Las dos revoluciones del turismo
Resulta superficial pensar que un virus, por mortal que sea, basta para decretar la desaparici¨®n de los viajes de ocio. La pandemia nos ha revelado lo mucho que echamos de menos el no poder cambiar de aires, ir a otro sitio
?C¨®mo conseguir que el crecimiento mundial se reactive sin turismo? Es este el problema con el que hoy se devanan los sesos los responsables de la econom¨ªa mundial. Porque ha sido precisamente la pandemia la que ha demostrado el papel crucial del turismo. No solo en pa¨ªses de clara vocaci¨®n tur¨ªstica, como Espa?a, Italia o Austria, donde ese sector representa alrededor de una sexta parte del PIB y del empleo. El turismo es tambi¨¦n decisivo para toda la econom¨ªa global porque es la industria que activa todas las dem¨¢s industrias.
Sin el turismo, no solo se detienen el ramo hotelero, el de la restauraci¨®n y, en general, todos los sectores relacionados con la hosteler¨ªa, sino que la industria aeron¨¢utica desaparece por completo, la industria del autom¨®vil se reduce a la mitad, los astilleros especializados en cruceros se arruinan, la construcci¨®n se ve gravemente afectada. Y estos desplomes arrastran consigo a la siderurgia, al hormig¨®n, a la electr¨®nica...
Cuando afirm¨¦ hace cuatro a?os en el libro, ahora traducido al castellano, El selfie del mundo que el turismo es la industria m¨¢s importante del siglo, fui tachado de fanfarr¨®n y acusado de soltar trolas. Pero un a?o de Covid-19 nos ha demostrado, por el contrario, lo importante y seria que es esta industria que con tanto desd¨¦n suele ser tratada.
Subestimamos ese sector porque confundimos el turismo con los turistas, y a los turistas resulta dif¨ªcil tomarlos en serio, nos parecen graciosos, literalmente gente fuera de lugar. Siempre los tratamos con indignaci¨®n y les atribuimos los da?os que ocasiona el turismo: como si culp¨¢ramos a los obreros del envenenamiento que provoca la industria. Solo esto deber¨ªa hacernos reflexionar: ?la paradoja de que todos somos turistas que despreciamos a los turistas!
Esta paradoja demuestra cu¨¢n irresuelta est¨¢ nuestra relaci¨®n con este sector. Tambi¨¦n evidencia la superficialidad de quienes creen que un virus, por mortal que sea, basta para decretar la desaparici¨®n de esta invenci¨®n de la modernidad, incubada durante siglo y medio y que estall¨® despu¨¦s de la II Guerra Mundial.
Porque fueron necesarias dos revoluciones para crear el turismo. Una, tecnol¨®gica: la revoluci¨®n del transporte y de las comunicaciones, que hizo posible los viajes r¨¢pidos y baratos. Y otra, social, que gener¨® los viajeros. Esta revoluci¨®n social no cay¨® del cielo, sino que fue el fruto de dur¨ªsimas e interminables luchas mediante las cuales se logr¨® la progresiva conquista del ocio remunerado. Porque para que los seres humanos se conviertan en turistas no basta con disponer de tiempo libre: los desempleados lo tienen en abundancia. Antes de Bismarck en Alemania, del New Deal en Estados Unidos, o del Frente Popular en Francia, en la historia de la humanidad una gran parte de la poblaci¨®n nunca hab¨ªa disfrutado de ingresos en per¨ªodos de inactividad. Es decir, nunca hab¨ªa disfrutado de vacaciones en edad laboral ni de una pensi¨®n despu¨¦s. Al menos el 95% de los turistas que hemos visto deambular por ah¨ª en los ¨²ltimos a?os estaban disfrutando de vacaciones pagadas o ten¨ªan una pensi¨®n. As¨ª que para deshacerse del fruto de estas dos revoluciones, la tecnol¨®gica y la social, ser¨ªa necesaria otra revoluci¨®n diferente por lo menos.
