Por qu¨¦ hay que recordar los a?os de la Rep¨²blica de Weimar
La historia nunca se repite siguiendo el mismo guion. ?Se parece en algo nuestra situaci¨®n actual a la de aquellos turbulentos a?os treinta en Alemania?
Weimar es una peque?a ciudad del land de Turingia, muy cercana a otras de obvias resonancias marxianas, como Erfurt o Gotha, o a la hegeliana Jena. A finales del siglo XVIII, cuando apenas contaba con 6.000 habitantes, fue habitada por los dos grandes escritores alemanes, Goethe y Schiller. All¨ª pas¨® tambi¨¦n gran parte de su vida el m¨²sico Franz Liszt. Y, como si tuviera un im¨¢n para atraer a los genios, fue en este mismo lugar donde en el verano del a?o 1900 falleci¨® F. Nietzsche y donde vio la luz el movimiento arquitect¨®nico de la Bauhaus.
Con el tiempo, Weimar dej¨® de asociarse exclusivamente a una poblaci¨®n alemana de afortunado pasado art¨ªstico y cultural para acabar convirti¨¦ndose en una gran met¨¢fora, en el ep¨ªtome del fracaso de la democracia liberal parlamentaria. No en vano, lo que naci¨® como el producto de un optimista impulso de regeneraci¨®n nacional y democr¨¢tica acab¨® en las tinieblas del nazismo. Por eso, cuando hoy en d¨ªa se habla del ¡°s¨ªndrome de Weimar¡± se alude a las tensiones que amenazan con poner en peligro la estabilidad de la democracia liberal; tensiones provocadas sobre todo por la revitalizaci¨®n del populismo y el giro iliberal cuando no autoritario que se aprecia en algunos lugares de Europa.
La gran pregunta es si hoy estamos, en efecto, ante algo que tiene un indudable parecido de familia con este periodo de entreguerras o si estamos sacando las cosas de quicio. La historia nunca se repite siguiendo el mismo guion, pero tampoco hace falta caer en el fascismo o el nazismo convencional para que se produzca eso que Juan Linz estudiara bajo el ep¨ªgrafe de la ¡°quiebra de las democracias¡±. De hecho, hay toda una l¨ªnea de investigaci¨®n que parece regodearse en asomarse al abismo. Libros con t¨ªtulos como C¨®mo mueren las democracias (Steven Levitsky y Daniel Ziblatt), El camino hacia la no libertad (Timothy Snyder), C¨®mo fallece la democracia (David Runciman) y muchos otros que nos alertan del peligro del neopopulismo participan de este s¨ªndrome. Y que tiene incluso una dimensi¨®n popular se comprende al ver el ¨¦xito de ventas de Los or¨ªgenes del totalitarismo, de Hannah Arendt, tras la victoria de Trump. No en vano, lo principal que aqu¨ª se describe es c¨®mo pudo producirse la ca¨ªda en el nazismo. El temor se comprende, lo que ya no est¨¢ tan claro es que siempre haya que volver la vista a Weimar como si fuera el punto de referencia inevitable.
Cien a?os de Constituci¨®n
El pr¨®ximo 31 de julio har¨¢ un siglo desde que se aprobara la nueva Constituci¨®n de la Rep¨²blica de Weimar. Lleva este nombre porque fue all¨ª donde se redact¨® y se aprob¨®, en su desde entonces inmortal Teatro Nacional, ante cuya entrada hay una bella estatua de Goethe y Schiller entrelazados. Fue la primera Constituci¨®n democr¨¢tica de la todav¨ªa joven Alemania, y este h¨¢bito, el de poner a las rep¨²blicas el nombre de ciudades ¡ªun poco como lo nuestro con la de C¨¢diz¡ª, ha seguido presente desde entonces en este pa¨ªs. Despu¨¦s de la guerra se comenz¨® a hablar de la Rep¨²blica de Bonn y, tras la unificaci¨®n, de la Rep¨²blica de Berl¨ªn. Con la nueva Constituci¨®n, el Reich alem¨¢n cobraba la forma de rep¨²blica y se organizaba como una democracia parlamentaria moderna. Sirvi¨® de poco. Las contradicciones del periodo la introdujeron en una espiral de crisis econ¨®mica, social y pol¨ªtica que acab¨® como ya sabemos.
