Democracia para ¨¢ngeles
Los que critican la Constituci¨®n del 78 suelen denunciar la baja calidad del sistema pol¨ªtico en Espa?a, como si ese concepto fuera un principio capaz de legitimar cualquier iniciativa, dentro o fuera de las leyes
Los episodios de violencia perpetrados en Barcelona y otras ciudades a ra¨ªz del ingreso en prisi¨®n de un cantante de rap condenado por sentencia firme han dado lugar a varias controversias simult¨¢neas, relacionadas con los l¨ªmites de la libertad de expresi¨®n, la situaci¨®n de los j¨®venes en Espa?a o, en fin, la calidad de la democracia establecida por la Constituci¨®n de 1978. Son cuestiones distintas y de entidad suficiente como para no mezclarlas con la violencia: ni para intentar legitimarla, como han pretendido sus promotores, ni para buscar excusas que permitan seguir cerrando los ojos a los problemas que deber¨ªan haberse abordado en cualquier caso, con o sin escenas de fuego y destrucci¨®n en las calles.
En un pa¨ªs en que, como en Espa?a, dar publicidad a sumarios judiciales secretos filtrados delictivamente se considera el derecho y el deber de un sedicente periodismo de investigaci¨®n, es evidente que existe un problema con la definici¨®n de algunas libertades relacionadas con lo que se puede y no se puede decir en p¨²blico, y no solo porque un rapero invoque el arte para justificar exabruptos de odio m¨¢s inspirados por el fanatismo que por las musas. La desorientaci¨®n en la definici¨®n de la libertad de expresi¨®n ha llegado a tales extremos que, enfrentados los medios de comunicaci¨®n al caso de un antiguo comisario que puso un negocio de espionaje, existen todav¨ªa dudas acerca de si deben publicar o no el contenido de sus muchos a?os de grabaciones ilegales. En realidad, ?tiene sentido invocar la libertad de expresi¨®n para justificar que los medios act¨²en como el comisario pretende que act¨²en, esto es, como cooperadores necesarios en los chantajes con los que primero busc¨® lucrarse y ahora obtener la absoluci¨®n de sus presuntos delitos? Y todav¨ªa m¨¢s, ?d¨®nde est¨¢ la noticia para la prensa democr¨¢tica, en el contenido de unas grabaciones ilegales que, eventualmente, podr¨ªan contener indicios de criminalidad que investigar¨ªan los jueces, o, por el contrario, en el hecho de que un antiguo funcionario pretenda forzar el normal funcionamiento de los tribunales?
Por lo que respecta a la situaci¨®n de los j¨®venes en Espa?a, los equ¨ªvocos no son menores que los que afectan a la libertad de expresi¨®n, y tambi¨¦n han circulado antes y despu¨¦s de la reciente violencia callejera. A los j¨®venes se les dice que su generaci¨®n ser¨¢ la primera que vivir¨¢ peor que sus padres, d¨¢ndoles a entender que son v¨ªctimas de un drama in¨¦dito en la historia. Lo m¨¢s grave de esta afirmaci¨®n no es que niegue la evidencia de que los j¨®venes que sobrevivieron a las trincheras de 1914 y a las sucesivas carnicer¨ªas entre 1936 y 1945, por no hablar de las guerras coloniales y anticoloniales, tuvieron que desarrollarse como hombres y mujeres en un mundo destruido, infinitamente peor que el de las generaciones que los precedieron. No, lo m¨¢s grave es que alimenta el mesianismo pol¨ªtico en detrimento de las respuestas democr¨¢ticas ante la vieja y humillante injusticia que padecen los j¨®venes de nuestra ¨¦poca, pero que tambi¨¦n padecieron los de otras. No por invocar el antifascismo se tiene enfrente al fascismo, ni, lo que es peor, se libra nadie de reproducir sus siniestras estrategias contra la democracia. La intolerable precariedad que padecen los j¨®venes en Espa?a no es consecuencia de un estado de cosas nunca visto, sino de un recurrente y tr¨¢gico error pol¨ªtico que Manuel Chaves Nogales supo advertir con claridad en la Alemania que se aproximaba al abismo. En aquella Alemania, escribi¨® Chaves, ¡°el hombre laborioso y capacitado¡± consagraba ¡°su juventud a adquirir una t¨¦cnica dif¨ªcil¡± y luego, ¡°con sus diplomas en los bolsillos¡±, se ve¨ªa condenado a ¡°envejecer y morir en la miseria, sin que el mundo le haya ofrecido jam¨¢s la ocasi¨®n de ser ¨²til y sin que haya podido probar si serv¨ªa o no¡±.
