6 de enero, s¨ªntoma de un problema sist¨¦mico
El asalto al Congreso no es el simple fruto de un presidente aberrante, sino tambi¨¦n de la creciente desigualdad, la propagaci¨®n del discurso del odio en Internet y una din¨¢mica de fracaso institucional
En 1787, los miembros de una milicia armada que hab¨ªa peleado en las tierras fronterizas del oeste de Massachusetts intent¨® asaltar y capturar un arsenal federal. Este incidente, el cl¨ªmax de la llamada Rebeli¨®n de Shays, fue uno de los factores inmediatos que precipitaron el Congreso de Filadelfia en el que se redact¨® la Constituci¨®n de EE UU. La nueva naci¨®n necesitaba un Gobierno central con la fuerza suficiente para mantener el orden y la Rebeli¨®n de Shays hab¨ªa demostrado que no la ten¨ªa.
Los extraordinarios sucesos de la semana pasada en Washington DC nos escandalizaron, pero no era la primera vez que ocurr¨ªa algo as¨ª. Los extremistas antigobierno que organizan ataques contra las instituciones del Estado han aparecido a trav¨¦s de la historia de nuestro pa¨ªs de forma intermitente; quiz¨¢ nunca se hab¨ªan sentido tan directamente jaleados por un presidente en activo. EE UU presume de que es la democracia m¨¢s antigua del mundo y en la pr¨¢ctica lo es, aunque los autores de la Constituci¨®n prefirieron llamarla rep¨²blica. Tem¨ªan por igual las pasiones descontroladas de la poblaci¨®n y el poder del Gobierno central. As¨ª que dise?aron un sistema pensado para contener ambas cosas.
El Congreso se reuni¨® el 6 de enero debido a una caracter¨ªstica peculiar del sistema estadounidense. La Constituci¨®n se redact¨® de forma que daba m¨¢s poder a los Estados que al Gobierno nacional; de ah¨ª el nombre oficial del pa¨ªs. Los Estados controlan el proceso electoral. En las primeras d¨¦cadas de nuestra historia, el voto estaba circunscrito esencialmente a los propietarios blancos y varones y, aun as¨ª, la idea de escoger directamente a los cargos p¨²blicos les resultaba inquietante a los agricultores. El dise?o original del sistema preve¨ªa que fueran las c¨¢maras legislativas de los Estados las que eligieran a los senadores. En cuanto a los miembros de la C¨¢mara de Representantes, los eleg¨ªan los ciudadanos de sus circunscripciones, pero los l¨ªmites de esas circunscripciones los decid¨ªan las C¨¢maras de los Estados. Al presidente lo eleg¨ªa (y lo elige) un ¨®rgano denominado Colegio Electoral, formado por compromisarios escogidos temporalmente por cada Estado. Lo que asalt¨® la turba de partidarios de Trump fue la reuni¨®n que celebra el Congreso cada cuatro a?os para ratificar los votos de ese Colegio Electoral.
Los sucesos que vimos la semana pasada son s¨ªntoma de un problema grave, ?pero qu¨¦ problema exactamente? Si se tratara de que tenemos un presidente completamente aberrante y malvado, en cierto sentido, ser¨ªa algo positivo. Donald Trump va a dejar su cargo dentro de unos d¨ªas, si no le obligan a dimitir antes. La prueba de fuego de un sistema pol¨ªtico no debe ser si puede impedir que una persona terrible ocupe un alto cargo, sino si es capaz de resistir a pesar de ello. Quiz¨¢ es lo que ha pasado en este caso. No debemos olvidar que, en noviembre, vot¨® pac¨ªficamente un n¨²mero r¨¦cord de estadounidenses. Los tribunales han rechazado numerosos intentos de Trump de anular los resultados de esa votaci¨®n. La v¨ªspera de que la turba irrumpiera en el Capitolio, se celebraron en Georgia unas elecciones sin incidente alguno, a pesar de las provocaciones de Trump. Y el Congreso, pocas horas despu¨¦s del asalto, volvi¨® a reunirse, debati¨® y aprob¨® ratificar el resultado de las presidenciales. En su mayor¨ªa, las defensas aguantaron.
Pero es probable que lo que hemos visto sea s¨ªntoma de un problema sist¨¦mico, o de varios que se entrecruzan. El m¨¢s obvio es que una parte de la poblaci¨®n estadounidense se siente al margen, no tiene ninguna lealtad hacia nuestras leyes e instituciones y es propensa a abordar las discrepancias pol¨ªticas como una feroz enemistad. Ser¨ªa ingenuo y ahist¨®rico pensar que ese factor no exist¨ªa antes en nuestro pa¨ªs, pero hoy parece especialmente amplio y agresivo. ?C¨®mo hemos llegado a ello?
