La b¨²squeda espiritual de nuestro tiempo
Con su persistente visi¨®n dogm¨¢tica, tan excluyente como intolerante, la Iglesia cat¨®lica corre el riesgo de quedarse convertida en una triste caricatura no solo de lo que fue, sino de lo que podr¨ªa ser
Se hable de lo que se hable, hoy solo es posible hacerlo desde el horizonte de la covid, que nos ha tra¨ªdo, sustancialmente, dos mensajes: uno de car¨¢cter ¨¦tico y otro m¨ªstico.
El mensaje ¨¦tico de la covid nos dice m¨¢s o menos esto: no pod¨¦is seguir viviendo como hasta ahora, produciendo y consumiendo sin freno, viajando como locos, queriendo vivirlo todo¡ La vuestra es una carrera sin meta: hac¨¦is ...
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Se hable de lo que se hable, hoy solo es posible hacerlo desde el horizonte de la covid, que nos ha tra¨ªdo, sustancialmente, dos mensajes: uno de car¨¢cter ¨¦tico y otro m¨ªstico.
El mensaje ¨¦tico de la covid nos dice m¨¢s o menos esto: no pod¨¦is seguir viviendo como hasta ahora, produciendo y consumiendo sin freno, viajando como locos, queriendo vivirlo todo¡ La vuestra es una carrera sin meta: hac¨¦is sufrir al planeta, se lo pon¨¦is muy dif¨ªcil a las generaciones venideras, aumenta la tasa de depresiones y suicidios¡ Nos guste o no, este virus nos ha obligado a quedarnos en casa, a estar m¨¢s en familia, a ralentizar el ritmo... No pod¨¦is vivir permanentemente hacia afuera, nos advierte. Recogeos y mirad a vuestro interior.
El mensaje m¨ªstico de la covid, por otra parte, es el de una nueva conciencia global. Ahora todos sabemos con absoluta claridad que formamos parte de un todo, que estamos ¨ªntimamente interrelacionados, que dependemos unos de otros y del medio. Es evidente que todo esto ya lo sab¨ªamos antes, pero la covid ha profundizado y acelerado esta consciencia. Por esta raz¨®n, creo que puede afirmarse que nunca como hoy nos hab¨ªamos sentido tan unidos: unidos por una amenaza, por supuesto; pero unidos tambi¨¦n en una imprescindible solidaridad.
Estos dos mensajes de la covid, el ¨¦tico y el m¨ªstico, son los pilares para una nueva espiritualidad, para un nuevo paradigma en Occidente. Los occidentales necesitamos trabajar en la unificaci¨®n personal y en la social y, desde ellas, en la custodia de la naturaleza. Algo as¨ª ¡ªes evidente¡ª solo es posible echando un freno a nuestro estilo de vida, tan fren¨¦tico. De modo que la covid no solo nos trae la mala noticia de la amenaza y la incertidumbre, de la muerte y la enfermedad, sino tambi¨¦n algo positivo: el posible nacimiento de una nueva humanidad.
Este nacimiento de un orden nuevo no se va a producir, ciertamente, sin poner en cuesti¨®n los referentes del orden anterior. Porque el paradigma espiritual que ha regido en Occidente durante estos ¨²ltimos siglos est¨¢ acabado, esos son los hechos. No me refiero solo a la incuestionable decadencia del cristianismo en Europa, sino tambi¨¦n al declive del arte contempor¨¢neo y del llamado pensamiento posmoderno. En efecto, nadie puede hoy discutir que tanto el arte como la filosof¨ªa han tomado en la actualidad, al menos en buena medida, una v¨ªa autodestructiva: casi todos los artistas en activo han abandonado la belleza y se han reducido a la expresividad; los pensadores, por su parte, han desatendido en su mayor¨ªa la pretensi¨®n de verdad y se han conformado con el m¨¦todo, el lenguaje y la hermen¨¦utica. ?nicamente la fe cristiana ha continuado hablando en estos tiempos del sentido y del bien. Pero no lo ha hecho desde un lugar adecuado, es preciso reconocerlo. Los cristianos de hoy no nos hemos sabido situar en el presente.
