Narcoterror en Zacatecas: secuestro y muerte para seis adolescentes
El rapto, tortura y asesinato de seis j¨®venes en Malpaso saca a la luz el brutal dominio que ejercen los c¨¢rteles en amplias zonas de M¨¦xico
Zacatecas duerme. Es noche cerrada y en dos habitaciones del rancho El Potrerito descansan siete adolescentes. No es una escena inusual. La granja, una construcci¨®n de cemento gris a las afueras de Malpaso, suele acoger veladas como esta. Los due?os son los padres de H¨¦ctor Alejandro Saucedo y, desde siempre, ¨¦l y sus amigos pasan all¨ª las horas muertas: viendo pel¨ªculas, mirando al techo, hablando de la vida, haciendo lunadas ¡ªfiestas, reuniones nocturnas¡ª. Esas cosas que se hacen cuando tienes 18 a?os y lo m¨¢s importante en el mundo es pasar tiempo con tus compas. Adem¨¢s, no son muchachos demasiado inquietos. Nunca arman mucho jaleo, nunca molestan demasiado.
El reloj marca las primeras horas del domingo 24 de septiembre. A eso de las cuatro de la madrugada se oyen ruidos de motor a la espalda del rancho, por el camino del r¨ªo, un lecho de polvo y piedras que hace tiempo que desconocen lo que es el agua. ¡°Eran unos tres coches¡±, recuerda un trabajador de la granja que no quiere dar su nombre por miedo, como casi todos los entrevistados para esta cr¨®nica. El estruendo funciona como una alarma, un aviso de que algo malo est¨¢ a punto de suceder. De los veh¨ªculos desciende un grupo de hombres armados. Los sicarios disparan al cielo. La pesadilla da comienzo.
Los hombres irrumpen en el rancho. Abren el gran port¨®n de metal que protege la parte residencial de la granja, una construcci¨®n rectangular con un patio interior por el que se accede a las dos habitaciones en las que se reparten los j¨®venes. Los sacan a la fuerza de la cama. No los dejan calzarse; a algunos, ni siquiera ponerse una camiseta. Somnolientos y confusos, los adolescentes probablemente todav¨ªa no entienden lo que est¨¢ pasando.
Minutos despu¨¦s, los siete j¨®venes se descubren a bordo de los coches, que arrancan con rapidez, pero a unos metros del rancho giran bruscamente. Quiz¨¢ se equivocan de camino, quiz¨¢ cambian de opini¨®n. Las huellas del derrape todav¨ªa pueden verse una semana despu¨¦s, sobre la tierra del huerto de nopales de la granja, cerca de los corrales de los cerdos, el gallinero, el establo de los caballos. Los secuestradores se pierden entre los ¨¢rboles y la oscuridad.
Guerra eterna
Las habitaciones siguen como las dejaron los muchachos. Una de ellas tiene una litera y otro colch¨®n. Paredes verdes y rojas algo destartaladas. La otra tiene una cama de matrimonio con ropa amontonada encima, un par de armarios, una imagen de Jesucristo presidiendo la estancia, una botella de cerveza vac¨ªa, cuadernos de anillas apilados, desodorantes gastados, un sombrero de paja. En el patio interior todav¨ªa descansan las motos de dos de los adolescentes. Las propiedades mundanas que prueban que ah¨ª, una vez, hubo vida.
Todos en la comunidad han escuchado claramente la conmoci¨®n del secuestro; los disparos secos al aire de la noche. Todos, menos quien tiene que o¨ªrlos. A menos de 200 metros del rancho hay una garita de la polic¨ªa, sobre la carretera que une Zacatecas con Guadalajara. Nadie acude a frenar el ataque. En una rueda de prensa una semana despu¨¦s, las autoridades defender¨¢n que recibieron un aviso poco despu¨¦s de las cinco de la ma?ana y tardaron 15 minutos en enviar cuatro patrullas. Las madres y padres de los adolescentes discrepan radicalmente: por El Potrerito no apareci¨® ning¨²n agente hasta varias horas despu¨¦s. Solo era uno e iba desarmado. ¡°Mandaron a un estatal despu¨¦s de las ocho de la ma?ana, el puro oficial fue sin arma, sin protector, nada. Todos los pobladores alrededor de las casas escucharon los balazos, no puede ser posible que ellos no los escucharan¡±, protesta un padre.
