El camino m¨¢s peligroso pero m¨¢s directo
Baudelaire recomendaba embriagarse para sortear los embates del tiempo y atrapar lo nuevo
En la obra de Charles Baudelaire hay una serie de asuntos que fueron en su d¨ªa estrechemente familiares para muchos. M¨¢s que familiares, se convirtieron en una suerte de educaci¨®n sentimental. Una educaci¨®n hecha a la contra, construida con el af¨¢n de aniquilar cualquier convencionalismo, con una marcada querencia por la distinci¨®n. Si hay que empezar por alg¨²n lado, seguramente habr¨ªa que hacerlo por la metr¨®poli. Al final de sus Peque?os poemas en prosa (Le spleen de Par¨ªs), escribe que ha subido a la monta?a y que, desde all¨ª, puede verse la ciudad: ¡°Purgatorio, lupanares, infierno, hospitales, prisi¨®n¡±. Luego la llama ¡°la enorme ramera¡± y le confiesa (¡°?oh infame capital!¡±) que la quiere.
Esa tensi¨®n est¨¢ ah¨ª en su obra todo el rato. La fascinaci¨®n por ese monstruo que lo devora todo y, al mismo tiempo, el desaf¨ªo de conseguir no ser aplastado por el anonimato. Un bulevar puede ser m¨¢s peligroso que el bosque o la pradera, dice Baudelaire, igual de un zarpazo te reduce a la nada, te tritura. ?Qu¨¦ hacer entonces? Pues lanzarse a la multitud, rendirse a ella, pero para hacerlo hay que tener determinadas condiciones. ¡°No todos pueden darse un ba?o de multitudes: gozar de la muchedumbre es un arte; y solo puede darse un fest¨ªn de vitalidad, a expensas del g¨¦nero humano, aquel a quien un hada insufl¨® en su cuna el gusto por el disfraz y la m¨¢scara, el odio al domicilio, y la pasi¨®n del viaje¡±.
Esos asuntos que est¨¢n en la obra de Baudelaire y que resultaron tan familiares para tantos y tantos: habr¨ªa que ver si 200 a?os despu¨¦s de su nacimiento siguen todav¨ªa ah¨ª, o si ya habitamos en realidad en otro mundo. El suyo es el de la gran ciudad, el del paseante que la descubre y recorre de manera incansable, el de los para¨ªsos artificiales, el del hast¨ªo y el aburrimiento, el de las flores del mal, el de la figura del dandi: ¡°El dandi debe aspirar a ser sublime sin interrupci¨®n; debe vivir y dormir delante de un espejo¡±, escribi¨®, qui¨¦n sabe ya si como una condena o como el ¨²nico camino para alcanzar la salvaci¨®n.
Es en El pintor de la vida moderna donde acaso Baudelaire explica con mayor claridad lo que termin¨® siendo una suerte de programa de vida, y lo que marc¨® de manera radical la fisionom¨ªa del futuro. El lugar de arranque es de nuevo la metr¨®poli: ¡°La multitud es su ¨¢mbito¡±, explica, ¡°como el aire es el del p¨¢jaro y el agua el del pez¡±, y es ah¨ª donde tiene que ocurrir todo. ¡°Nuestro personaje se ha puesto, as¨ª, en camino; corre, busca. ?Y qu¨¦ busca?¡±, se pregunta. ¡°Busca ese algo que cabe denominar la modernidad¡¡±. ¡°Extraer lo eterno de lo transitorio¡±, considera despu¨¦s. Pero el peso est¨¢ siempre en lo transitorio, en lo que cambia, en lo fugaz: la novedad permanente. Atrapar cuanto sucede vertiginosamente, de eso se trata, y para hacerlo conviene ¡°no sentir el horrible fardo del Tiempo¡± y, para conseguirlo, ¡°es preciso emborracharse sin tregua¡±. He ah¨ª unas pautas, un plan.
¡°El poeta hab¨ªa aprendido a beber, igual que un cuidadoso literato se ejercita en hacer cuadernos de apuntes¡±, escribi¨® a prop¨®sito de Edgar Allan Poe. Para volver a encontrar ¡°las visiones maravillosas o aterradoras¡± con las que hab¨ªa tropezado ¡°en una tempestad anterior¡±, dice Baudelaire que ¡°tomaba el camino m¨¢s peligroso pero m¨¢s directo¡±. El de los excesos. Esa fue una de sus ense?anzas, y muchas veces marc¨® de manera tr¨¢gica a quienes se adentraron en sus flores del mal.
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