El peligro de una guerra que circula en la sangre del pueblo
La violencia entre Israel y Ham¨¢s puede desbocarse si unos y otros se arrogan la superioridad moral
Los ataques entre el Ej¨¦rcito de Israel y las milicias de Ham¨¢s son cada vez m¨¢s intensos y toda la zona parece estar a punto de estallar. Hay muertos y heridos, y la violencia circula ya por la sangre de cada uno de los palestinos e israel¨ªes como si se tratara de una descarga de corriente el¨¦ctrica. Ya no es solo cosa de los militares (por as¨ª decirlo), son los propios civiles los que se ven sacudidos por la furia y el odio y por la urgencia de liquidar al otro. Lo que est¨¢ a punto de precipitarse es lo que se ha llamado una guerra total, esa guerra que se alimenta de la radicalizaci¨®n pol¨ªtica, que poco a poco va empapando al cuerpo social entero y que solo conduce al designio de destruir por completo al enemigo.
Hace unos d¨ªas se cumplieron 200 a?os de la muerte de Napole¨®n Bonaparte y se volvieron a recordar las gestas de esa arrolladora personalidad que se embarc¨® en la tarea de llevar los logros de la Revoluci¨®n Francesa al resto de Europa, e incluso m¨¢s all¨¢. Aquel acontecimiento cambi¨® dr¨¢sticamente el mundo tal como era hasta entonces, cay¨® el Antiguo R¨¦gimen, se impusieron valores como los de libertad, igualdad y fraternidad, un nuevo C¨®digo Civil modific¨® profundamente a las sociedades estableciendo los fundamentos del actual Estado de derecho, ya nada fue igual en las relaciones y costumbres de las gentes. El historiador David A. Bell abord¨® hace un tiempo en La primera guerra total otra de las transformaciones radicales que se produjeron entonces. Con el af¨¢n de alcanzar la paz perpetua, los revolucionarios se impusieron el desaf¨ªo de destruir a quienes pudieran amenazar sus conquistas. La discusi¨®n empez¨® en la Asamblea de representantes y, m¨¢s adelante, Robespierre marc¨® con claridad el camino a seguir se?alando que no hab¨ªa que tener ninguna piedad con ¡°los que hacen la guerra a un pueblo para detener los progresos de la libertad y aniquilar los derechos del hombre¡±. La guerra dej¨® de ser as¨ª un asunto que enfrentaba a distintos ej¨¦rcitos dirigidos por un pu?ado de arist¨®cratas para encarnarse en el pueblo, en la naci¨®n. Con Napole¨®n, escribe Bell, ¡°Francia se estaba embarcando en una cruzada por la libertad universal¡±, el corso ¡°sab¨ªa exactamente c¨®mo inculcar a sus soldados este sentido de su propia superioridad moral¡±.
Lo que iba a significar esa cruzada se hab¨ªa puesto ya antes de manifiesto cuando se rebelaron los campesinos de La Vend¨¦e. ¡°Los enemigos de la revoluci¨®n, ya fuesen vandanos, arist¨®cratas, austriacos o ingleses, eran considerados un mal existencial¡±, escribe Bell. ¡°Todos eran monstruos inhumanos. Eran b¨¢rbaros condenados por el tribunal supremo de la historia por no aceptar las bendiciones de la civilizaci¨®n revolucionaria¡±. As¨ª que los defensores de esta procedieron con sa?a. ¡°La Vend¨¦e ya no existe, ciudadanos republicanos¡±, inform¨® el general Westermann al Comit¨¦ de Salud P¨²blica. ¡°Ejecutando las ¨®rdenes que me hab¨¦is dado, he aplastado a los ni?os bajo los cascos de los caballos y he masacrado a las mujeres que, estas por lo menos, no parir¨¢n m¨¢s bandidos. No tengo ning¨²n prisionero que reprocharme. Los he exterminado a todos¡±.
La guerra total ha sido el patr¨®n de muchos conflictos que ocurrieron despu¨¦s de la ¨¦poca napole¨®nica. La violencia desencadenada por Ham¨¢s e Israel apunta a esos excesos que se producen cuando son los propios pueblos los que est¨¢n convencidos de estar en el lado correcto de la historia.
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