Los disparos no sorprenden demasiado en Malpaso. En el pueblo, hace tiempo que reina el Cartel Jalisco Nueva Generaci¨®n (CJNG), que libra una guerra eterna contra el Cartel de Sinaloa. Hay toque de queda y cuando cae la noche, por las calles no se ve un alma. ¡°Tiene seis a?os que se agarran a balazos de esquina a esquina¡±, cuenta el trabajador del rancho.
Ni?os soldado
El domingo por la ma?ana, la noticia comienza a extenderse por la comunidad. Los familiares denuncian el secuestro en la Fiscal¨ªa. Las autoridades aseguran que comienzan la b¨²squeda, aunque los parientes defienden que tuvieron que pasar d¨ªas, hasta que cortaron la carretera en protesta, para que los agentes se movilizaran realmente.
El lunes, las fuerzas de seguridad comienzan a buscar en Malpaso y las comunidades aleda?as. Encuentran dos veh¨ªculos que parecen guardar relaci¨®n con el caso. Dentro hay un arma larga, 282 cartuchos de munici¨®n, 13 cargadores, tres cigarros de marihuana y siete dosis de cristal. De los adolescentes, ni rastro. Ese mismo d¨ªa, en el municipio de Jerez, a 25 minutos del Potrerito, la polic¨ªa intercepta otro coche en el que viajan dos adolescentes de 15 y 16 a?os originarios de Durango. Llevan con ellos todo un arsenal: cinco armas largas, 2.427 cartuchos, 57 cargadores y cuatro bombas caseras. Los agentes los detienen. En el interrogatorio, reconocen que son integrantes del grupo armado que se llev¨® a los adolescentes. Ni?os soldado. Quedan a disposici¨®n de la Fiscal¨ªa General de la Rep¨²blica.
El martes amanece sin mucho atisbo de esperanza. Cansados de la falta de avances, en un intento desesperado, los familiares de los chicos bloquean durante nueve horas la carretera Zacatecas-Guadalajara, en la misma garita que hay frente al rancho El Potrerito. Mientras tanto, a 75 kil¨®metros de all¨ª, en Genaro Codina, una camioneta con dos personas maniatadas en su interior intenta darse a la fuga. Sus ocupantes ¡ªlos secuestradores, no los secuestrados, claro¡ª abren fuego contra la polic¨ªa, pero los agentes logran detenerlos. Todav¨ªa no lo saben, pero est¨¢n a punto de dar con la pista definitiva que conducir¨¢ al paradero de los siete adolescentes.
¡°Eran chicos llenos de vida¡±
Las autoridades interrogan a los dos j¨®venes que viajaban maniatados. Dicen que acaban de estar con otros siete chicos que tambi¨¦n fueron raptados; que tanto ellos como los adolescentes de Malpaso venden droga para el CJNG, una informaci¨®n que no ha podido confirmarse. Sin embargo, su testimonio es importante: es el que revela la ubicaci¨®n de los muchachos secuestrados.
Ese d¨ªa, en otra operaci¨®n, los militares detienen a tres hombres y una mujer armados hasta los dientes en Villanueva, implicados tambi¨¦n en el rapto. En total, ya van seis arrestados. En otro enfrentamiento, apresan a dos sicarios m¨¢s, aparentemente sin relaci¨®n directa con el crimen de Malpaso. Mientras tanto, los familiares de los siete secuestrados reciben videos en los que se ve a sus hijos caminando descalzos por el monte, siendo torturados. La desesperaci¨®n y la rabia calan en los huesos.
