Aunque se haya descrito como rom¨¢ntico
No todos son los tipos m¨¢s divertidos de la historia y las personas m¨¢s tristes que hayamos conocido, pero s¨ª necesitan un libro para explicarse y explicarnos de vez en cuando
¡°Aunque me haya descrito como rom¨¢ntico, he dejado de buscar el amor y he aprendido a d¨¢rmelo yo. Como es evidente, esta conjunci¨®n hace que ya no folle, ni de lejos, tanto como antes. Pero follo much¨ªsimo mejor¡±. Esto es parte del largo, divertido y duro mon¨®logo (casi se dir¨ªa que interior) con el que el escritor Javier Giner termina un libro, Yo, adicto (Paid¨®s, 2021), en el que desmenuza con singular talento su adicci¨®n a las drogas y al sexo hasta 2009, a?o en el que decidi¨® dejar de drogarse (bien y mal) y empez¨® a follar casi siempre bien. Es un libro ¨²til, si tal cosa existe pues casi todos los libros, sobre todo los infumables, tienen una utilidad. De este se agradece que no lo sea (infumable) y que su utilidad tenga car¨¢cter p¨²blico, como cualquier confesi¨®n que se cuente uno desnudo al espejo. Se agradece tambi¨¦n la honestidad, sobre todo la m¨¢s dif¨ªcil de todas: la que tiene que ver con uno mismo. Y se agradece la ausencia de ¨®rdenes, mandatos, directrices e imposiciones morales; el autor ha vivido lo que ha contado, y quien quiera que tome nota. En tiempos de sacerdocio, esos en los que de todo lo que te pasa a ti se extrae una lecci¨®n universal, se agradece, por ¨²ltimo, lo crudo. Yo, adicto es crud¨ªsimo. Tanto que uno puede cocinarlo como quiera.
Apunto una frase de otro tipo del cine, ?lex de la Iglesia, hace unos d¨ªas en una de esas tardes de julio en las que lo ¨²nico que hay que hacer en Madrid es esperar a morir. Habl¨¢bamos de alguien ya fallecido, y ¨¦l dijo rememor¨¢ndolo, pues lo hab¨ªa tratado varios a?os: ¡°El tipo m¨¢s divertido de la historia y la persona m¨¢s triste que he conocido¡±. A veces pasa eso y a veces, tambi¨¦n, es lo ¨²nico que pasa. No s¨®lo hay que ser inteligente para disfrazarlo, sino tambi¨¦n los de alrededor tienen que estar listos para detectarlo. Una de las mejores amigas que hace Javier Giner en la cl¨ªnica se llama Lola. Ella conversa con ¨¦l: ¡°Los hombres ya no son mi prioridad¡±. ¡°Y en qu¨¦ te vas a centrar¡±, dice ¨¦l. ¡°En las pollas. ?No te jode mogoll¨®n la pe?a que sonr¨ªe todo el rato, como si estuviera contenta?¡±. ¡°No te lo puedes ni imaginar. Entonces, ?cu¨¢l es tu problema?¡±, pregunta ¨¦l. Ella: ¡°Que no soy capaz de dejar de intentar matarme, supongo¡±. M¨¢s adelante ella confiesa: ¡°Siempre me ha atra¨ªdo la gente¡±, y ¨¦l contesta: ¡°Eso es bueno. Eso significa que eres mis¨¢ntropa pero no suicida¡±.
Hay en toda escritura una necesidad superflua, que es la de inventariarlo todo, y no va m¨¢s all¨¢ de lo que hace cualquier tendero con sus albaranes. A menudo pienso en el folio escrito y no veo m¨¢s que las facturas impagadas del escritor consigo mismo. O sea: un pulcro desastre y una vecindad arruinada por el silencio, como en Amstetten. No todos los payasos rompen a llorar al llegar al camerino, pero s¨ª todos los payasos acaban lav¨¢ndose la cara para salir a la calle. No todos son los tipos m¨¢s divertidos de la historia y las personas m¨¢s tristes que hayamos conocido, pero s¨ª necesitan un libro para explicarse y explicarnos de vez en cuando, y qu¨¦ har¨ªamos (y d¨®nde estar¨ªamos) sin libros como el de Javier Giner y sin autores como ¨¦l, que cuentan lo que hay dentro de la hoguera. Escritos sin condescendencia y sin juicio, s¨®lo los hechos probados que concluyen en un peque?o aprendizaje fundamental, que tiene tanto que ver con buscar el amor como d¨¢rselo a uno mismo.
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