Esas dos revoluciones no solo transformaron nuestra vida, sino tambi¨¦n nuestras categor¨ªas mentales. Han hecho de la posibilidad de viajar la piedra angular de nuestra idea de libertad. De nuevo, es la pandemia lo que nos ha revelado lo mucho que echamos de menos el no poder cambiar de aires, el no poder ir a otro sitio (no importa a d¨®nde). La voluntad de viajar es una reivindicaci¨®n de libertad. Antes de la covid no ¨¦ramos conscientes de ello, por m¨¢s que debi¨¦ramos haberlo sabido, dado que fue una solicitud de visados tur¨ªsticos en Alemania del Este la chispa que provoc¨® la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn en 1989.
En Occidente, sin embargo, antes de la pandemia nadie se hab¨ªa percatado de que la necesidad de moverse y de experimentar nuevos horizontes era tan intensamente pol¨ªtica. Solo el reiterado y prolongado encierro de la segunda ola nos ha hecho vivir en nuestra propia piel la imposibilidad de viajar como una c¨¢rcel, una reclusi¨®n: por primera vez nos pusimos en el pellejo de los alemanes del Este. Impedir a los ciudadanos que viajen significa privarles de un elemento esencial de su idea de libertad.
A la primera contradicci¨®n (ser todos turistas que desprecian a los turistas), aqu¨ª caemos todos en una segunda: el turismo es un componente indispensable de nuestra libertad, pero es tambi¨¦n una industria contaminante por partida doble. En primer lugar, porque, como industria que activa otras industrias, el turismo conlleva toda la contaminaci¨®n que estas industrias (aeron¨¢utica, automovil¨ªstica, construcci¨®n, naval, sider¨²rgica...) producen. En segundo lugar, porque, como industria social, produce una contaminaci¨®n humana (vaciamiento de centros urbanos, disneylandizaci¨®n del mundo, desfiguraci¨®n de ecosistemas). Se trata de una contradicci¨®n irremediable que nos lleva a una sola conclusi¨®n: nuestra concepci¨®n de la libertad es una idea destinada a consumir el mundo. Es inevitable que una sociedad basada en el consumo, que nos empuja a todos a ser consumidores, deba llevar, a fin de cuentas y en ¨²ltima instancia, a extender esta actividad al mundo en el que vivimos, es decir, a consumir el planeta.
Esa es la raz¨®n por la que resulta tan dif¨ªcil prescindir del turismo y al mismo tiempo convivir con ¨¦l. El impulso para reactivar la econom¨ªa como si nada hubiera pasado es muy fuerte: en 2019 hubo nada menos que 69 millones de vuelos que cruzaron nuestra atm¨®sfera. Entre otras cosas, porque subestimamos nuestra capacidad de olvido, que vuelve pat¨¦tica esa ilusi¨®n mil veces repetida de que ¡°nada ser¨¢ como antes¡±. En 1918 estaban convencidos de que la que acababa de terminar ser¨ªa ¡°la ¨²ltima guerra que pondr¨ªa fin a todas las guerras¡±. Despu¨¦s de la crisis financiera de 2008, muchos prestigiosos economistas nos aseguraron que el capitalismo nunca volver¨ªa a ser como antes. Perm¨ªtasenos, pues, dudar de que despu¨¦s de esta pandemia ¡°nada volver¨¢ a ser como antes¡±. Entre otras cosas, porque la diversidad que se avecina no es muy prometedora.
Por mucho que la desmemoria humana pretenda volver a empezar desde el principio, no ser¨¢ f¨¢cil hacerlo como si nada hubiera pasado. Y menos lo ser¨¢ cuanto m¨¢s se prolongue el estado de excepci¨®n: cuantos meses (?a?os?) m¨¢s dure el bloqueo, m¨¢s empresas ir¨¢n a la quiebra, m¨¢s cadenas de suministro se ver¨¢n interrumpidas, m¨¢s trabajadores se habr¨¢n reciclado en otros sectores. Sobre todo, la confianza de los inversores se resentir¨¢ y ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil convencerles para apostar capital en un sector que resulta estar a merced de un virus.
No sabemos qu¨¦ es mejor, acabar cuanto antes con el confinamiento y empezar a contaminar otra vez de inmediato, o seguir deprimidos y encarcelados un poco m¨¢s, pero d¨¢ndole al planeta un momento de alivio, de respiro.
Marco d¡¯Eramo es soci¨®logo y ensayista, autor de El selfie del mundo. Una investigaci¨®n sobre la edad del turismo (Anagrama).
Traducci¨®n de Carlos Gumpert.
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