Constituci¨®n
La votaci¨®n el domingo en Chile es la ¨²ltima entrega de una trama que, como una serie televisiva con muchas temporadas, mantiene la tensi¨®n con inesperados giros
La s¨¦ptima temporada de Constituci¨®n es de lo mejor que he visto en los ¨²ltimos a?os. No me canso de repasar sus episodios finales, sobre todo esa secuencia tan emocionante, ambientada en un hipot¨¦tico octubre de 2019, en que varios personajes secundarios ¡ªlos conoc¨ªamos de temporadas anteriores, pero no hab¨ªamos calibrado su importancia en la trama¡ª se encuentran en una misma esquina de la ciudad y enfrentan juntos la brutal represi¨®n de los polic¨ªas vestidos de verde (conocidos por el enigm¨¢tico apodo de ¡°los pacos¡±). Los habitantes del pa¨ªs llamado Chile ¡ªs¨ª, como el aj¨ª mexicano¡ª reconquistan un poderoso sentimiento colectivo, el pueblo est¨¢ en la calle, dispuesto a reclamarlo y a repensarlo todo, con lucidez y valent¨ªa, por fin encaminados a la construcci¨®n de un relato com¨²n.
Desgraciadamente los primeros cap¨ªtulos de la nueva temporada son, por el contrario, una burla, una soberana estupidez. Alerta de spoiler: de la noche a la ma?ana, sin ninguna justificaci¨®n narrativa, se desata una pandemia que obliga a los ciudadanos de todo el mundo y por supuesto a los chilenos o chilenenses ¡ªdesconozco el gentilicio correcto¡ª a recluirse y hacer cuarentenas y usar mascarillas y practicar la as¨ª llamada ¡°distancia social¡±. El desesperado y tambaleante presidente Pi?era impone un toque de queda eterno y agradece al cielo ¡ªes un hombre de fe¡ª la posibilidad de terminar su periodo.
?De verdad era necesario un truco tan barato? ?No les dio verg¨¹enza este giro insulso a la ciencia ficci¨®n? S¨¦ que mi molestia es ingenua, pues con todas las grandes series ha pasado lo mismo: tras una temporada de excelencia, que nos permite albergar esperanzas acerca del futuro de la televisi¨®n, sobreviene una temporada lenta y absurda, llena de desv¨ªos forzados, detalles prescindibles y di¨¢logos flojos, cuyo m¨¢s que evidente prop¨®sito es estirar el chicle y aprovechar el ¨¦xito de audiencia a como d¨¦ lugar.
Tampoco es la primera vez que los guionistas de esta serie me decepcionan. La ya lejana primera temporada, por ejemplo, que remec¨ªa por lo sangrienta y desoladora, igual se me hizo un poco rebuscada, porque cualquiera sabe que las dictaduras terminan cuando los dictadores mueren o son derrocados y no a trav¨¦s de plebiscitos, aunque el final era, adem¨¢s de emotivo, gracioso, porque el dictador Pinochet estaba seguro de que ganar¨ªa el plebiscito de 1988, pero lo perd¨ªa, hac¨ªa el rid¨ªculo, y eso daba mucha risa.
Para validar las numerosas excentricidades de la trama ¡ªel mismo Pinochet, por ejemplo, segu¨ªa siendo, luego, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y despu¨¦s, desafiando toda l¨®gica, era consagrado senador vitalicio¡ª, los guionistas se val¨ªan del viejo truco del libro m¨¢gico o sagrado o maldito, una especie de Biblia u or¨¢culo donde todo estaba escrito de antemano llamado Constituci¨®n. Con el paso de las temporadas, iba quedando claro que el mentado libro hab¨ªa sido concebido para mantener el poder en manos de unos pocos indefinidamente, si hasta permit¨ªa que se privatizaran los derechos de agua a perpetuidad, cosa que seg¨²n entiendo solo ha sucedido en este desamparado pa¨ªs de la serie.
Hay villanos que se las arreglan para conquistar nuestros corazones, pero no era el caso de Pinochet, cuya ramploner¨ªa y brutalidad lo volv¨ªan intolerable. Supongo que todos dese¨¢bamos que se muriera de una buena vez, de hecho recuerdo haber sentido una frustraci¨®n enorme despu¨¦s del episodio en que se salva de milagro de un atentado.
