El fin de las noticias sobre el mundo
La nueva normalidad no ser¨¢ ni nueva ni normal y nos puede remitir a un orden donde el mayor peligro para la democracia es la destrucci¨®n de la sabidur¨ªa. Ante esto, sonrojan muchos pronunciamientos pol¨ªticos
Perm¨ªtanme endosarles un relato que les ayude a combatir el hast¨ªo veraniego.
El t¨ªtulo de este env¨ªo fue el que dio Anthony Burgess a una de sus ¨²ltimas novelas, un curioso artefacto literario en el que se mezclaban la biograf¨ªa imaginaria de Sigmund Freud, un musical de Broadway protagonizado por Trotski y el final de nuestra civilizaci¨®n tras el impacto de otro planeta sobre la Tierra. Cuentan que lo escribi¨® despu¨¦s de que viera al presidente Carter contemplar a la vez tres pantallas de televisi¨®n con tres programas diferentes, en un intento de aprehender con una sola mirada la realidad m¨²ltiple y variable, multinivel como dir¨ªa Pedro S¨¢nchez. El libro se public¨® adem¨¢s en medio de la Guerra Fr¨ªa, cuando la amenaza de una mutua destrucci¨®n nuclear asegurada nos permit¨ªa especular sobre la cercan¨ªa del Juicio Final.
En la distop¨ªa del inolvidable autor de La naranja mec¨¢nica se mezclaban la reflexi¨®n sobre la sexualidad y el subconsciente, el fin del capitalismo, la destrucci¨®n del mundo y el escape hacia una nueva galaxia como ¨²nica soluci¨®n de supervivencia. Son muchas las fabulaciones cient¨ªficas a este respecto y, aunque acostumbremos a clasificarlas como ficciones futuristas, Stephen Hawking ya se encarg¨® de avisarnos, poco antes de su muerte y del reconocimiento oficial de la actual pandemia, sobre las amenazas reales a la supervivencia de nuestra especie. La primera de ellas se trataba de una epidemia provocada por un virus que burlara las medidas de seguridad del laboratorio; los otros letales desaf¨ªos eran, seg¨²n dijo, el calentamiento global, que acabar¨ªa convirtiendo a la Tierra en una bola de fuego, la guerra nuclear y la rebeli¨®n de la inteligencia artificial contra su creador, el hombre. De no ser este capaz de hacer frente a semejantes retos, nuestra especie se ver¨ªa obligada a emigrar a planetas lejanos para poder sobrevivir. Todo ello en un tiempo de apenas unos pocos cientos de a?os.
Por su parte Luc Montagnier, descubridor del virus del sida, avis¨® al principio de la actual pandemia sobre su convicci¨®n de que el causante de la covid-19 hab¨ªa sido creado y manipulado por la mano del hombre, a cargo de sabios bi¨®logos moleculares. Se habr¨ªa distribuido globalmente tras sufrir una accidental fuga del laboratorio. Dicha posibilidad, en un principio negada airadamente por toda clase de autoridades pol¨ªticas y cient¨ªficas, ha vuelto a engrosar las interrogantes de muchos gobiernos y de la propia Organizaci¨®n Mundial de la Salud.
Estos nuevos mensajeros del Apocalipsis, con notables credenciales cient¨ªficas a sus espaldas, padecieron no obstante el menosprecio de sesudas ¨¦lites que profesan en cambio fe ciega en doctrinas tan misteriosas como la resurrecci¨®n de la carne. Tengan o no raz¨®n en sus oscuros presagios, y parece que la tienen al menos en parte, han contribuido a la construcci¨®n de un nuevo mito sobre la Humanidad y su civilizaci¨®n emergente. Alessandro Baricco escribi¨® hace meses un brillante panfleto sobre la pandemia como elemento mitol¨®gico de eso que los pol¨ªticos cursis se han hinchado a llamar la nueva normalidad. La lectura de los diarios y la inmersi¨®n en las redes sociales y en los medios de comunicaci¨®n de masas nos permite comprobar hasta qu¨¦ punto el cortoplacismo de los gobernantes les impide comprender que quiz¨¢ no estemos asistiendo todav¨ªa al fin de las noticias sobre el mundo, pero s¨ª por lo menos al verdadero fin de nuestra Historia. La que ahora comienza la vertebran dos realidades nunca antes vividas por la Humanidad: una absoluta globalizaci¨®n, gobernada cada d¨ªa m¨¢s por la inteligencia de las m¨¢quinas, y una superpoblaci¨®n descontrolada, sobre la que poco se debate en los c¨ªrculos pol¨ªticos, pese a constituir el foco de los mayores problemas de desigualdad, hambrunas y mortalidad de nuestra especie.
