Las izquierdas ante la reforma laboral
La escandalosa precariedad del trabajo en Espa?a requiere una respuesta decidida y ambiciosa por parte del PSOE; las dudas y titubeos en este ¨¢mbito explican en gran medida la decadencia de la socialdemocracia
He aqu¨ª una paradoja curiosa. Los progresistas hablan de que vivimos en una ¨¦poca neoliberal, que nuestro tiempo est¨¢ dominado por un ¡°pensamiento ¨²nico¡± que promueve la liberalizaci¨®n, desregulaci¨®n y privatizaci¨®n de las actividades econ¨®micas, as¨ª como su despolitizaci¨®n. Los neoliberales, en cambio, creen que vivimos en una ¨¦poca socialdem¨®crata, con Estados hipertrofiados: el peso del sector p¨²blico es elevado (por encima del 40% del PIB en casi todos los pa¨ªses desarrollados) y el gasto social se mantiene m¨¢s o menos constante, representando alrededor del 40% del total de gasto p¨²blico. ?Qui¨¦n tiene raz¨®n? ?Vivimos en un mundo neoliberal o en uno socialdem¨®crata?
Responder a esta pregunta es m¨¢s dif¨ªcil de lo que parece. Por un lado, los Estados de bienestar mantienen el tipo a pesar de las crisis econ¨®micas y del predominio de las ideas neoliberales, pero la desigualdad que se produce en origen es hoy mayor que hace 40 a?os. As¨ª, aunque los Estados de bienestar conserven su capacidad redistributiva, dicha capacidad se aplica a niveles m¨¢s altos de desigualdad. En Espa?a este problema tiene una especial importancia, pues contamos con uno de los Estados de bienestar con menor capacidad redistributiva de Europa occidental.
La situaci¨®n es, sin duda, diferente a la que se daba en las democracias liberales durante los llamados ¡°treinta a?os gloriosos¡± (1945-75). Entonces el gasto social era notablemente menor, pero hab¨ªa una mayor sensaci¨®n de seguridad y estabilidad y, sobre todo, una expectativa de progreso generacional. El aumento de las desigualdades y la impotencia de las democracias desarrolladas para frenarlas ha arruinado esa expectativa de progreso. Seg¨²n una encuesta del Pew Research Center realizada en 13 pa¨ªses en 2017, la idea de que la generaci¨®n siguiente vivir¨¢ peor que la de sus padres se ha extendido con fuerza en el mundo desarrollado, alcanzando un 71% de respuestas en Francia y un 69% en Espa?a.
Esta especie de pesimismo existencial puede ser resultado de muchos factores, pero uno de gran relevancia tiene que ver con la inseguridad que produce el mercado de trabajo. Es quiz¨¢ en este ¨¢mbito en el que se aprecia un cambio m¨¢s profundo con respecto a los ¡°treinta gloriosos¡±: la correlaci¨®n de fuerzas entre capital y trabajo se ha modificado a favor del capital.
El orden y la certidumbre del periodo de la posguerra europea se basaba en el equilibro entre empresas y sindicatos. Dicho equilibrio se ha roto, por causas muy diversas, entre otras los cambios tecnol¨®gicos asociados a la digitalizaci¨®n, la desindustrializaci¨®n, el auge del poder financiero y la globalizaci¨®n. Los s¨ªntomas de la debilidad del trabajo frente al capital son m¨²ltiples. Mencionar¨¦ tres de ellos: en muchos pa¨ªses avanzados la tasa de sindicaci¨®n ha ca¨ªdo notablemente con respecto a 1980; las rentas del capital como porcentaje del PIB han crecido en t¨¦rminos relativos frente a la renta salarial; y la recaudaci¨®n por el impuesto de sociedades ha disminuido en muchos pa¨ªses (lo que indica la fortaleza del capital).
En Espa?a las consecuencias del predominio del capital son bastante obvias. Quiz¨¢ recuerden al exministro Luis de Guindos anunciando al comisario Olli Rehn la inminente aprobaci¨®n de una reforma laboral ¡°extremadamente agresiva¡±, la que se puso en marcha en 2012. Dicha reforma facilit¨® la peculiar devaluaci¨®n interna de Espa?a, basada en recortes salariales tanto mayores cuanto menor era el salario de los trabajadores y m¨¢s j¨®venes eran estos.