Se me ocurren unos cuantos motivos. Uno es el fen¨®meno global del aumento de las desigualdades. En los ¨²ltimos 40 a?os, los frutos del desarrollo econ¨®mico han ido a parar de forma desproporcionada a un peque?o grupo que est¨¢ en la cima y eso ha hecho que millones de personas de clase media y trabajadora se sientan atrapados, frustrados y traicionados. Es un problema con una fuerte dimensi¨®n geogr¨¢fica: las grandes ¨¢reas metropolitanas son relativamente pr¨®speras, pero el campo no. Otra causa es que los medios de comunicaci¨®n, en la era de Internet, forman un sistema inmenso, r¨¢pido y sin regular en el que cualquiera puede publicar o recibir cualquier cosa, sea cierta o no. Es terreno abonado para el discurso del odio, las teor¨ªas de la conspiraci¨®n y las mentiras capaces de empujar a la gente a la acci¨®n. Y otro motivo m¨¢s es que las instituciones s¨®lidas est¨¢n siendo sustituidas por mercados fluidos, lo que crea una din¨¢mica propia de fracaso institucional que genera desconfianza.
EE UU posee un sistema de partidos especialmente duradero: no tenemos m¨¢s que dos grandes partidos que se han repartido el primer y el segundo puesto en todas las presidenciales desde hace 160 a?os. Hasta los a?os sesenta del siglo XX, el Partido Dem¨®crata era una extra?a alianza de la clase trabajadora urbana y el sur blanco conservador, que estaba resentido por la derrota en la guerra de Secesi¨®n. Cuando los dem¨®cratas asumieron los objetivos del movimiento de los derechos civiles, el Partido Republicano empez¨® a arrebatarles ese voto blanco sure?o hasta apoderarse de ¨¦l por completo. El proceso lo convirti¨® en un partido mucho m¨¢s conservador y apoyado en otra alianza tambi¨¦n extra?a, la de los intereses empresariales y la masa blanca menos pr¨®spera y menos culta. Trump consigui¨® la nominaci¨®n en 2016 gracias a que supo explotar muy bien el resentimiento de los votantes republicanos por la postura de la direcci¨®n del partido en favor del mercado y del liberalismo cultural. Es evidente que los l¨ªderes republicanos no saben c¨®mo ganarse la lealtad de sus votantes sin recurrir a los m¨¦todos de Trump.
Ahora, en EE UU, da la impresi¨®n de que todo el mundo reclama el fortalecimiento de nuestra democracia. Est¨¢ muy bien ¡ªmucho mejor que suponer que ya tiene esa fortaleza¡ª, pero es importante no olvidar que la democracia puede adoptar muchas formas. En un pa¨ªs grande y variado es inevitable que haya grandes diferencias y siempre existe la posibilidad de que una parte importante de la poblaci¨®n tenga unas inclinaciones pol¨ªticas verdaderamente da?inas. Una democracia debe contar con una gran participaci¨®n, pero tambi¨¦n con fuertes medidas de protecci¨®n contra la posibilidad de que partes importantes de la poblaci¨®n reaccionen de forma radical e inmediata a emociones intensas. Un Gobierno representativo constituye un amortiguador esencial. Tambi¨¦n lo son unos partidos pol¨ªticos fuertes y relativamente disciplinados. Y tambi¨¦n un entorno saludable en el que emitir opiniones e informaciones pol¨ªticas.
Dentro de un mes, casi con toda seguridad, nuestra democracia parecer¨¢ m¨¢s funcional que ahora. Pero no por eso debemos dar por concluido el debate. Las grandes tareas pendientes m¨¢s importantes que tiene el pa¨ªs ¡ªlograr una econom¨ªa m¨¢s equitativa, unas instituciones m¨¢s justas y fuertes dentro y fuera de la Administraci¨®n, m¨¢s confianza social y un mayor consenso sobre la realidad¡ª tardar¨¢n mucho en culminarse. No debemos consentir jam¨¢s que se distraiga la atenci¨®n, ineludible y constante, de lo que sucedi¨® la semana pasada.
Nicholas Lemann escribe para la revista The New Yorker desde 1999 y es decano em¨¦rito de la Facultad de Periodismo de Columbia.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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