Yo soy ¡®posmo¡¯, t¨² tambi¨¦n
La batalla cultural en EEUU que muchos citan a la ligera es tambi¨¦n una batalla en su sentido literal, donde hay cuerpos en juego cuya identidad es indisociable de su vulnerabilidad. La llamada cancelaci¨®n que se erige a modo de injusticia censora cristaliza, especialmente, contra los m¨¢s d¨¦biles
Las izquierdas est¨¢n que trinan. Ya sea en las redes, en eventos como el Congreso Sabidur¨ªa y Conocimiento, celebrado recientemente en C¨®rdoba, o en los medios, un nuevo concepto parece haber copado la opini¨®n p¨²blica generando todo tipo de reacciones viscerales, tanto a favor como en contra: me refiero a lo posmoderno o posmo, y su asociaci¨®n acertada a la problem¨¢tica de las identidades. De un lado, se suele acusar a sus adalides de ofenderse con demasiada facilidad por cuestiones relacionadas con el feminismo, el antirracismo o el ecologismo que, supuestamente, minar¨ªan la defensa de derechos sociales y una conquista de mejor vida material; es decir (de manera muy sucinta), la izquierda posmo se cargar¨ªa las reivindicaciones de clase. Del otro lado, los que se alinean con lo postmoderno abogan por denunciar los abusos cometidos contra las poblaciones marginalizadas y, a menudo, rechazan la nostalgia por ser ¨¦sta, a su juicio, una herramienta de desmovilizaci¨®n pol¨ªtica. En el batiburrillo de argumentos, se alude a las batallas identitarias que est¨¢n teniendo lugar en Estados Unidos mientras se utilizan datos sacados de contexto que en nada ilustran la compleja realidad del pa¨ªs norteamericano. Al final, el conflicto suele sustituir al di¨¢logo y la desinformaci¨®n sigue su curso en forma de bola de nieve. Vayamos por partes.
La postmodernidad, como periodo hist¨®rico en que estamos todos inmersos, no se elige. Existe un gran consenso acad¨¦mico sobre esto y, si me lo permite el anti-intelectualismo cada vez m¨¢s arraigado, acusar a alguien de ¡°posmo¡± viene a ser algo as¨ª como esgrimir el t¨¦rmino ¡°visigodo¡± o ¡°renacentista¡± como insulto: un absurdo. Somos postmodernos en cuanto que habitamos una ¨¦poca caracterizada por una gran multiplicidad de relatos que nos dan sentido, una corriente que lleva constat¨¢ndose desde, al menos, los a?os sesenta, aunque la teorizaran a?os m¨¢s tarde pensadores como Jean-Fran?ois Lyotard. En lugar de agarrarnos a los pocos discursos emancipadores de anta?o (la religi¨®n o el marxismo), ¨¦stos conviven con causas que van desde la lucha contra la violencia de g¨¦nero o el cambio clim¨¢tico, hasta la defensa de los derechos LGBTQ pasando por los del colectivo inmigrante, porque a partir de este giro hist¨®rico, precisamente, se produce una mayor atenci¨®n a las v¨ªctimas, lo cual ha supuesto no pocos avances en las vidas de muchas personas.
El fen¨®meno, desde luego, no es nuevo y le debe mucho a la memoria hist¨®rica surgida tras una barbarie como el Holocausto que, en un primer momento, sirvi¨® para instigar textos legales fundamentales como la Declaraci¨®n de los Derechos Humanos y, m¨¢s tarde, dio lugar a ramificaciones muy productivas como nuestra propia memoria de la Guerra Civil, entendida desde la acci¨®n pol¨ªtica organizada m¨¢s all¨¢ del recuerdo individual. Si no fu¨¦ramos postmodernos, nuestro cuestionamiento de los conflictos b¨¦licos ser¨ªa mucho m¨¢s leve; es m¨¢s, seguramente nos pondr¨ªamos mayoritariamente del lado de los vencedores y asumir¨ªamos sus logros como propios, ya que los postulados del estado-naci¨®n primar¨ªan sobre la dignidad humana. Una escritora como Svetlana Alexi¨¦vich, quien cont¨® la absoluta desolaci¨®n de la ciudadan¨ªa sovi¨¦tica ante la Guerra de Afganist¨¢n o el dolor extremo provocado por el desastre nuclear de Chern¨®bil, es profundamente postmoderna, pues antepone el sufrimiento de cualquiera al corpus institucional creado, en muchos casos, para ocultarlo.