El mercado de trabajo en Espa?a est¨¢ profundamente da?ado y es una fuente permanente de desigualdad social: una tasa de paro muy superior a la del resto de pa¨ªses europeos, una tasa muy alta de temporalidad, elevada rotaci¨®n en los puestos de trabajo, un ¨ªndice alto de pobreza laboral, abuso de la subcontrataci¨®n y fraude en el uso de figuras contractuales.
Estos problemas requieren una intervenci¨®n decidida y ambiciosa que corrija la escandalosa precariedad del trabajo en Espa?a. Si queremos que nuestras relaciones laborales se parezcan algo m¨¢s a las del norte de Europa, no bastar¨¢ con cambios regulatorios. Habr¨¢ que complementar dichos cambios con transformaciones en nuestro sistema de formaci¨®n, en la inversi¨®n en I+D y en el modelo productivo espa?ol. Al fin y al cabo, el alto nivel de precariedad del mercado espa?ol es consecuencia de una econom¨ªa con un tejido empresarial muy atomizado que depende demasiado de bajos salarios y de actividades con escaso valor a?adido. Los problemas de la baja productividad espa?ola no se arreglar¨¢n precarizando a todos los trabajadores, como pretenden liberales y conservadores.
Mientras no haya un cambio integral, los efectos de una nueva regulaci¨®n del mercado de trabajo quedar¨¢n por debajo de las expectativas. La llegada de los fondos europeos constituye, en este sentido, una gran oportunidad para invertir en el cambio de modelo y cubrir los costes de adaptaci¨®n al mismo. No solo ser¨ªa una gran oportunidad perdida si la reforma del mercado laboral se quedase en una intervenci¨®n m¨ªnima que permita al Gobierno decir que algo ha hecho en este terreno, sino que adem¨¢s tendr¨ªa un coste electoral y reputacional para la coalici¨®n, desde luego para Podemos, que es el partido con mayor empe?o en sacar adelante la reforma, pero tambi¨¦n para los socialistas. El PSOE manifiesta dudas sobre la conveniencia de la reforma laboral. Cuanto m¨¢s insiste en ello, m¨¢s espacio deja a su rival para capitalizar pol¨ªticamente este tema. Contribuye, adem¨¢s, a que el ruido de las tensiones en el seno de la coalici¨®n acalle las cuestiones vitales que se est¨¢n ventilando.
Hay buenas razones para pensar que la precariedad e inseguridad laboral, as¨ª como la titubeante respuesta de los gobiernos progresistas a este problema, es una de las causas de la crisis que vive la socialdemocracia europea, crisis que, es importante recordar, comenz¨® antes de la recesi¨®n de 2008. El paulatino declive de los partidos socialdem¨®cratas tiene mucho que ver con su reticencia o incapacidad para frenar o corregir las desigualdades laborales. Entre los a?os 2000 y 2020, los partidos socialdem¨®cratas de Europa occidental perdieron, por t¨¦rmino medio, 12 puntos porcentuales de voto, pasando del 32% del voto al 20% dos d¨¦cadas despu¨¦s. En Espa?a, el PSOE cay¨® del 43,9% en 2008 al 22% en 2015. Desde entonces ha habido una cierta recuperaci¨®n, con el 28% del voto en las ¨²ltimas elecciones. Si quiere consolidar esa recuperaci¨®n, el PSOE, como socio mayoritario de la coalici¨®n, no puede dejarse llevar por una visi¨®n tecnocr¨¢tica y cortoplacista consistente en alg¨²n cambio cosm¨¦tico de la reforma del PP. Es un asunto que afecta al n¨²cleo duro de la propuesta socialdem¨®crata.
Lo l¨®gico es que un Gobierno progresista aborde los problemas laborales con visi¨®n de futuro. Resulta evidente que tendr¨¢ que enfrentarse a fuertes resistencias, econ¨®micas e ideol¨®gicas (en una parte del empresariado, la derecha pol¨ªtica y medi¨¢tica, los think-tanks liberales). Esas resistencias ser¨¢n tanto mayores cuanto que la nueva regulaci¨®n no se limite a limar los elementos m¨¢s lesivos de la reforma de 2012, sino que plantee un verdadero cambio de rumbo en un marco de relaciones laborales que resulta ineficiente e injusto. Si no se intenta seriamente, lo m¨¢s probable, adem¨¢s, es que la coalici¨®n acabe rompi¨¦ndose.
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