Las causas de esta situaci¨®n, germen de cuanto sucedi¨® en los a?os siguientes, no fueron imputables ¨²nicamente a los partidos alemanes, porque tambi¨¦n la propiciaron las potencias vencedoras del 14 al desentenderse de los efectos econ¨®micos y sociales de las reparaciones de guerra exigidas a Berl¨ªn. Pero el punto en el que los partidos alemanes s¨ª contrajeron una responsabilidad propia e intransferible fue en la destrucci¨®n del sistema pol¨ªtico de Weimar, bloqueando la formaci¨®n de mayor¨ªas parlamentarias estables y, por esta v¨ªa, impidiendo que los sucesivos gobiernos abordaran con determinaci¨®n problemas tan acuciantes como el de la juventud que describi¨® Chaves. La excusa de unas fuerzas y otras para ahondar en un desastre previsible invocaba los defectos reales o supuestos de la Constituci¨®n de Weimar, como si las lagunas de un sistema democr¨¢tico fueran un salvoconducto para explotarlas en beneficio propio en lugar de un inexcusable motivo para promover los acuerdos pol¨ªticos que permitan colmarlas entre todos. En este sentido, la historia de Europa ha sido habitualmente injusta con la Constituci¨®n de Weimar, haciendo recaer en sus disposiciones ¡ªo por decirlo con t¨¦rminos de actualidad, en la calidad del sistema pol¨ªtico que instaur¨®¡ª responsabilidades que en realidad correspond¨ªan al oportunismo suicida de los partidos. De ah¨ª la paradoja de que, denostada por la historia, la Constituci¨®n de Weimar haya seguido inspirando, sin embargo, algunas de las leyes fundamentales en las que se apoyan grandes democracias de nuestro tiempo.
Conviene decirlo sin alarmismo, pero tambi¨¦n sin rodeos: el horizonte que podr¨ªa vislumbrarse para la Constituci¨®n de 1978 recuerda demasiado al que termin¨® devorando a la Constituci¨®n de Weimar, debido a que est¨¢ generaliz¨¢ndose entre los partidos espa?oles una actitud fundada en equ¨ªvocos interesados y no muy distintos de los que proliferaron entonces. Nada hay de reprochable en el hecho de que los acad¨¦micos debatan sobre la calidad de los sistemas pol¨ªticos democr¨¢ticos, puesto que esos sistemas constituyen, precisamente, su objeto de estudio, y los baremos y clasificaciones que emplean son s¨®lo eso, baremos y clasificaciones, v¨¢lidos para la elaboraci¨®n de esquemas te¨®ricos. En t¨¦rminos pol¨ªticos, sin embargo, entablar debates sobre la ¡°calidad¡± de un concreto ordenamiento constitucional confunde planos que deber¨ªan estar rigurosamente separados, estableciendo una peligrosa pasarela entre sus defectos, reales o supuestos como en la Constituci¨®n de Weimar, y su legitimidad. Esta es la raz¨®n por la que los partidos que proponen prescindir de la Constituci¨®n del 78 empiezan siempre por denunciar la baja calidad del sistema pol¨ªtico en Espa?a, como si ese concepto, la calidad ¡ªde la que, por lo dem¨¢s, ellos se erigen en ¨²nicos int¨¦rpretes¡ª, fuera un concepto o principio democr¨¢tico capaz de legitimar cualquier iniciativa, dentro o fuera de las leyes.
La realidad pol¨ªtica alemana que sucedi¨® a la destrucci¨®n de la Constituci¨®n de Weimar es sobradamente conocida, y es aqu¨ª donde los paralelismos con la Constituci¨®n de 1978 y la realidad pol¨ªtica espa?ola dejan de servir. Y la raz¨®n por la que dejan de servir es que nadie puede profetizar qu¨¦ ocurrir¨ªa si el ordenamiento del 78 acabara resultando inservible debido a que, por simple oportunismo como en Weimar, se le siguieran transfiriendo responsabilidades que no le corresponden. Que un representante p¨²blico cometa un delito, as¨ª se trate de un antiguo jefe de Estado, no dice nada de la calidad de un sistema. Si el sistema dispon¨ªa de controles y contrapoderes que no funcionaron, eso quiere decir que hubo c¨®mplices en el delito. Y si no dispon¨ªa de ellos, la tarea de los partidos comprometidos con la democracia no es juzgar acerca de la calidad del sistema, sino ponerse de acuerdo para crearlos. Lo contrario ser¨ªa tanto como sostener que una democracia s¨®lo es de calidad si garantiza lo que ning¨²n sistema ha sido capaz de garantizar desde que el mundo es mundo, leyes para las que no existe la trampa y hombres y mujeres que, m¨¢s parecidos a ¨¢ngeles que a ciudadanos, ni conocen el delito, ni lo cometen.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es escritor.
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