Al mismo tiempo, la atenci¨®n a las v¨ªctimas, la rememoraci¨®n de sus circunstancias, as¨ª como la incertidumbre que provoca un futuro que se tambalea por much¨ªsimas razones, entre las que se encuentran el estrepitoso fracaso de proyectos socialistas como la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica pero tambi¨¦n, cada vez m¨¢s, las ruinas que nos ha tra¨ªdo el neoliberalismo, con su constante amenaza a los estados del bienestar y una concatenaci¨®n de crisis que ha desatado una precariedad dif¨ªcil de tolerar, hacen que la nostalgia aflore. El mundo que parece haberse desmoronado ante nuestros ojos, sin garant¨ªas ni certezas de ning¨²n tipo, incita a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, mediando el peligro de mitificar per¨ªodos anteriores de manera acr¨ªtica, pero tambi¨¦n de que los detractores de la nostalgia obliteren el potencial pol¨ªtico que representa si se usa para rescatar elementos que podr¨ªan aprovecharse en agendas progresistas, pues todo depende de c¨®mo se gestione esa nostalgia y no necesariamente de que exista ¡ªlo cual es inevitable¡ª.
S¨®lo hay que reflexionar un poco para darnos cuenta de que es un rasgo de ¨¦poca que recorre todo el espectro pol¨ªtico; no es casual que tanto el eslogan republicano (Make America great again) como el dem¨®crata (Build back better) en las ¨²ltimas elecciones estadounidenses fueran regresivos, aunque se hayan movilizado en funci¨®n de programas dis¨ªmiles que, ¨¦sos s¨ª, afectar¨¢n a los a?os venideros. As¨ª, el recuerdo de lo perdido no constituye per se un acto reaccionario. Siguiendo con Estados Unidos, es notable que el colectivo negro se organizara masivamente contra Trump, a quien le preguntaban, incisivos, si esa Am¨¦rica grande de anta?o no ser¨ªa acaso la de la esclavitud o las leyes Jim Crow, mientras mostraban su afinidad con las propuestas dem¨®cratas, que tambi¨¦n supuran ecos de un pasado industrial, pero prometen una mejora de las condiciones de vida.
Y aqu¨ª es necesario aclarar c¨®mo operan las identidades en una cultura ¡ªla yanqui¡ª donde es imprescindible atender a la gente sistem¨¢ticamente discriminada, cuando no masacrada, muchas veces a manos de la polic¨ªa. Cuando la poblaci¨®n negra tiene menor esperanza de vida que la blanca, llena c¨¢rceles privadas con las que se lucran empresas concretas, y el racismo es la principal causa de que no haya, por ejemplo, una sanidad p¨²blica que cubra a todos, ?se puede desligar la identidad de las distintas reclamaciones de derechos? Si la exclusi¨®n de tantos es tan sangrante, y esto se debe al color de la piel, ?podemos permitirnos criticar la diversidad? Y, si la mortalidad materna en las mujeres negras es alt¨ªsima y hasta una deportista adinerada como Serena Williams estuvo a punto de morir tras dar a luz, ?se pueden explicar atropellos de tal calibre s¨®lo aludiendo a la clase social, que no deja de ser, por cierto, otro relato m¨¢s en la parrilla postmoderna disponible?
Sin omitir el hecho de que existe una correlaci¨®n entre la raza y el poder adquisitivo, la batalla cultural que se est¨¢ produciendo en Estados Unidos y muchos citan a la ligera es tambi¨¦n una batalla en su sentido literal, donde hay cuerpos en juego cuya identidad es indisociable de su vulnerabilidad ¡ªv¨¦ase George Floyd¡ª. La llamada cancelaci¨®n que se erige a modo de injusticia censora cristaliza, especialmente, contra los m¨¢s d¨¦biles, quienes contin¨²an peleando por derechos tan b¨¢sicos como el voto, muy restringido a las minor¨ªas. Las traducciones imperfectas a escenarios espa?oles no s¨®lo deslegitiman estas luchas, sino que nublan un entendimiento de las mejoras sociales que necesitamos. La desestimaci¨®n de lo posmo, reino donde confluyen y se relacionan estas problem¨¢ticas, adem¨¢s de absurda, es contraproducente, pues impide que podamos estar ahora, conforme escribo, trabando alianzas entre quienes no perseguimos m¨¢s que una justicia social que, precisamente porque los grandes relatos han perdido su posici¨®n hegem¨®nica, requiere de una red de colaboraciones que, respetando las diferencias, nos conduzca a buen puerto. Yo soy posmo, t¨² tambi¨¦n, qu¨¦ tal asumirlo y ponernos manos a la obra.
Azahara Palomeque es escritora y doctora en estudios culturales por la Universidad de Princeton. Su ¨²ltimo libro es A?o 9. Cr¨®nicas catastr¨®ficas en la Era Trump.
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