Tampoco me enganch¨¦ del todo con la tercera temporada, porque ¡ªde nuevo¡ª nunca termin¨¦ de creerme su rocambolesca premisa: en 1998, como en su pa¨ªs chilenense no hay m¨¦dicos buenos, Pinochet viaja a Londres para someterse a una cirug¨ªa, con tan mala suerte que un s¨²per juez espa?ol ¡ªinterpretado magistralmente por el gran Javier Camar¨®n de la Isla¡ª aprovecha este paso en falso para arrestar al exdictador y solicitar su extradici¨®n por cr¨ªmenes de lesa humanidad.
A partir de la cuarta temporada ¡ªambientada en el a?o 2006, ya con el exdictador en el patio de los callados¡ª, la serie gana mucho. Es cierto que Michelle Bachelet (que su apellido rime con el de Pinochet es un detalle de p¨¦simo gusto) parece un personaje improbable, pero en parte ah¨ª reside su gracia. Nadie habr¨ªa imaginado que un peque?o pa¨ªs al sur del mundo, en teor¨ªa cat¨®lico y conservador, terminar¨ªa eligiendo como presidenta a una mujer agn¨®stica y separada, madre de tres hijos de dos padres distintos, hija de un padre militar torturado hasta la muerte por defender la democracia, y tambi¨¦n v¨ªctima ella misma, al igual que su madre, de tortura. Aunque quiz¨¢s lo m¨¢s llamativo de este personaje de obvia intenci¨®n aleg¨®rica es su renuencia a ser presidenta, pues de hecho en un principio se resiste a la idea. Su aparente integridad ¡ªlos gui?os a la Birgitte Nyborg de la serie n¨®rdica Borgen son demasiado expl¨ªcitos¡ª, la vuelve blanco predilecto de un mont¨®n de personajes inescrupulosos que no dudan en traicionar su confianza, entre ellos varios de sus m¨¢s cercanos colaboradores, e incluso su pollerudo hijo, un consumado pat¨¢n.
Tampoco el presidente-millonario Pi?era es una figura veros¨ªmil o quiz¨¢s lo que resulta inveros¨ªmil es que el mismo electorado que se enamor¨® de Bachelet en la temporada 4 elija a Pi?era en la temporada 5 y luego, de nuevo, a Bachelet (temporada 6), y enseguida una vez m¨¢s a Pi?era (temporada 7)...
Constituci¨®n triunfa, sin embargo, gracias al rutilante protagonismo que cobran los estudiantes secundarios y universitarios a partir de la temporada 4, y tambi¨¦n por los espectaculares y memorables efectos especiales, aunque tal vez los guionistas exageran el catastrofismo: pienso en el terremoto/tsunami de 2010 (que como dice un personaje, con cierto inexplicable orgullo patrio, ¡°cambia el eje del planeta Tierra¡±) y en la machacona recurrencia de aluviones, incendios forestales y olas de calor. Algo similar sucede con la tendencia a las soluciones hollywoodenses (los dos primeros episodios de la temporada 5, de hecho, est¨¢n evidentemente basados en la pel¨ªcula Los 33, protagonizada por Antonio Banderas).
A pesar de su chapucero comienzo pand¨¦mico, la nueva temporada de Constituci¨®n ha mejorado de forma notoria. El cap¨ªtulo del plebiscito es, de hecho, excelente: como en el pa¨ªs llamado Chile, absurdamente, no existe el voto por correo, el solo hecho de desafiar la pandemia para ir a votar adquiere ribetes de haza?a, y sin embargo la participaci¨®n en el plebiscito es admirable y la opci¨®n de redactar una nueva Constituci¨®n gana por paliza.
Apuesto a que somos muchos los fans en estado de insomnio permanente a la espera del final de esta temporada, reprogramado ¡ªtras una desagradable postergaci¨®n¡ª para este fin de semana. De no mediar mayores sorpresas, supongo que el pueblo acudir¨¢ en masa a votar y que de nuevo las mascarillas y la obligatoria distancia social no conseguir¨¢n opacar el arrollador deseo de cambio.
Tendremos que esperar al menos una temporada m¨¢s para que los chilenenses escriban, por fin, su nueva Constituci¨®n. No ser¨¢ f¨¢cil, pues no solo se trata de que los buenos parlamenten con los malos, tambi¨¦n habr¨¢ feroces luchas intestinas entre los casi buenos, los buenos-buenos y los s¨²per buenones, un sector cuya unidad es menos probable que una alianza entre los bien malos, los casi buenos y los malos de adentro. No ser¨¢ f¨¢cil, pero a lo largo de estos a?os tan duros, tan extra?os y tan hermosos nada ha sido f¨¢cil, y estoy absolutamente seguro de esto: ha valido la pena.
Alejandro Zambra es escritor. Ha publicado recientemente Poeta chileno (Anagrama).
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