La conquista de M¨¦xico: una conmemoraci¨®n pendiente
Hoy los vientos no son propicios al conocimiento de la Historia, sino a su uso y abuso para fines de legitimaci¨®n y manipulaci¨®n pol¨ªtica
Hace unos a?os, en tiempos menos turbulentos, vislumbr¨¦ la posibilidad de una conmemoraci¨®n binacional del V centenario de la conquista de M¨¦xico. La ve¨ªa como una gran oportunidad para que los historiadores, no solo mexicanos y espa?oles sino estadounidenses, brit¨¢nicos y europeos, reivindic¨¢ramos nuestro oficio aplicado al estudio de aquel encuentro que cambi¨® al mundo.
No pensaba en actos puramente acad¨¦micos sino en programas de difusi¨®n masiva por radio, televisi¨®n y canales de internet en los que los participantes expondr¨ªan su narraci¨®n de los hechos. Hubiese sido un ejercicio democr¨¢tico que habr¨ªa trascendido las visiones providencialistas y nacionalistas, un debate civilizado entre distintas visiones con apego a la tradici¨®n humanista y la verdad f¨¢ctica. No se hizo, pero la posibilidad sigue abierta. El p¨²blico la merece.
En Nueva Espa?a prevaleci¨® por tres siglos la narrativa providencialista, entendida como la obra de Dios guiando los pasos de Hern¨¢n Cort¨¦s. Era la visi¨®n natural en un imperio global aliado a una iglesia universal.
A partir del siglo XVII, cada 13 de agosto (d¨ªa de la ca¨ªda de Tenochtitlan), sal¨ªa de las Casas de Cabildo de la Ciudad de M¨¦xico una caravana portando el pend¨®n del Ayuntamiento hasta la ermita de San Hip¨®lito o ¡°de los M¨¢rtires¡±, donde hab¨ªa ocurrido la derrota espa?ola en la llamada Noche Triste. El Paseo del Pend¨®n fue la gran celebraci¨®n de la Ciudad de M¨¦xico en la ¨¦poca virreinal, especialmente notable en 1621.
La costumbre sigui¨® vigente a lo largo del siglo XVIII, pero ante el entusiasmo desvaneciente que provocaba (paralelo al despertar de una conciencia nacional en los criollos) en 1794 las autoridades peninsulares decidieron glorificar la memoria de Hern¨¢n Cort¨¦s con un cenotafio que guardar¨ªa sus restos en la iglesia del Hospital de Jes¨²s, que hab¨ªa fundado en 1524. La mayor gala de ese monumento, un busto dorado de Cort¨¦s, fue obra del escultor valenciano Manuel Tols¨¢, de grata memoria y honda huella en la arquitectura mexicana.
En M¨¦xico prevaleci¨® la narrativa nacionalista construida sobre una reversi¨®n simb¨®lica de la conquista. Era la visi¨®n natural en una guerra de independencia de M¨¦xico orientada a crear una nueva naci¨®n. En 1813, en el marco del primer Congreso constituyente, frente al caudillo mayor de la insurgencia, el cronista criollo Carlos Mar¨ªa de Bustamante invocaba en tono prof¨¦tico a los caudillos vencidos de Mesoam¨¦rica: ¡°Genios de Moctezuma, Cacahma, Quaut¨ªmozin, Xicotencal y Calzontcin, celebrad [...] el fausto momento en que vuestros ilustres hijos se han congregado para vengar vuestros ultrajes y desafueros¡±.
En 1821, a?o de la consumaci¨®n de la independencia, hubo un fugaz momento de reconciliaci¨®n, reflejado en las palabras iniciales del Plan de Iguala: ¡°Trescientos a?os hace la Am¨¦rica Septentrional de estar bajo la tutela de la naci¨®n m¨¢s cat¨®lica y piadosa, heroica y magn¨¢nima [¡] la rama es igual al tronco, la opini¨®n p¨²blica y la general [...] es la independencia absoluta de la Espa?a¡±. Pero la concordia dur¨® poco. En 1823 se escucharon incitaciones a violar el sepulcro de Cort¨¦s, quemar sus huesos y echar sus cenizas al viento. Un importante personaje de la ¨¦poca, Lucas Alam¨¢n, mand¨® deshacer una noche el cenotafio poniendo a buen resguardo los huesos del conquistador y envi¨® el busto de bronce a los descendientes de Cort¨¦s en Palermo.
A lo largo del siglo XIX los mexicanos no pelearon con Espa?a sino con la Espa?a que viv¨ªa en sus entra?as. Los conservadores sosten¨ªan que M¨¦xico hab¨ªa nacido en 1521, los liberales sosten¨ªan que la fecha era 1810: unos y otros ten¨ªan raz¨®n, los primeros en t¨¦rminos culturales, los segundos en t¨¦rminos pol¨ªticos. Pero en vez de debatir las ideas empu?aron las armas. Triunfaron los liberales, se suavizaron las pasiones, se sucedieron las generaciones, y en septiembre de 1910 M¨¦xico se aprest¨® a conmemorar el primer centenario de la guerra de independencia cerrando las heridas de la conquista.
