se suele pensar, no est¨¢ en el acto de dar, sino en el de recibir. Y es que quitar el mo?o y desenvolver un regalo navide?o es fundamental para nuestra educaci¨®n sentimental.
Sobre todo, si uno forma parte de una familia como la familia en la que me toc¨® crecer a m¨ª, es decir, una familia en la que el esfuerzo previo a ese instante en el que se detiene el tiempo de la cena, se le quita el mo?o y se desenvuelve el regalo navide?o es igual, equivalente al cero absoluto. Imagino que muchos habr¨¢n pasado por lo mismo, pero, por si acaso, me explico mejor: aunque nadie dedica el m¨ªnimo inter¨¦s ni el tiempo necesario para escoger aquello que podr¨ªa gustarle o servirle a su pariente sangu¨ªneo o pol¨ªtico ¡ªemocionarlo de verdad o hacerlo feliz son t¨¦rminos erradicados de la ecuaci¨®n navide?a por principio¡ª, todos esperan la sorpresa del regalado.
Qu¨¦ digo sorpresa, todos, absolutamente todos los que dan, esperan a cambio de su d¨¢diva el pasmo, el asombro, la estupefacci¨®n, el paroxismo de quien acaba, delante del resto de sus familiares ¡ªfamiliares que, por suerte, habr¨¢n de pasar por el mismo trance traum¨¢tico, instantes antes o despu¨¦s¡ª, de arrancar el mo?o y desgarrar el papel de colores que escond¨ªa, por ejemplo, una calculadora de bolsillo ¡ªs¨¦ que parece una exageraci¨®n, pero no lo es¡ª.
Y como todos los que dan, son, al mismo tiempo, todos los que reciben ¡ªsi algo no se le puede escamotear a la Navidad, es que democratiza tanto las d¨¢divas como la gracias, lo cual es, en s¨ª, otra de sus caracter¨ªsticas edificantes m¨¢s generosas¡ª, todos, absolutamente todos, quedamos atrapados en el centro de su mayor ense?anza: ?una calculadora! ?Carajo¡ justo lo que necesitaba! Sobre todo, porque la que me diste el a?o pasado, t¨ªa, se descompuso. Y la que me hab¨ªas dado el a?o anterior, que creo que era igualita a esta, se me perdi¨®.
De cerca, no hay nada m¨¢s sincero que la hipocres¨ªa, escribi¨® G. K. Chesterton en sus memorias, seguramente porque sus navidades inclu¨ªan a docenas de familiares. Y es que esa es la mayor de las ense?anzas de estas fechas: nos muestran c¨®mo ser sinceros, hip¨®critamente, que viene a ser lo mismo, claro est¨¢, que hip¨®critas sinceros: ?no lo puedo creer¡ de verdad¡ no me lo puedo creer! Un engargolado con tus primeros cuentos, prima¡ ?pero qu¨¦ privilegio! ?Adem¨¢s, no ten¨ªa nada mejor que leer en estas vacaciones! ?En serio¡ te lo juro! Ya ves que casi ni hay buenos libros, de esos que uno quiera leer antes que el manuscrito de una pariente.
La hipocres¨ªa sincera o la sinceridad hip¨®crita, que a la postre no es sino el mayor de los pilares de nuestras relaciones sociales ¡ªde acuerdo con soci¨®logos tan importantes como Erving Goffman, quien aseguran que, para sostener a la sociedad, sus miembros representan roles dram¨¢ticos, verdaderos, pero a la vez falsos, algo as¨ª como el papel de un actor, un papel escrito y desempe?ado majestuosamente, por alguien que no es aquel a quien representa, aunque sea aquel a quien representa durante un instante: el instante en que se arranca el mo?o y se rasga el papel de colores: ?una corbata, t¨ªo! ?C¨®mo sab¨ªas que no ten¨ªa ninguna¡ que nunca jam¨¢s he tenido una!¡ª.
Por supuesto, como queda claro, el intercambio de regalos, el coraz¨®n mismo de la Navidad, nos instruye en otra de las ense?anzas que, a la postre, resultar¨¢n esenciales para la vida: el sarcasmo, la cualidad, pues, que nos permite el paroxismo festivo y agradecido que esperan nuestros familiares, a la vez que le abre una rendija ¡ªno importa que esta sea min¨²scula¡ª a la estupefacci¨®n propia, es decir, a la venganza ¨ªntima y secreta: ?lo sab¨ªa, cu?ado¡ una botellita de mezcal, igual que siempre! ?Y de un mezcal tan bueno que son 300 mililitros¡! ?Como una Pepsi!
Ya lo dijo Chesterton, tambi¨¦n, en su autobiograf¨ªa ¡ªsus navidades, insisto, estaban atiborradas de parientes¡ª: en todo lo realmente importante, el interior es mucho mayor que el exterior. De ah¨ª que la venganza ¨ªntima nos consuele del horror que implica nuestra reacci¨®n p¨²blica. La aseveraci¨®n del viejo de Londres, sin embargo, apunta a otra de las ense?anzas navide?as m¨¢s importantes: que la maldad siempre est¨¢ por encima de la bondad, en lo que se refiere a regalos.
?O alguien se atrever¨¢ a afirmar que no le dedica mucho m¨¢s tiempo y energ¨ªas a elegir el regalo que le toca dar en un intercambio de broma que al que le toca dar en un intercambio regular? Honestamente, si alguien se atreve a decirlo, no podr¨¦ m¨¢s que dudar de ¨¦l o ella. Y es que, al parecer, nada solivianta m¨¢s al alma del generoso que poder herir ¡ªcon permiso del humor¡ª la autoestima del regalado.
Lo cual, ahora que lo escribo y que, por lo tanto, lo pienso, me hace pensar, entender, escribir algo totalmente inesperado: mi familia lleva casi cuarenta a?os, por lo menos, haciendo un intercambio de broma, sin hab¨¦rmelo avisado: ?mi propio libro, empastado como libro antiguo, pero qu¨¦ detalle tan genial!
Aunque no, va a ser que no. Mi familia no lleva ni cuarenta ni treinta ni veinte ni diez ni un a?o d¨¢ndose regalos de broma, sino regalos total y absolutamente serios, honestos, de coraz¨®n. Como tambi¨¦n escribi¨® Chesterton: ¡°Ninguna de sus ideas ten¨ªa suficiente verosimilitud para ser ficci¨®n¡±. Qui¨¦n regalar¨ªa, si no, tres metros de papel para envolver, envueltos en ese papel. O las minas de un lapicero, sin el lapicero. Mi familia, en realidad, siempre encuentra el regalo perfecto. Por eso agradezco, ac¨¢, lo que vaya a tocarme.
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