Un corredor humanitario en Afganist¨¢n
Espa?a puede liderar una acci¨®n en¨¦rgica, decidida y frontal que impida la frenada en seco que van a vivir las mujeres en aquel pa¨ªs, junto a los colectivos m¨¢s ¡®desafectos¡¯ a la moral represiva de los talibanes
Pese a la rapidez con la que se suceden los cambios, el diagn¨®stico es un¨¢nime en torno al retroceso implacable de las libertades en Afganist¨¢n. La delicada trama que constituyen las sociedades democr¨¢ticas ha sido asaltada por el fundamentalismo talib¨¢n y su promesa de un mundo perfecto, absoluto y dogm¨¢ticamente estable. Aunque los paralelismos hist¨®ricos suelen ser tramposos, y casi siempre secretamente interesados, pocas sociedades europeas disponen de una experiencia hist¨®rica reciente m¨¢s apta que la espa?ola para comprender la magnitud de la tragedia que ha regresado a Afganist¨¢n en forma de pesadilla resucitada.
La victoria franquista abort¨® en 1939 la promesa civil y democratizadora de la Segunda Rep¨²blica tras una guerra concebida como dique de contenci¨®n contra el progreso efectivo de una sociedad renovada, inestable, imprevisible y casi inimaginable: estaba naciendo lentamente un nuevo pa¨ªs. La ley del miedo se impuso tras la guerra como terror de Estado contra los derrotados y el exilio se convirti¨® en la opci¨®n urgente y amarga para muchos de ellos: unos con el fin de salvar, lisa y llanamente, la vida; otros, con el fin de garantizar las condiciones de existencia que el terror franquista extermin¨® con sa?a y sin paliativos.
Hoy Afganist¨¢n est¨¢ inmersa en una situaci¨®n relativamente parecida a la que sufri¨® la sociedad espa?ola que hab¨ªa impulsado los avances democr¨¢ticos de la Segunda Rep¨²blica y, muy en particular, el avance en los derechos civiles de la mujer. Es particularmente lacerante el drama que se abate hoy sobre la mujer afgana dispuesta a ejercer esos derechos: hab¨ªan empezado a creer en la posibilidad de ser ciudadanas de pleno derecho y van a dejar de serlo, o han dejado de serlo ya, sea cual sea la magnitud de la represi¨®n esgrimida, sea cual sea la fuerza de los comandos dispuestos a tapar anuncios o a denunciar pr¨¢cticas contrarias a la ley religiosa. Sabemos de qu¨¦ va, o hemos le¨ªdo, escrito, llorado sobre el mismo asunto muchas, muchas veces, cuando las abuelas, las madres, las amigas, las maestras nos han contado la experiencia aniquilante de la negaci¨®n de la dignidad fundamental del ser humano. Porque eso fue el nacionalcatolicismo espa?ol: una ideolog¨ªa totalizadora que condicion¨® de forma invasiva, asfixiante y coercitiva a una sociedad entera. Pero con quien se ceb¨® sin tasa y rencorosamente ese programa de reeducaci¨®n social y civil fue con la mujer, capitidisminuida, encogida. El objetivo bendecido por la jerarqu¨ªa cat¨®lica de ese programa fue abortar de ra¨ªz cualquier posible v¨ªa emancipadora de la mujer: su subalternidad, su condici¨®n auxiliar y funcional no ten¨ªan duda alguna, como no la tiene hoy mismo en ampl¨ªsimos predios de la cultura cat¨®lica y de algunas de sus sectas m¨¢s retr¨®gadas, como el Opus Dei.
Con todas las distancias de situaci¨®n y sociedad, hoy una suerte de parecido fundamentalismo antidemocr¨¢tico se abate sobre un segmento significativo, joven y potente de la sociedad afgana, sin perjuicio de que otros sectores, incluidas muchas mujeres, se identifiquen con el r¨¦gimen talib¨¢n. La rapidez de las ¨²ltimas acciones militares deja en un desvalimiento extremo a las mujeres y a otros colectivos vulnerables relacionados con las pr¨¢cticas sexuales, el deseo y el desarrollo ¨ªntimo: son muchos (muchas) hoy quienes saben que han perdido de un d¨ªa para otro todo lo ganado en los ¨²ltimos a?os sin atisbo de euforia alguna. Pere Vilanova recordaba hace unos d¨ªas en este peri¨®dico las condiciones materiales en las que ha sobrevivido el pa¨ªs y, contra la impresi¨®n que muchos pod¨ªamos tener, su afirmaci¨®n es categ¨®rica: ¡°Afganist¨¢n est¨¢ inmerso en un gran desastre humanitario desde hace cuatro d¨¦cadas¡±.
