Dos Espa?as, dos tristezas
Por un lado est¨¢ la tristeza de quienes se pasan el d¨ªa negando. En el otro, la pena de quienes se dedican a reconocer la desgracia y la penosa manera en que hemos llegado hasta aqu¨ª
Comunismo o libertad, dice Ella. Comunismo o Cruzcampo, responden los memes. Da un poco igual ahora que las ideas ya no dividen Espa?a. Es una pena, pero estamos todos demasiado tristes como para ocuparnos de ellas as¨ª que en vez de a partidos, muy pronto nos afiliaremos a tristezas pol¨ªticas. Por eso triunfan los populismos, las maniobras electoralistas y el cortoplacismo. Los pol¨ªticos, igual que nosotros, se sienten m¨¢s tristes y m¨¢s solos que antes. Y a menudo act¨²an movidos por la desesperanza, ese sentimiento que todos hemos acunado en nuestros dormitorios como a un beb¨¦ que no quiere dormir. Es un hecho que todos estamos tristes, pero no todas las tristezas son iguales. Por eso, urge distinguir unas de otras: para votar en consecuencia cuando toque.
Por un lado est¨¢ la tristeza de quienes se pasan el d¨ªa negando. En el otro extremo, la pena de quienes se pasan el d¨ªa llorando. Los primeros quieren imponer a toda costa la realidad en la que creen, que suele ser la que pasa por su cabeza en cada momento. Su tristeza es tan profunda que no pueden siquiera reconocerla. As¨ª que se limitan a negar lo que hay para intentar vivir en un mundo mejor. ?Y qu¨¦ hace esta tristeza con la pandemia? Eliminarla, por supuesto. El exponente m¨¢ximo de esta forma de melancol¨ªa se llama Isabel D¨ªaz Ayuso. Al otro lado est¨¢ la tristeza de quienes se dedican a reconocer la desgracia, todo lo que nos est¨¢ pasando y la penosa manera en que hemos llegado hasta aqu¨ª. Esta tristeza suele ser m¨¢s evidente y menos vital que la primera. Su peligro es caer en un victimismo paralizante y sus virtudes son la empat¨ªa, el reconocimiento del otro y la solidaridad. Cuando estas dos posiciones se encuentran quieren destruirse mutuamente por razones obvias. Por eso, cuando Errej¨®n pos¨® la pena sobre la mesa del Congreso alguien grit¨®: ¡°??Vete al m¨¦dico!!¡±. Antes de eso, la tristeza negacionista se hab¨ªa re¨ªdo de sus palabras. Ha dicho Lexat¨ªn, ha dicho Prozac, ha dicho Valium. Como si hubiera dicho caca, pedo, culo, pis. ?Qu¨¦ risa! No tiene gracia que haya 10 suicidios diarios en nuestro pa¨ªs. Pero la tristeza negacionista se descojona de la estad¨ªstica y de los tristes. No tendr¨¢ empat¨ªa, pero le sobra vitalidad. Esa es sin duda la virtud de su tristeza.
Hay tres cosas que alimentan la mente: el recuerdo, el pensamiento y la proyecci¨®n en el tiempo. Y la pandemia ha arrasado con todas. De modo que todos estamos objetivamente tristes. La covid ha cercenado la proyecci¨®n en el tiempo con la misma frialdad con que ha cortado las alas de nuestros aviones. Los recuerdos inmediatos son tan duros que estamos intentando olvidarlos y el pensamiento no tiene sobre qu¨¦ aplicarse porque todo es inminente e incierto. Es decir, todos padecemos los s¨ªntomas habituales de una depresi¨®n. No podemos pensar, no tenemos deseo y todo lo de atr¨¢s, toda la memoria y toda la biograf¨ªa nos parece un balance penoso. En cualquier caso, mucho peor de lo que nos parec¨ªa antes. No pasa nada. Podemos aprender a estar tristes. Incluso vamos a dejar de estarlo. Pero empieza a ser urgente distinguir la tristeza de cada uno para poder estar entre los otros. Para elegir tambi¨¦n de qu¨¦ lado estar en la batalla y junto a qui¨¦n en la alcoba. Cuidado con los amantes negacionistas, tambi¨¦n con los amigos victimistas que se adjudican el monopolio leg¨ªtimo de la tristeza.
En un momento tan cr¨ªtico como este ya no hay buenos ni malos, ni comunismo ni libertad, solo formas de estar tristes. Pienso en las tristes infantas vacun¨¢ndose como si su desdicha fuera la ¨²nica del mundo. O la de Pablo Iglesias y su deseo infantil de recuperar la alegr¨ªa. ?l solo quer¨ªa volver a un Vistalegre feliz y ha terminado pareciendo eg¨®latra, oportunista y patriarcal. Recuerdo tambi¨¦n las l¨¢grimas de Salvador Illa cuando supo que ya solo quer¨ªa ser cabeza de rat¨®n. ?l, que nos hab¨ªa prometido defender hasta el final la cola de un le¨®n. Pero se puso triste y no fue capaz. Igual que D¨ªaz Ayuso, la Dolorosa, la de la tristeza m¨¢s pura y m¨¢s loca de todas. Su pena es tan grande como su personaje. Su desdicha no conoce l¨ªmites y podr¨ªa acabar por matarnos a todos. Ella es, sin lugar a dudas, un personaje tr¨¢gico dispuesto a cumplir su destino. Igual que Pablo Casado, convencido ya de que la ¨²nica medicina para su alma se llama Vox, una pastilla de nueva generaci¨®n cuyos efectos secundarios dan m¨¢s miedo que los trombos de AstraZeneca. Pobrecito. ?l, que jur¨® superar la pena a fuerza de voluntad. Y ahora no es capaz de sostenerse a s¨ª mismo. Empastilladito perdido va a acabar.
Es evidente que no todas las tristezas son iguales; las hay con l¨¢tigo y con ¨¦tica. Tambi¨¦n que en medio de una peste la poca libertad que nos queda es la de elegir nuestra manera de estar tristes. Quienes se nieguen a convivir con el dolor, terminar¨¢n antes o despu¨¦s haciendo da?o. Pero aquellos que solo puedan ya vivir en ¨¦l, tendr¨¢n cada d¨ªa m¨¢s dif¨ªcil escapar de su yugo. Ante semejante encrucijada, la tristeza honesta es la ¨²nica salida. Todos deber¨ªamos vacunarnos con ella pera evitar males mayores. Es gratis, se puede administrar a todas las edades y se conserva en las librer¨ªas en forma de poema. Una cosa es segura, los que consigan una buena dosis, ser¨¢n los primeros en ver pasar la alegr¨ªa.
Nuria Labari es periodista y escritora.
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