Que una sociedad tan enferma como para acabar en el nazismo produzca tal cantidad de inteligencia es un gran misterio
Aparte del morbo por tan tr¨¢gico final, lo que dota a este periodo de este atractivo tan especial es el fort¨ªsimo contraste entre aquellas crisis y el extraordinario florecimiento de las artes, la literatura y el pensamiento, una verdadera edad de oro germ¨¢nica que se extendi¨® tambi¨¦n a la vecina Austria. A ella pertenecen escritores como Hermann Hesse, Thomas Mann, Alfred D?blin, Bertolt Brecht o Kurt Tucholsky, privilegiados testigos de la ¨¦poca. Pero tambi¨¦n pintores (Paul Klee o George Grosz, por ejemplo), arquitectos (no solo los de la Escuela de la Bauhaus) o cineastas (Fritz Lang, el autor de Metr¨®polis, o J. von Sternberg, cuyo ?ngel azul entroniz¨® a Marlene Dietrich). Y ya en el pensamiento, c¨®mo no recordar a Heidegger, Husserl, Jaspers, Benjamin. O al austriaco Wittgenstein.
Que una sociedad tan aparentemente enferma como para acabar en las garras del nazismo produzca tal cantidad de inteligencia, variedad de vanguardias e innovaciones vitales es uno de los grandes misterios del periodo. Por eso mismo, su fracaso como democracia se ha buscado en causas psicosociales ¡ªla humillaci¨®n del sentimiento nacional por el tratado de Versalles y las reparaciones de guerra¡ª, econ¨®micas ¡ªla hiperinflaci¨®n y la posterior crisis de finales de los veinte¡ª y sociales, la incapacidad del Estado para proporcionar la adecuada cobertura social a los m¨¢s menesterosos.
Las causas m¨¢s propiamente pol¨ªticas las veremos enseguida. Deteng¨¢monos en la econom¨ªa, porque el caso de Weimar volvi¨® a traerse a colaci¨®n con motivo de la crisis de 2008. El propio Paul Krugman escribi¨® un interesante art¨ªculo en The New York Times en esa misma ¨¦poca donde tem¨ªa la repetici¨®n de Weimar en Grecia. Con ello se sumaba a las muchas voces que habitualmente establecen una relaci¨®n lineal entre crisis econ¨®mica y derrumbe democr¨¢tico. De hecho, una interpretaci¨®n est¨¢ndar para buscar el ¨¦xito del nazismo parte de estas mismas premisas. La hiperinflaci¨®n, primero, y la posterior deflaci¨®n habr¨ªan hundido a las clases medias, que fueron retirando su apoyo a la rep¨²blica y se integraron poco a poco en el partido nazi. Observen que la movilidad descendente de este sector social es una de las explicaciones a las que recurrimos para explicar el auge actual del populismo. Pero esto no acaba de convencer porque la intensidad del deterioro econ¨®mico ¡ªespectacular en Weimar¡ª importa. O porque en algunos pa¨ªses donde se ha hecho fuerte el populismo ¡ªPolonia, por ejemplo¡ª, pocas veces les ha ido mejor econ¨®micamente.