La historia reciente de Espa?a compromete casi de forma afectiva a nuestro pa¨ªs en el alcance, potencia y determinaci¨®n de las medidas destinadas al auxilio de esa poblaci¨®n asediada. Siguen muy vivos aun en la memoria colectiva los destrozos contra la dignidad de la mujer que ejerci¨® el nacionalcatolicismo franquista, como hoy lo ejerce en Afganist¨¢n el fundamentalismo talib¨¢n y su ristra de castigos f¨ªsicos, de violencia extrema e inasumibles para una conciencia democr¨¢tica. Es verdad que el Gobierno espa?ol ya ha enviado dos aviones para rescatar a unas 600 personas de la posible deriva vengativa del r¨¦gimen talib¨¢n, pero es verdad tambi¨¦n que su capacidad de maniobra deber¨ªa ser mucho mayor en circunstancias como las que se avecinan all¨ª.
Nadie tiene soluci¨®n alguna a corto ni medio plazo para la catastr¨®fica situaci¨®n que ha vivido Afganist¨¢n en el ¨²ltimo medio siglo, pero la activaci¨®n de un corredor humanitario en favor de las mujeres y otras minor¨ªas vulnerables podr¨ªa funcionar como paliativo de emergencia extrema. Ante la abrupta ruptura del proceso vivido en los ¨²ltimos a?os, es menos preocupante el ¡°flujo migratorio¡± que inquieta al presidente Macron que favorecer la migraci¨®n de quienes la necesitan con toda urgencia. Hoy Espa?a puede liderar o promover o activar o propiciar una acci¨®n en¨¦rgica, decidida y frontal que impida la frenada en seco que van a vivir las mujeres en aquel pa¨ªs, junto a los colectivos m¨¢s desafectos a la moral represiva y antilustrada de los talibanes. Sin restar valor a las declaraciones de las nuevas autoridades y sin menospreciar la voluntad de establecer relaciones m¨¢s o menos cordiales con la comunidad internacional, el retroceso de las libertades va a ser una realidad palpable, inmediata y desesperante. Quiz¨¢ un buen mecanismo para captar la intensidad del drama consista, entre nosostros, en evocar los recuerdos, las vivencias, la frustraci¨®n y la impotencia que nuestras mujeres mayores nos han contado en casa, en la radio, en el cine, en libros, en memorias. El franquismo no tiene nada que ver con el r¨¦gimen de los talibanes, por supuesto, pero la amputaci¨®n del futuro de las j¨®venes universitarias, se pinten o no se pinten las u?as, tiene forma de burka obligatorio, como obligatorio fue no hace tantos a?os que saliesen de casa acompa?adas por un hombre o como obligatorio fue que la escolarizaci¨®n de las ni?as se mantuviese solo de manera clandestina y muy valiente.
Por la proximidad de ese pasado obscenamente antimoderno, la sociedad espa?ola puede sentir m¨¢s suya o m¨¢s pr¨®xima la tragedia que espera a la mitad de la poblaci¨®n, o cuando menos a los sectores menos atrapados en la red de la costumbre y la tradici¨®n religiosa. Nuestro Gobierno puede y quiz¨¢ debe empujar en esa direcci¨®n para activar a escala europea acciones concretas y peso pol¨ªtico capaz de proteger a refugiadas insumisas al orden talib¨¢n, como insumisas fueron al orden nacionalcat¨®lico Mar¨ªa Zambrano, Rosa Chacel o Zenobia Camprub¨ª.
Su destino habr¨¢ de ser el exilio forzoso, sin duda, pero esa fue la medida paliativa que encontraron las tres contra un r¨¦gimen intransigente e intolerante. L¨¢zaro C¨¢rdenas ofreci¨® M¨¦xico como lugar de destino de los derrotados republicanos y hoy Espa?a puede promover o liderar alguna forma potente de acci¨®n humanitaria y r¨¢pida. La abstenci¨®n calculadora, la inhibici¨®n relativizadora o la ayuda testimonial ser¨ªan respuestas insuficientes en esta situaci¨®n y podr¨ªan llegar a descargar sobre la conciencia democr¨¢tica espa?ola una culpa doble: la de no acudir en defensa de la mujer que aspira a serlo en plenitud y la de regatear a la baja el drama que vivi¨® la mujer espa?ola sometida a la ley nacionalcat¨®lica.
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