Messi, el Mozart empaquetado
La leyenda del ¡°Hombre de un solo equipo¡± al que ¨¦l retribuy¨® con la categor¨ªa de equipo legendario se ha terminado
Me gusta el futbol, afici¨®n nada singular que comparto con un porcentaje bastante considerable de los seres humanos. Debo confesar, sin embargo, que los fanatismos, a¨²n esos en apariencia tan inocentes que trae aparejados el deporte, me exceden y me repelen. Ser aficionado sin ser un fan¨¢tico me parece lo m¨¢s justo y razonable y huyo, en la medida de lo posible, de los esencialismos. Muchos de mis mejores amigos son seguidores de equipos enfrentados a los m¨ªos y eso, antes que separarnos, es una condici¨®n que nos une, as¨ª sea en la carrilla, la llevadez y las mofas, seg¨²n lo que pase en las canchas. ?Qui¨¦n puede aspirar a un mundo homog¨¦neo de gente que piense y sienta exactamente como uno? A m¨ª eso me parece la descripci¨®n de una pesadilla. Les voy a los m¨ªos y prefiero que ganen a que sean vencidos, claro, pero no detesto a los contrarios y a¨²n puedo decir que por algunos de esos hipot¨¦ticos enemigos experimento, de cuando en cuando, una especie de secreta corriente de simpat¨ªa.
Ac¨¢ corro a aclarar algo m¨¢s: no soy un devoto del F¨²tbol Club Barcelona ni tampoco uno de esos cientos de millones de personas que han convertido a Leo Messi en el objeto de un culto que colinda con lo m¨ªstico y lo religioso. Pero el tema Messi creo que rebasa todas estas disquisiciones. Su abrupta salida del Barcelona nos ha dejado fr¨ªos, me parece, a todos los que le damos seguimiento a este buen deporte de las patadas. Porque Messi va m¨¢s all¨¢ de los debates peque?os y en el fondo est¨¦riles entre equipos, colores y barras. El argentino es un jugador que provoca que incluso nosotros, los dem¨¢s millones, los que no comprar¨ªamos nunca sus camisetas, los que apoyamos a sus rivales y hemos llegado a festejar sus yerros (en mi caso, debo decir, solo si el de enfrente es mi equipo: los dem¨¢s que celebren lo suyo), nos levantemos tambi¨¦n de la silla para aplaudirle. Porque vaya cosas que ha hecho en las canchas. Porque vaya jugadas y goles.
Messi es mucho Messi como jugador y, m¨¢s all¨¢ de ello, ha sido tambi¨¦n una suerte de s¨ªmbolo mundial en el par de recientes decenios, bastante escasos de figuras indiscutibles en otros ¨¢mbitos. Porque lo f¨¢cil es compararlo con deportistas descomunales como los Jordan, Maradona, Navratilova, Phelps, Comaneci y dem¨¢s iconos. Pero para el celoso y quiz¨¢ exagerado seguidor del futbol, Messi no es solo un pateador de balones, sino todo un creador. ?Y si millones y millones de seres piensan que eres un Mozart (o m¨¢s que ¨¦l, porque qui¨¦n nos dice que conocen y son capaces de ponderarlo), qu¨¦ vienes a ser, al final?
Pero todo ese incienso art¨ªstico se ha desvanecido, de golpe, ante la embestida de la realidad. La leyenda del ¡°Hombre de un solo equipo¡±, de ese ni?o demasiado bajito al que el Barcelona acogi¨® y crio, y al que ¨¦l retribuy¨® con decenas de trofeos y, sobre todo, con la categor¨ªa de equipo grande, de equipo legendario, se ha terminado. Aplastado por una p¨¦sima gesti¨®n, deudas casi inconmensurables y la necesidad de sobrevivir, el Barcelona ha dejado que Messi se marche. Y ahora el PSG, el mayor tibur¨®n de las aguas, el emblema del futbol resuelto a golpe de d¨®lares, se perfila para hacerse con sus servicios, y unirlo as¨ª a su galer¨ªa de dioses mercenarios: Mbapp¨¦, Neymar, Ramos, Icardi, Di Mar¨ªa, Verrati¡
Aunque ya fuera una multinacional en toda forma, el Barcelona de Messi a¨²n pod¨ªa ser romantizado. Pero el PSG es una aplanadora millonaria, una maquinaria pensada para arrasar, que no despierta amores sino que m¨¢s bien mueve al miedo. Y el dinero gana, como siempre, y el amor al deporte de las patadas se hace un poco menos explicable cada vez.
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