Celebrar que la democracia gan¨®
Las lecturas interesadas del golpe del 23-F chocan con la terquedad de los hechos
El golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 fue el aviso m¨¢s importante de que el proyecto que estaba entonces en marcha en Espa?a pod¨ªa estropearse, pero la joven democracia logr¨® detenerlo y demostr¨® que hab¨ªa llegado para quedarse. A pesar de sus fragilidades, y en un contexto de severa crisis ¡ªel partido que gobernaba estaba descomponi¨¦ndose, la situaci¨®n econ¨®mica era mala, el terrorismo golpeaba con sa?a, la sociedad estaba desencantada¡ª, las instituciones aguantaron la asonada y el jefe de Estado, cuando los poderes legislativo y ejecutivo estaban secuestrados en el Congreso por los guardias civiles de Tejero, actu¨® con decisi¨®n y sus iniciativas sirvieron para frenar la acometida. El rey Juan Carlos supo transmitir con determinaci¨®n a la c¨²pula militar que su deber era defender la Constituci¨®n, favoreci¨® la coordinaci¨®n de distintos equipos que se organizaron de inmediato para conjurar la rebeli¨®n y se dirigi¨® por televisi¨®n a los espa?oles para dejar claro que la democracia no iba a ser derrotada. Y no fue derrotada.
Se ha escrito mucho sobre lo que ocurri¨® el 23-F y la versi¨®n que defendi¨® la extrema derecha para justificar su fracaso se ha visto reforzada por otros sectores, tanto desde la izquierda como desde ¨¢mbitos nacionalistas, que han encontrado en sus argumentos la suficiente metralla para desacreditar la democracia que en aquellas jornadas termin¨® definitivamente por asentarse. Los golpistas pretendieron desde que dieron sus primeros pasos transmitir la idea de que el Rey amparaba su iniciativa, para sumar de esa manera apoyos que pudieran resultar decisivos, y aun cuando la conducta del jefe de Estado desminti¨® dr¨¢sticamente aquel falso se?uelo ha quedado ah¨ª como una artima?a que favorece las lecturas que tanto festejan algunos de una conspiraci¨®n fallida. No hubo tal. Los historiadores m¨¢s rigurosos as¨ª lo han acreditado al reconstruir aquellas horas de inmenso desasosiego: el rey Juan Carlos supo que su lugar estaba del lado de la Constituci¨®n y puso cuantos mecanismos estaban al alcance de su mano para garantizar su pervivencia.
Los nost¨¢lgicos del franquismo han encontrado en los cr¨ªticos de la actual Monarqu¨ªa parlamentaria una inquietante complicidad a la hora de reinventar lo que ocurri¨® hace hoy 40 a?os. Es muy tentador contarse el pasado en blanco y negro y utilizarlo en el presente para situarse del lado de los elegidos para una causa, sea la que sea. El actual descr¨¦dito de Juan Carlos I favorece una lectura emocional de aquellos dram¨¢ticos momentos que sirve para erosionar la actual democracia. Con sus numerosas imperfecciones es, sin embargo, la que ha garantizado durante estos ¨²ltimos 40 a?os ¡ªadem¨¢s de mucho progreso¡ª las libertades que permiten incluso que algunos la cuestionen hoy de manera tan radical.
Lamentablemente, varios partidos se ausentar¨¢n del acto conmemorativo. Cuesta entender las razones por las que se declina participar en el recuerdo de la victoria colectiva de los dem¨®cratas frente al golpismo brutal. Las cr¨ªticas son, en una democracia, siempre bienvenidas. Por eso, precisamente, es importante celebrar que el golpe del 23-F fracas¨®. Y que gan¨® la Constituci¨®n.
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