Con su persistente visi¨®n dogm¨¢tica, tan excluyente como intolerante, la Iglesia cat¨®lica corre en mi opini¨®n el riesgo de quedarse convertida en una triste caricatura no solo de lo que fue, sino de lo que podr¨ªa ser. No soy, desde luego, el ¨²nico que cree que la Iglesia no est¨¢ respondiendo como deber¨ªa a esta nueva situaci¨®n global. No digo ¡ªes obvio¡ª que no se est¨¦n haciendo much¨ªsimas cosas meritorias y hermosas, por supuesto; tampoco digo que el papa Francisco no sea un hombre extraordinario, una aut¨¦ntica bendici¨®n; ni que no haya por parte de casi todos una evidente buena voluntad¡ Digo solo, y lo digo desde dentro, como hombre de Iglesia que soy, que todo eso, aunque nos pese, no basta. Los cristianos ¡ªeste es el punto¡ª seguimos sin estar en esta ¨¦poca a la altura de las circunstancias. El peso del pasado y la fuerza del miedo son tan poderosos que la fe corre el serio riesgo de convertirse ¡ªsi es que no se ha convertido ya¡ª en una cosmovisi¨®n trasnochada y en una pr¨¢ctica residual, abrazada solo por individuos y grupos m¨¢s o menos extravagantes y marginales. As¨ª ser¨¢ sin ning¨²n g¨¦nero de dudas si no se toman pronto y decididamente algunas medidas.
S¨¦ positivamente que son muchos los que buscan una recuperaci¨®n de lo religioso desde claves que, por mucho que les pese, no responden a nuestro lenguaje y sensibilidad. Su nostalgia tiene un fundamento, puesto que lo que ¡ªcomo Iglesia¡ª estamos dejando atr¨¢s fue hermoso, lo es todav¨ªa. Pero tambi¨¦n anacr¨®nico. La cuesti¨®n es que la espiritualidad ha sido en Occidente, hasta hoy, patrimonio pr¨¢cticamente exclusivo del cristianismo. Pues bien, esa exclusividad se ha terminado, esto es lo que hay que entender. Se ha terminado en Europa ¡ªy probablemente en el mundo entero¡ª la hegemon¨ªa de los cristianos; y este final es una buena noticia. Esta es mi declaraci¨®n: los cristianos no somos los mejores, ni mucho menos los ¨²nicos. Pero podemos caminar con otros. Podemos colaborar significativamente en la configuraci¨®n de un mundo mejor, m¨¢s espiritual, m¨¢s acorde con lo que en la jerga cristiana se llama voluntad de Dios.
No pretendo hacer aqu¨ª un detallado an¨¢lisis socioteol¨®gico de la situaci¨®n actual, sino tan solo hacer notar que el ¨²nico cristianismo con futuro es aquel que no sea dogm¨¢tico, ni intolerante, ni excluyente, ni hegem¨®nico. Como cristiano (y estoy seguro de que hay legi¨®n que lo piensa como yo) no presumo de tener la verdad, sino de buscarla junto a todo el que quiera hacer esta aventura a mi lado y en la m¨¢xima humildad. Como cristiano quiero colaborar, con tanta modestia como valent¨ªa, a reformular la fe, a recrearla desde el nuevo paradigma de la consciencia. Se trata de un desaf¨ªo enorme y huelga decir que no sabemos ad¨®nde nos conducir¨¢. Es previsible que nos acechen dificultades de toda ¨ªndole. Hoy no hacen falta nuevos movimientos eclesiales ¡ªya hay muchos¡ª, sino personas y grupos, redes, que quieran formar parte de la nueva corriente espiritual que se est¨¢ fraguando en la humanidad.
Escribo esta p¨¢gina para decir que los cristianos estamos dispuestos a cambiar, que queremos sumarnos a la b¨²squeda espiritual de nuestro tiempo, que sentimos esa llamada. No somos probablemente la mayor¨ªa de quienes conformamos las filas de la Iglesia; pero no somos pocos, y el tiempo y la gracia ¡ªestoy seguro¡ª nos dar¨¢n la mayor¨ªa. Esta actitud de humilde colaboraci¨®n con otros buscadores no cristianos, con otras religiones, con otros planteamientos, no la asumimos para no perder cuotas de poder ¡ªuna batalla perdida y antievang¨¦lica¡ª, sino por fidelidad al legado universal de Cristo, por escucha amorosa a nuestros semejantes y por imperativo de nuestra conciencia. La asumimos porque de hecho nos sentimos unidos a todos con independencia de su confesi¨®n o de su agnosticismo. De modo que no se trata de una moda pasajera o de una aspiraci¨®n indefinida, sino de un sentir profundo, de una necesidad estructural, de una propuesta fundamentada y articulada, aunque todav¨ªa incipiente.
Por mi parte, estoy convencido de que para lograr este gran cambio planetario lo principal es el silencio, la contemplaci¨®n. La meditaci¨®n ¡ªlo que los cristianos llamamos la oraci¨®n contemplativa¡ª es la profec¨ªa aqu¨ª y ahora, la verdadera fuente de esta nueva espiritualidad, emergente y universal. La hora del cambio espiritual ha sonado, y la Iglesia cat¨®lica no debe ser una fuerza de oposici¨®n, sino m¨¢s bien de colaboraci¨®n en la construcci¨®n de un mundo mejor.
Pablo d¡¯Ors es sacerdote y escritor, autor de Biograf¨ªa de la luz (Galaxia Gutenberg).