Los inquietantes trazos de Kafka
En sus dibujos est¨¢ tambi¨¦n condensado el mundo que con tanta lucidez expres¨® el escritor

Hace 100 a?os, en noviembre de 1921, Franz Kafka tuvo una tarde melanc¨®lica de domingo; ¡°una tarde compuesta de a?os¡±, escribi¨® en su diario. De nada le sirvi¨® salir a dar vueltas (¡°desesperado¡±) por las calles vac¨ªas ni sac¨® tampoco mucho partido de pasar ratos largos ¡°tumbado tranquilo en el canap¨¦¡±. Fue una tarde de domingo de esas que no terminan nunca. ¡°A veces¡±, apunt¨®, ¡°asombro por las nubes absurdas, incoloras, que pasan sin interrupci¨®n¡±.
Kafka tuvo esa obsesi¨®n permanente por escribirlo todo, pasara lo que pasara iba rumiando sus cosas y cuanto ve¨ªa alrededor y seguramente ya daba forma a sus observaciones para cuando tuviera un rato y pudiera coger el l¨¢piz para dar cuenta cabal de lo que le hab¨ªa ido rondando por la cabeza (y por su ¨¢nimo). ¡°Ineluctable obligaci¨®n de observarse a s¨ª mismo¡±, anot¨® un par de d¨ªas despu¨¦s de aquella tarde melanc¨®lica. En sus diarios, en sus cartas, en sus relatos, en todas partes hay siempre el puntilloso registro de los detalles presuntamente m¨¢s irrelevantes, ese meticuloso af¨¢n por cartografiar el paso de un estado de ¨¢nimo a otro, de atrapar cada condici¨®n de gris. Y, de pronto, un rel¨¢mpago, algo que se sale de las casillas. Su obra est¨¢ atravesada por esas iluminaciones que irrumpen s¨²bitamente y que obligan al escritor a salirse de forma abrupta del guion. Se impuso tareas tan asfixiantes como la de observarse permanentemente para recoger el espectro m¨¢s variado de impresiones respecto a s¨ª mismo y apuntaba, por ejemplo: ¡°Ciertamente: la tristeza no es lo peor¡±, ¡°las formas de mi decaimiento son inimaginables¡±, ¡°he sufrido mucho mentalmente¡±. Basta seguir sus diarios para asistir a ese imponente despliegue de matices sobre lo m¨¢s negro, pero incluso en esa atm¨®sfera de abatimiento de tanto en tanto asoma el humor, o una extra?a ternura.
Acaba de publicarse un libro que re¨²ne todos los dibujos de Franz Kafka. Casi siempre armaba figuras y rostros humanos con unos pocos trazos, hac¨ªa personajes con el aire de no ser nada m¨¢s que bocetos, ejercicios fragmentarios, inacabados, provisionales. L¨ªneas y manchas, caprichos que le serv¨ªan para dar forma a lo que pasa de forma imprevisible por la imaginaci¨®n, muchos de ellos est¨¢n llenos de movimiento, otros son meticulosos en su repetici¨®n de motivos, algunos recogen el despliegue de una sofisticada habilidad t¨¦cnica. Igual hab¨ªa algo de mec¨¢nico cuando empezaba a hacerlos, pero luego se entreten¨ªa en fijar con precisi¨®n algunos detalles. Lo que hay de fascinante en esos dibujos es su condici¨®n de distracci¨®n. Kafka ten¨ªa que estar en otra cosa y, de pronto, se pon¨ªa a hacerlos.
¡°Corre detr¨¢s de los hechos como quien es principiante en patinaje sobre hielo y, adem¨¢s, patina donde est¨¢ prohibido¡±, escribi¨® en uno de sus cuadernos. Kafka era un maestro a la hora de condensar en unas l¨ªneas un fugaz y l¨²cido diagn¨®stico sobre lo que ocurre, sobre lo que nos ocurre. Ese af¨¢n lleno de torpeza de ir corriendo a trompicones, por ejemplo. Luego igual se embarcaba en uno de esos dibujos tan sencillos e inquietantes. Es dif¨ªcil sustraerse a la tentaci¨®n de entretenerse y mirarlos con detenimiento. A distraerse, extraviarse, perder el hilo. Justo la actitud contraria a la que exigen hoy estas sociedades tan puritanas, que empujan el d¨ªa entero a estar en la tarea, entregados a la causa, obligados a destacar. Sea como sea.
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