Controversias monumentales
?Qu¨¦ personajes ameritan que se les consagre la relativa eternidad de una estatua y cu¨¢les convendr¨ªa quefueran removidos del sitio que las sociedades del pasado les concedieron? ?Qu¨¦ dicen de nuestra identidad las esculturas?
La anunciada instalaci¨®n en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de M¨¦xico de una escultura monumental llamada Tlali, que representa la cabeza de una mujer ind¨ªgena, y que sustituir¨¢ al monumento dedicado a Crist¨®bal Col¨®n que, por decenios, ocup¨® un notorio pedestal en la principal avenida capitalina, representa el episodio m¨¢s reciente de una pol¨¦mica que lleva alg¨²n tiempo de sobrevolar la discusi¨®n p¨²blica en M¨¦xico y otros pa¨ªses, y que puede resumirse en una serie de preguntas relacionadas: ?qu¨¦ y a qui¨¦nes deben conmemorar los espacios p¨²blicos de nuestras ciudades? ?Qu¨¦ personajes ameritan que se les consagre la relativa eternidad de una estatua y cu¨¢les convendr¨ªa que fueran removidos del sitio que las sociedades del pasado les concedieron? ?Qu¨¦ dicen de nuestra identidad las esculturas que decidimos que pueblen las avenidas, glorietas, parques y hemiciclos? ?Las estatuas sirven de algo, aparte de ser la letrina de las palomas y el punto de referencia de los taxistas?
Los bustos y monumentos no son un asunto tan trivial como podr¨ªa parecer: han aparecido en todas las civilizaciones. Dioses, h¨¦roes, reyes, conquistadores, pero tambi¨¦n insumisos y rebeldes, tambi¨¦n personajes a los que se considera admirables por su genio, inteligencia, devoci¨®n, abnegaci¨®n o bondad, han sido celebrados en madera, piedra o metal. Y, del mismo modo, las sociedades humanas se han concedido otras estatuas para resaltar abstracciones o s¨ªmbolos que les recuerden sus or¨ªgenes, sus aspiraciones o logros. Se exaltan la belleza, la libertad, el patriotismo, la maternidad, la pureza, el trabajo... Lo que mejor acomode al momento, cosa que no deja de ser parad¨®jica para piezas quese afanan en buscar la permanencia.
Porque las estatuas no nacen del suelo y por s¨ª solas y, por tanto, no son neutrales, como los ¨¢rboles o las colinas. Hay que ponerlas en donde est¨¢n y pagar por ellas y, por lo tanto, representan a las ideas dominantes y hegem¨®nicas de una cierta ¨¦poca. Pero, dado que los ciudadanos comunes y corrientes no cuentan con el tiempo, el dinero ni, en general, las ganas de andarlas levantando, tambi¨¦n son, sobre todo, un s¨ªntoma de las opiniones e intereses de los Gobiernos y Estados que las mandan esculpir y colocar y que, de alg¨²n modo, fingen interpretar la voluntad de los ciudadanos al imponerlas.
M¨¦xico reboza de bustos en honor a los h¨¦roes patrios reivindicados por sus sucesivos Gobiernos. Gracias al nacionalismo que tanto cacareaba el PRI, en cada ciudad y pueblo del pa¨ªs hay uno o varios Ju¨¢rez, Hidalgos, Morelos y una multitud de L¨¢zaros C¨¢rdenas. A estas alturas, podemos decir que estos son personajes m¨¢s o menos establecidos en el imaginario popular y que nadie espera que los bajen. Pero tambi¨¦n andan por ah¨ª decenas m¨¢s que cuentan con un consenso mucho menor. El general Garc¨ªa Barrag¨¢n, por ejemplo, quien era secretario de la Defensa en tiempos de la masacre de Tlatelolco y cuyas representaciones suelen ser manchadas con pintura rojo sangre... ?Y qu¨¦ decir de los Colosios que salpican el paisaje aqu¨ª y all¨¢? Pero no solo en el PRI hace aire: los panistas se las arreglaron para levantarle estatuas, donde pudieron, a su excandidato presidencial Manuel J. Clouthier cuando llegaron al poder.
Es muy probable que tengan raz¨®n quienes sostienen que los mexicanos, hoy d¨ªa, no se sienten mayoritariamente representados por Col¨®n, y que muchos de ellos lo consideran un personaje dudoso o nefasto, al ser el precursorde la conquista y colonizaci¨®n americana. Pero, en esa misma l¨ªnea de pensamiento, ?qu¨¦ desear¨ªa poner el com¨²n de los ciudadanos en su lugar? ?Una cabeza colosal, como Tlali, que se presupone olmeca pero que tiene un nombre n¨¢huatl? ?Si hici¨¦ramos una encuesta abierta no correr¨ªamos el riesgo de terminar con un Baby Yoda gigante all¨ª, en vez de alguna figura patriota?
Imposible no pensar, gracias a este l¨ªo, en la historia del Caballito, la estatua ecuestre del rey espa?ol Carlos IV, esculpida por el gran Manuel Tols¨¢, que pas¨® m¨¢s de un siglo en el mismo Paseo de la Reforma hasta que se decidi¨®, creo que razonablemente, que no hab¨ªa motivos para honrar de tal modo a un rey colonial de ultramar. Pero los mexicanos, que somos geniales, encontramos en aquel entonces una soluci¨®n a la altura de nuestras confusiones hist¨®ricas: el Caballito se conserv¨® ¡°por respeto al arte¡±, pero en otra ubicaci¨®n menos vistosa, y en el sitio donde se levantaba fue colocada una reinterpretaci¨®n met¨¢lica, curvil¨ªnea y a la vez angulosa del monumento, un nuevo Caballito pero sin rey montado. No conozco nadie a quien le guste el segundo Caballito, pero al menos los taxistas pueden seguir us¨¢ndolo como punto de referencia¡
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