No hay democracia sin liberalismo; ni sin protecci¨®n social
No, ni Weimar ni el populismo se acaban de explicar sin recurrir a factores pol¨ªticos. M¨¢s a¨²n en el caso de la malhadada rep¨²blica, porque enseguida se convertir¨ªa en un extraordinario laboratorio en el que operan tres visiones distintas de lo que habr¨ªa de ser el acceso a la modernizaci¨®n. La marxista, m¨¢s o menos inspirada en el modelo sovi¨¦tico; la liberal parlamentaria predicada por el ¡°momento wilsoniano¡± de 1918 y el ejemplo de los ¨®rdenes pol¨ªticos de los pa¨ªses m¨¢s avanzados, y la nacional-autoritaria, favorecida en principio por el establishment guillermino, que mutar¨ªa enseguida en la visi¨®n fascista/nazi de un pueblo como masa homog¨¦nea que se diluye en la voluntad del F¨¹hrer. Las instituciones de Weimar se correspond¨ªan al segundo modelo, pero amplios sectores de su clase pol¨ªtica as¨ª como de la ciudadan¨ªa no cre¨ªan realmente en sus presupuestos. Recordemos que, nada m¨¢s nacer, el Gobierno de Weimar hubo de hacer frente a aut¨¦nticos procesos revolucionarios marxistas, como la revuelta de los espartaquistas en Berl¨ªn o la eliminaci¨®n de la Rep¨²blica de los Consejos de Baviera, de inspiraci¨®n sovi¨¦tica. Y estaba tambi¨¦n la dificultad de integrar a la vieja clase dirigente guillermina, que nunca crey¨® realmente en la democracia e ingenuamente confiar¨ªa despu¨¦s en el nazismo como un instrumento controlable para realizar sus objetivos.
No puede decirse lo mismo de nuestras democracias. En ellas su legitimidad es incuestionada, incluso por el populismo, aunque para este habr¨ªa que favorecer la dimensi¨®n plebiscitario-participativa sobre los mecanismos ¡°liberales¡± de control del poder o diluir el pluralismo detr¨¢s de un concepto de pueblo omniabarcador. Su objetivo es practicar una pol¨ªtica identitaria que presione hacia la homogeneizaci¨®n nacional y convertir la polarizaci¨®n pol¨ªtica en su principal se?a de identidad. Pero, hoy por hoy, no recurren a la violencia ni se apoyan en movimientos de masas ideologizados similares a los de la Europa de entreguerras.
El problema de Weimar, y esto s¨ª que recuerda a nuestros d¨ªas, es que poco a poco comenz¨® a diluirse la confianza en la capacidad de alcanzarse un m¨ªnimo de gobernabilidad capaz de enderezar la situaci¨®n econ¨®mico-social por parte de los diferentes Gobiernos. Aparte del tama?o de los problemas de fondo que se iban acumulando, las torpes interferencias presidenciales de Hindenburg, el fraccionamiento extremo del sistema de partidos y las continuas movilizaciones de masa de distinto signo provocaron una desestabilizaci¨®n permanente que afect¨® a la misma legitimidad de la democracia. Y, como fue advertido por algunos de los principales te¨®ricos de la ¨¦poca, eso obligaba a contrarrestar al multiforme iliberalismo con la reivindicaci¨®n de los valores republicanos como sustento normativo imprescindible. Sin una democracia con aspiraciones a la justicia social, como se?al¨® Hermann Heller, esta acabar¨ªa quebrando, y esta evidencia sirvi¨® despu¨¦s de inspiraci¨®n para el ¡°pacto social-democr¨¢tico¡± de posguerra. Por cierto, el t¨¦rmino ¡°democracia iliberal¡±, hoy tan al uso, fue utilizado por primera vez en este contexto por parte de Wilhelm R?pke a comienzos de los a?os treinta.
La Constituci¨®n de Bonn tomar¨ªa despu¨¦s buena nota de sus muchas deficiencias de construcci¨®n institucional y apost¨® por eso que L?wenstein calific¨® como ¡°democracia militante¡±. Pero de la experiencia de Weimar extrajo tambi¨¦n su obsesi¨®n por los d¨¦ficits presupuestarios y la satanizaci¨®n de la inflaci¨®n. Lo que nos diferencia de Weimar, no cabe duda, es que supimos aprender del desastre. Esperemos que su tan invocado ejemplo contribuya a exorcizarlo del todo.
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