El mi¨¦rcoles, un helic¨®ptero de la Secretar¨ªa de Seguridad P¨²blica de Zacatecas sobrevuela los montes donde los dos j¨®venes maniatados vieron por ¨²ltima vez a los siete adolescentes. Es una zona agreste y escarpada, de dif¨ªcil acceso. Una buena noticia llega a la barricada humana que las madres y padres han vuelto a formar en la carretera: han encontrado a uno de los chicos con vida. Poco despu¨¦s, la realidad se impone y liquida la esperanza: Sergio Yobani Acevedo Rodr¨ªguez, de 18 a?os, es el ¨²nico superviviente. Los cad¨¢veres del resto de muchachos aparecen en un radio de 70 metros alrededor. Estaban apenas a unos cinco kil¨®metros del rancho El Potrerito.
Las familias pasan la noche en la Fiscal¨ªa, encaran el peor destino posible para un padre: identificar el cad¨¢ver de su hijo. El jueves por la ma?ana comienzan los velatorios. En Malpaso, el funeral de ?scar Ernesto Rojas Alvarado (15 a?os) y Diego Rodr¨ªguez Vidales (17 a?os) es el m¨¢s multitudinario; los dem¨¢s prefieren velar a sus muertos en la intimidad. Los vecinos del pueblo se re¨²nen en el sal¨®n ejidal, lloran a los chicos. Los recuerdan como muchachos ¡°calmados, normales¡±, educados. Aficionados a las motos, a bailar m¨²sica de banda. ¡°Eran chicos llenos de vida, como cualquier adolescente. Sanos, muy alegres. En la escuela eran buenos alumnos. Ni muy sabios ni muy malos, regulares¡±, llora Mar¨ªa Azucena Casillas, su antigua profesora.
La comitiva procesiona hacia la Iglesia con una orquesta de vientos que acompa?a la marcha f¨²nebre. En el cementerio, se respira rabia y miedo: hay halcones entre la gente, vig¨ªas de los asesinos, presentes para que a nadie se le olvide qui¨¦n manda, impunes, reacios a conceder un d¨ªa de paz ni en el funeral de dos ni?os. Casi nadie habla con la prensa, el terror a una represalia impregna el ambiente. Los que lo hacen, ruegan que sea desde el anonimato.
La necropsia se publica horas despu¨¦s y revela que los j¨®venes mueren por ¡°traumatismo craneoencef¨¢lico¡±: golpes en la cabeza. En contra de los rumores que corren entre las malas lenguas del pueblo, el peritaje afirma contundentemente que no hab¨ªa restos de droga en el organismo de los adolescentes. Sergio Yobani permanece ingresado en el hospital, custodiado por la polic¨ªa.
¡°Tiene secuelas, se despierta diciendo: ¡®Ya no me pegue, no he hecho nada malo¡¯. No hay palabras para explicarte en qu¨¦ condiciones lo encontraron¡±, cuenta un familiar. Hay una idea que casi todos comparten en Malpaso: Sergio Yobani solo se salv¨® porque era ¡°el mensajero¡±: el encargado de difundir el mensaje de terror del c¨¢rtel. La Fiscal¨ªa reconoce que la disputa por la plaza entre el CJNG y el Cartel de Sinaloa es el motivo que caus¨® los asesinatos.
Tras el funeral, las familias est¨¢n rotas. Tambi¨¦n los vecinos de Malpaso. Saben que cuando se vaya la prensa, volver¨¢n a quedarse a oscuras con el narco, a pesar de las promesas incumplidas de seguridad del Gobierno. ¡°Despu¨¦s de esto, viene el infierno¡±, predice uno de los parientes. Todos saben que no es el final; que a pesar de lo cruento del caso, solo es uno m¨¢s en un agujero negro de violencia, invisible a los ojos del resto del mundo.
Los seis adolescentes
Jorge Alberto René Ocón Acevedo, 14 años
Óscar Ernesto Rojas Alvarado, 15 años
Diego Rodríguez Vidales, 17 años
Héctor Alejandro Saucedo Acevedo, 17 años
Gumaro Santacruz Carrillo, 18 años
Jesús Manuel Rodríguez Robles, 18 años
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