Por consejo del historiador Justo Sierra, ministro de Instrucci¨®n P¨²blica y hombre de juicio sereno, el Gobierno de Porfirio D¨ªaz quiso hacer de esas fiestas una ceremonia de reconciliaci¨®n. Ambos Gobiernos pusieron de su parte. El mexicano organiz¨® representaciones hist¨®ricas al aire libre: el encuentro de Cort¨¦s y Moctezuma, la presencia de la Malinche (y la no menos ostensible ausencia de Cuauht¨¦moc), el desfile de los padres misioneros que evangelizaron al pa¨ªs y hasta el paseo del Pend¨®n, que llevaba un siglo de no escenificarse.
Por su parte, el marqu¨¦s de Polavieja, embajador plenipotenciario de Espa?a a las fiestas, devolvi¨® a M¨¦xico las prendas y pendones de los h¨¦roes de la Independencia. En ese acto, seg¨²n las cr¨®nicas, el general Porfirio D¨ªaz no pudo contener la emoci¨®n: ¡°Y oy¨® la sala silenciosa este grito: ¡®Se?ores: ?Viva Espa?a! ?Viva nuestra Madre Grande!¡±.
La Revoluci¨®n mexicana (1910-1921) no reabri¨®, en realidad, las viejas heridas. La querella de M¨¦xico no era ya con Espa?a o su legado, sino con el orden social interno y con Estados Unidos. Por eso en 1921, en el IV centenario de la conquista, otro ministro de Educaci¨®n, el fil¨®sofo Jos¨¦ Vasconcelos, propuso por tercera vez la reconciliaci¨®n de los mexicanos con sus pasados a trav¨¦s de las culturas que los hab¨ªan formado: la espa?ola, la ind¨ªgena, la cl¨¢sica, la oriental. M¨¦xico como un crisol.
Su ecum¨¦nico mensaje no convenci¨® a los grandes muralistas mexicanos, en particular a Diego Rivera, que en el mism¨ªsimo Palacio Nacional perpetr¨® a un Cort¨¦s deforme y sifil¨ªtico. Con mayor sensibilidad moral y sentido tr¨¢gico, Jos¨¦ Clemente Orozco plasm¨® en los muros del antiguo Colegio de San Ildefonso (desde 1867 Escuela Nacional Preparatoria) a la pareja fundacional de M¨¦xico: las figuras poderosas y hier¨¢ticas de Cort¨¦s y la Malinche, con las manos enlazadas y a sus pies el cuerpo de un indio muerto.
Octavio Paz vio en ese mural perturbador la expresi¨®n del pecado original: la familia mestiza no naci¨® de una uni¨®n sino de una oscura complicidad. Pero al mismo tiempo predic¨® la urgente necesidad de que M¨¦xico se reconciliara definitivamente con su pasado.
La v¨ªa de la reconciliaci¨®n es el conocimiento. Contra las anacr¨®nicas visiones providencialistas y nacionalistas, contra las distorsiones ideol¨®gicas de hispanistas e indigenistas, a partir de los cuarenta del siglo pasado se construy¨® en M¨¦xico una historiograf¨ªa profesional que retom¨® la mejor tradici¨®n humanista de los siglos anteriores, la que va de fray Bernardino de Sahag¨²n hasta Miguel Le¨®n-Portilla, de Carlos de Sig¨¹enza y G¨®ngora hasta Silvio Zavala, de Francisco Javier Clavijero hasta Edmundo O¡¯Gorman. Esa cadena ininterrumpida de historiadores no albergaba odio teol¨®gico o ideol¨®gico, sino amor intelectual; no politizaba la historia para servir al poder (la Corona, la Iglesia, los caudillos o el Estado naci¨®n) sino que serv¨ªa exclusivamente al saber.
Los historiadores de diversas nacionalidades que hoy estudian aquellos hechos dram¨¢ticos y portentosos son los herederos de esa noble tradici¨®n. Buscan preservar la memoria, comprender y explicar los hechos antes que juzgarlos. Hoy los vientos no son propicios al conocimiento de la Historia, sino a su uso y abuso para fines de legitimaci¨®n y manipulaci¨®n pol¨ªtica. Pero los vientos pasar¨¢n. Llegar¨¢n Gobiernos que se apliquen a mejorar el presente y construir el futuro sin cobijarse en las supuestas culpas del pasado. Entonces podremos llevar a cabo la conmemoraci¨®n pendiente.
Enrique Krauze es historiador y ensayista, autor, entre otros libros, de El pueblo soy yo (Debate).
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