La acumulaci¨®n de des¨®rdenes clim¨¢ticos, violencias incontroladas, hambrunas sobrevenidas, revueltas populares y conflictos sociales se produce en medio de una crisis de representaci¨®n pol¨ªtica como no se conoc¨ªa desde los a?os previos a la II Guerra Mundial. La atribulada gesti¨®n de la pandemia por la mayor parte de los pa¨ªses desarrollados; lo improvisado de las decisiones; la utilizaci¨®n propagand¨ªstica de medidas sanitarias, tantas veces confusas y contradictorias; las pulsiones autoritarias a la hora de tomarlas, combinadas con la fuga de responsabilidades de tantos gobernantes; la insolidaridad de los pa¨ªses ricos con los habitantes de los menesterosos; la invasi¨®n de la vida privada en nombre de los derechos colectivos; el triaje entre ancianos con futuro y sin ¨¦l, o entre vacunados y no vacunados, son solo algunos ejemplos de un orden que se acaba. En los cinco continentes cunden las consignas de s¨¢lvese quien pueda frente a las cuales el mundo antes llamado civilizado se apresta a organizar ministerios de la verdad que le protejan de la verdad misma. De modo que la nueva normalidad no ser¨¢ nueva ni ser¨¢ normal. Nos remitir¨¢ a un tiempo pasado sometido a los se?ores de la guerra, aunque ahora sus armas sean cibern¨¦ticas. Y a un orden mundial en el que ya parpadean luces rojas que nos avisan del mayor peligro que acosa a la democracia: la destrucci¨®n de la sabidur¨ªa, humillada ante el reclamo de la identidad.
Frente a estas reflexiones, sonroja la vulgaridad de muchos pronunciamientos pol¨ªticos. La tendencia a sacar pecho de tantos l¨ªderes, se llamen como se llamen y habiten donde habiten, solo habla de la pobreza argumental que existe detr¨¢s de sus decisiones. Ya no sorprende que el presidente espa?ol, tras su renuncia a liderar la lucha contra la pandemia endos¨¢ndola a las autonom¨ªas cuando no a los tribunales, insista recurrentemente en cantar sus victorias al respecto. Eso, en una semana en que Espa?a encabeza las zonas de riesgo del continente europeo. Su actitud no es muy diferente a la de tantos presidentes o jefes de gobierno que toman medidas con un ojo puesto en la salud de los ciudadanos y el otro en su comportamiento electoral. Da lo mismo que una y otra vez declaren que han vencido al virus y anuncien la llegada de la nueva era, deslumbrante en econom¨ªa y felicidad. Anunciada previamente por el hurac¨¢n Katrina, la nueva era ya est¨¢ aqu¨ª, desbordados hoy los r¨ªos de Alemania, B¨¦lgica o China; incendiada California; vac¨ªas las gradas del estadio ol¨ªmpico de Tokio; prohibidos los abrazos; acusados los j¨®venes de irresponsables, culpabilizados; desahuciadas millones de empresas; multiplicado el desempleo; divididas y mermadas las poblaciones, con millones de muertos que no integran las estad¨ªsticas oficiales. Este desquiciado mundo desarrollado, que reprime por la fuerza a quienes huyen de sus pa¨ªses acosados por el hambre, la enfermedad, la presi¨®n y la c¨¢rcel, pide ahora perd¨®n por haber esclavizado a sus antiguas colonias al tiempo que sigue condenando a sus habitantes a la discriminaci¨®n y la desesperanza. Ese es el mundo de hoy y ser¨¢ todav¨ªa durante no poco tiempo el de ma?ana.
Por eso no hay que despreciar los intentos de Branson, Bezos o Musk, ni ridiculizar sus pinitos de astronautas. No es el turismo espacial lo que persiguen, sino la eventualidad de colonizar el universo cuando la especie humana acabe suicid¨¢ndose a s¨ª misma, v¨ªctima del ego¨ªsmo y la necedad de muchos de sus dirigentes, empe?ados tanto en falsear el futuro como en manipular la Historia. Stephen Hawking puso ya nombre a los cuatro jinetes del Apocalipsis anunciados por el ap¨®stol. Visto lo visto, si los encargados de hacerlo no enderezan el rumbo, tienen todas las de ganar.
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