Cinco a?os despu¨¦s
El partido que gobierna en Colombia ha mantenido con admirable constancia un discurso que alimenta el enfrentamiento entre los colombianos alrededor de los Acuerdos de Paz de 2016
Escribo en la madrugada del 2 de octubre, cinco a?os despu¨¦s del d¨ªa en que los colombianos fuimos a las urnas para votar sobre los Acuerdos de Paz de La Habana. Los acuerdos eran el fruto de largas negociaciones que hab¨ªan dejado una fractura visible en la sociedad colombiana, y as¨ª lleg¨¢bamos a ese domingo: divididos, enfrentados, peleados con nosotros mismos como no lo hab¨ªamos estado desde los 300.000 muertos de la violencia partidista de los a?os 50. Los enemigos del Proceso de Paz, liderados por el expresidente ?lvaro Uribe, hab¨ªan lanzado en los ¨²ltimos meses una campa?a grotesca de mentiras y distorsiones que calaron en una ciudadan¨ªa adolorida, vulnerable y cr¨¦dula; y as¨ª llegaron miles a votar, convencidos de que los acuerdos convertir¨ªan a Colombia en la nueva Venezuela, le quitar¨ªan a la gente sus pensiones para d¨¢rselas a los guerrilleros y buscar¨ªan secretamente ¡ªmediante un arma temible llamada ideolog¨ªa de g¨¦nero¡ª la destrucci¨®n de la familia cristiana.
Lo que sigue es historia conocida: los acuerdos fueron rechazados por un margen de 54.000 votos; los negociadores volvieron a sentarse, y los acuerdos renegociados (mucho mejores que los originales, todo hay que decirlo) se acabaron aprobando en el Congreso. Y a pesar de que se comprob¨® que la campa?a de mentiras hab¨ªa sido deliberada, pues el organizador responsable lo revel¨® involuntariamente en una entrevista, y a pesar tambi¨¦n de que el texto definitivo inclu¨ªa 56 de las 59 exigencias de los opositores, el presidente Uribe y su partido cerraron filas alrededor del rechazo a lo acordado. Cuando su candidato gan¨® las elecciones de 2018, lo hizo cabalgando sobre la promesa de corregir los acuerdos, empacada en una de esas frases fr¨ªvolas a las que nos tiene acostumbrados: ¡°Ni trizas ni risas¡±.
Una de las primeras jugadas del nuevo presidente fue presentar una serie de objeciones a la Jurisdicci¨®n Especial para la Paz (JEP), los tribunales de justicia transicional creados por los acuerdos. Nadie pensaba que las objeciones llegar¨ªan a ninguna parte, porque no ten¨ªan el m¨¢s m¨ªnimo asidero legal, pero eso no le impidi¨® a Duque presentarlas. Humberto de la Calle, jefe de los negociadores del Gobierno en La Habana, me dijo por esos d¨ªas que las objeciones estaban condenadas al fracaso: en ocho o nueve meses, vaticin¨®, las cortes rechazar¨ªan las objeciones y volver¨ªamos al punto de partida, con el ¨²nico resultado de demorar la capacidad de la JEP para tomar decisiones. Eso fue exactamente lo que pas¨®; mientras tanto, el clima de inseguridad jur¨ªdica llev¨® a muchos excombatientes a renegar del proceso, al mismo tiempo que el partido de gobierno, con cinismo impagable, acusaba a la JEP de inoperancia y de fomentar la impunidad. Lo ¨²nico que logr¨® entonces el presidente, vocero o instrumento de su partido, fue entorpecer la aplicaci¨®n de la justicia transicional.
De manera que ahora, cuando Duque declara ante las Naciones Unidas que su Gobierno ha hecho m¨¢s que el de Santos por la aplicaci¨®n de los acuerdos, y cuando sostiene sin mover una ceja que el problema es un acuerdo de paz ¡°fr¨¢gil¡±, quienes hemos querido de verdad que los acuerdos avancen tenemos derecho a un cierto escepticismo. Para demostrar su compromiso con la implementaci¨®n, el Gobierno se llena la boca con cifras propias, pero en cambio desestima las ajenas: el Kroc Institute, por ejemplo, que ha analizado la implementaci¨®n de los acuerdos de paz de medio mundo, public¨® hace poco un reporte que contrasta duramente con el autobombo del Gobierno, y la Comisi¨®n Interamericana de Derechos Humanos se ha mostrado preocupada por los avances escasos en lo relacionado con sustituci¨®n de cultivos il¨ªcitos. Duque, mientras tanto, sigue puerilmente culpando de lo que pueda al presidente que lleva tres a?os fuera de su cargo.
Pero nada de esto es lo esencial: en la realidad de la gente, donde la violencia trastorna las vidas, las cifras tienen poco peso. Lo que s¨ª tiene efecto, en cambio, es el discurso de los l¨ªderes, y el partido de gobierno ha mantenido con admirable constancia un discurso que alimenta el enfrentamiento entre los colombianos, provoca desconfianza en los acuerdos y trata todos los d¨ªas de dinamitar la legitimidad de las instituciones que han salido de ellos: la JEP, principalmente, pero tambi¨¦n la Comisi¨®n de la Verdad, cuya misi¨®n es contarle al pa¨ªs lo ocurrido en la guerra y que Uribe, jefe natural del partido del presidente, ha declarado no reconocer. Esas actitudes ¡ªp¨²blicas y visibles¡ª son lo que ha dificultado que los acuerdos se conviertan en un lugar de encuentro entre los colombianos. Usar los acuerdos no para unir, sino para dividir a los votantes de cara a las pr¨®ximas elecciones: eso es lo que busca el partido del Gobierno. Y los acuerdos pueden estar blindados jur¨ªdicamente; pero si los ciudadanos no creen en ellos, ser¨¢ muy poco lo que puedan cambiar.
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