Terror en las gradas
Si los directivos carecen de ¨¦tica deportiva, ?por qu¨¦ habr¨ªan de tenerla los aficionados? El origen primario de la violencia no est¨¢ en las gradas ni en la cancha: est¨¢ en los palcos
El 27 de febrero, el cuerpo de Elisa N, madre de Alejandro N, miembro del C¨¢rtel Jalisco Nueva Generaci¨®n, era velado en una funeraria de San Jos¨¦ de Gracia, Michoac¨¢n, cuando otro grupo del mismo c¨¢rtel irrumpi¨® en la funeraria para asesinar a 17 personas. Todo esto seg¨²n testigos presenciales. Las autoridades no vieron nada ni encontraron rastros de lo sucedido. Minutos despu¨¦s de la masacre, los asesinos retiraron los cad¨¢veres y limpiaron con m¨¢quinas el suelo ensangrentado. Las v¨ªctimas desaparecieron como si la amarga iron¨ªa de morir en una funeraria resultara imposible.
San Jos¨¦ de Gracia es el sitio donde Luis Gonz¨¢lez y Gonz¨¢lez renov¨® el arte de la microhistoria. El t¨ªtulo de su obra maestra alude a la transitoria condici¨®n de cualquier lugar, pero adquiri¨® amarga contundencia el 27 de febrero: Pueblo en vilo.
El s¨¢bado 5 de marzo ocurri¨® algo no muy distinto en el Estadio Corregidora de Quer¨¦taro. Aficionados del Atlas y del equipo local, los Gallos Blancos, se enfrascaron en una batalla en las gradas que concluy¨® en plena cancha y oblig¨® a suspender el partido en el minuto 63. La violencia fue evidente: rostros ensangrentados, cuerpos inertes que segu¨ªan siendo pateados, hinchas exang¨¹es a los que se les despojaba de la camiseta como si as¨ª los desollaran. Un aficionado del Atlas asegura haber visto un muerto.
No basta apelar a la conducta de los ultras para explicar lo sucedido. La trifulca fue posible gracias a la inoperancia de la polic¨ªa y, posiblemente, a su complicidad. Aficionados del Atlas informan que las autoridades abrieron las rejas que los separaban de la barra brava de Gallos Blancos y los dejaron entrar con pu?ales y picahielos.
A pesar de las brutales im¨¢genes captadas por la televisi¨®n, el gobernador de Quer¨¦taro, Mauricio Kuri Gonz¨¢lez, minimiz¨® los sucesos: se?al¨® que no hab¨ªa muertos y record¨® que la seguridad del estadio depende de la empresa propietaria del equipo (s¨ª, pero la supervisi¨®n de la seguridad depende del Gobierno del Estado).
La violencia que recorre M¨¦xico se cubre del manto de la impunidad. Una patria irreal, de asesinatos sin cad¨¢veres.
El f¨²tbol no es el responsable directo del deterioro social. Cuando alguien saca un pu?al en las tribunas no responde a los impulsos del deporte, sino a las carencias de su comunidad.
En 1974 fui testigo de un cl¨¢sico River-Boca en el Estadio Monumental de Buenos Aires. Una persona detect¨® mi acento y quiso confirmar algo que hab¨ªa o¨ªdo: ¡°?Es cierto que en M¨¦xico el equivalente de un hincha de Boca se sienta al lado del equivalente a un hincha de River y no se matan?¡±. En aquel tiempo las tribunas mexicanas eran un lugar tranquilo donde los espectadores, tantas veces decepcionados por los suyos, transformaban su entusiasmo en resignaci¨®n. Pens¨¦ que mi compa?ero de asiento se alegrar¨ªa de saber que ten¨ªamos hinchadas pac¨ªficas; sin embargo, la noticia de que se pod¨ªa convivir con los rivales sin morir en el intento hizo que exclamara en forma inolvidable: ¡°?Uh, pero qu¨¦ degenerados!¡±
A medio siglo de esa escena no hay duda de que el p¨²blico del f¨²tbol mexicano se ha degradado al comp¨¢s de la sociedad que le da origen. Los seguidores de los Gallos Blancos del Quer¨¦taro y el Atlas ya contaban con antecedentes al respecto. En 2015, otro partido se suspendi¨® en el Estadio Corregidora por agresiones a los hinchas del San Luis, y en 2014, los aficionados del Atlas cercaron a la porra del Monterrey afuera del Estadio Jalisco y solo suspendieron su ataque cuando la polic¨ªa los dispers¨® con gases lacrim¨®genos. Curiosamente, el lema hist¨®rico de la afici¨®n rojinegra es: ¡°Le voy al Atlas aunque gane¡±. Durante d¨¦cadas, ese club fue una escuela de estoicismo. Hoy es un pretexto para la trifulca. Sin embargo, esto no distingue al f¨²tbol de otros comportamientos: la violencia se ha convertido en una forma habitual de relacionarse con el otro.
La mayor¨ªa de los mexicanos repudia esta conducta. Si el pa¨ªs se desangra es porque una minor¨ªa cada vez m¨¢s amplia act¨²a sin la menor resistencia.
En t¨¦rminos econ¨®micos, la Liga Mexicana es la m¨¢s exitosa del continente americano. Desde hace mucho, los directivos se han desentendido de fomentar la calidad deportiva, privilegiando las ganancias. En las transmisiones de televisi¨®n, la imagen se interrumpe en pleno partido para promover una hamburguesa y los jugadores son trasladados de un club a otro al margen de su voluntad. Jes¨²s Manuel Corona tuvo la mala suerte de nacer con apellido de cerveza y ser contratado por un equipo que era patrocinado por otra cerveza. Para evitar este absurdo conflicto de intereses, la directiva le puso el apodo de Tecatito.
En un pa¨ªs donde el nombre de un jugador se cambia para que anuncie la cerveza correcta, el f¨²tbol no es otra cosa que un producto rentable. Si los directivos carecen de ¨¦tica deportiva, ?por qu¨¦ habr¨ªan de tenerla los aficionados?
El origen primario de la violencia no est¨¢ en las gradas ni en la cancha: est¨¢ en los palcos.
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