Maneras de llevar el burka
Las afganas tendr¨¢n derecho por fin a ser nombradas. Un peque?o pero decisivo avance mientras miles de cong¨¦neres alientan movilizaciones de diversa ¨ªndole en otras partes del mundo, como factor de cambio indudable. Pero la mayor¨ªa sigue sumida en el anonimato
Que las mujeres son activos factores de cambio resulta obvio, como demuestran los casos de Bielorrusia o Tailandia. En el pa¨ªs europeo, una improvisada troika femenina ha sido la espita de una in¨¦dita contestaci¨®n a Aleksandr Lukashenko fermentada por a?os de abusos de poder. En Tailandia, una mayor¨ªa de j¨®venes estudiantes ha adquirido especial protagonismo en las protestas antigubernamentales, hartas del patriarcado que informa el establishment, ese entramado inextricable de monarqu¨ªa, Ej¨¦rcito y budismo. En la defensa medioambiental, a favor del control de armas en EE UU, contra la violencia y la discriminaci¨®n sexual: las mujeres son hace tiempo una fuerza movilizadora transversal innegable.
Pero la lucha va por barrios, y por clases. De las activistas bielorrusas a las afganas hay un trecho gal¨¢ctico en detrimento de las segundas, hasta el punto de que su identidad como mujeres debe pasar antes por la identificaci¨®n: hasta ahora imperaba el tab¨² de no nombrarlas en p¨²blico m¨¢s que como madres, esposas o hijas; es decir, como seres no solo negados, sino an¨®nimos. Por eso resulta muy notable el anuncio de que el nombre de las mujeres aparecer¨¢ por primera vez en el carn¨¦ de identidad junto al del padre. Sostener que la ardua paz que Gobierno y talibanes negocian no ser¨¢ completa si las afganas no logran reconocimiento no es exagerado, m¨¢xime cuando temen un retroceso en su situaci¨®n ¡ªdif¨ªcil ir a peor, en la tumba del burka¡ª por una eventual concesi¨®n a los talibanes en aras de un acuerdo.
Tras a?os de lucha, mediante la campa?a virtual #whereismyname, las afganas empiezan a dejar de ser sombras en la arena. Como contaba recientemente ?ngeles Espinosa en este diario, su nombre ni siquiera se escribe en sus tumbas; y solo pod¨ªan aspirar a pasar de ser hijas a esposas, siendo el titular de la menci¨®n el padre o el marido. M¨¢s grave a¨²n era el caso de las viudas, cabezas de familia sin derechos, ni t¨ªtulos de propiedad, convertidas en fantasmas por obra y gracia de esa atroz guerra perpetua.
Sostiene Milan Kundera que la historia de la novela es la de la democratizaci¨®n del protagonista, de los h¨¦roes de la ¨¦pica ancestral al individuo sin atributos de la narrativa contempor¨¢nea, pasando por los burgueses que epitomizan el esplendor del g¨¦nero. Pero a la historia de la humanidad a¨²n le falta mucho para una progresi¨®n semejante: la igualdad completa de las mujeres, no solo respecto del var¨®n, tambi¨¦n entre ellas. Porque igual de an¨®nimas que las afganas existen las refugiadas; los millones de mujeres que retroceder¨¢n laboral y socialmente d¨¦cadas por el impacto del coronavirus; las v¨ªctimas de trata o las gestantes por dinero (es decir, por pobreza); mujeres encerradas a la fuerza en burkas diversos. Porque el burka no es solo una c¨¢rcel de tela, sino una herramienta de control y un marco mental, el de la marginaci¨®n.
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