Libertad para las drogas
Se equivocan gravemente PP y PSOE al bloquear el debate sobre el cannabis; el narcotr¨¢fico seguir¨¢ ganando esta guerra y provocando violencia. La ¨²nica soluci¨®n es la legalizaci¨®n, con control judicial y reglas de mercado
El Partido Socialista, en el poder, y el Partido Popular, en la oposici¨®n, han fraguado una moment¨¢nea alianza en el Parlamento espa?ol para poner fin al cannabis que, parec¨ªa, iba a ser tolerado en Espa?a. Se han equivocado gravemente. S¨®lo conseguir¨¢n con esta prohibici¨®n que las mafias de narcotraficantes que pululan ya en Espa?a, aunque menos que en M¨¦xico y otros pa¨ªses latinoamericanos, se robustezcan y aumenten su ejercicio criminal, as¨ª como el consumo de drogas en el pa¨ªs.
Cuando fui candidato, en los a?os ochenta del siglo pasado, viv¨ªamos en el Frente que me respaldaba la pasi¨®n del programa. Cre¨ªamos que jugar¨ªa un papel crucial en la elecci¨®n y nos equivocamos en redondo: no jug¨® ninguno y la mayor¨ªa de electores ni siquiera lo ley¨®. Pero para m¨ª fue estimulante; seg¨²n el programa, todos los problemas peruanos ten¨ªan soluci¨®n. Menos las drogas, que escapaban al control del pa¨ªs pues eran un asunto internacional.
En lo que los peruanos llamamos la ¡°ceja de monta?a¡±, entre los Andes y la Amazon¨ªa, el territorio de la coca, fuente de la coca¨ªna, se dan hasta tres cosechas al a?o; pese a que los campesinos no consumen droga, s¨®lo la siembran y la venden. Chacchan la coca, es decir, la mastican, y el juguito que extraen los protege del fr¨ªo, del hambre y del cansancio. Las avionetas colombianas llegan a los solitarios parajes de esa sierra y sus pilotos pagan en d¨®lares por la carga que se llevan. ?Qui¨¦n convencer¨ªa a los campesinos que deben sustituir sus sembr¨ªos de coca por productos alternativos que ir¨ªan a vender, por caminos espantosos, que les toman muchos d¨ªas, al Agrobanco de las ciudades, que les paga en soles y, adem¨¢s, tarde, mal y nunca? Nadie, por supuesto. Y, por eso, la producci¨®n de coca es cada d¨ªa m¨¢s extensa en el Per¨² y en Am¨¦rica Latina, y el comercio de la coca¨ªna, que a menudo nos viene importada del extranjero, m¨¢s intensa.
La ¨²nica soluci¨®n a ese problema es la valerosa que ha emprendido el Uruguay: liberalizar el comercio de las drogas, aunque no entiendo por qu¨¦ s¨®lo una empresa estatal ejerce aquel derecho; la ley deber¨ªa ser libre y los empresarios privados disfrutar tambi¨¦n de ese comercio (est¨¢ de m¨¢s decir que supervigilados por el Estado).
Esta fue la soluci¨®n que propuso, hace muchos a?os, un economista liberal, Milton Friedman, quien, adem¨¢s, a?adi¨® que si segu¨ªa creciendo la lucha contra las drogas, quienes viv¨ªan de ese trabajo ser¨ªan los peores enemigos de su liberaci¨®n. Exactamente as¨ª ha ocurrido.
Quienes luchan contra las drogas son hoy muchos miles de personas e instituciones en el mundo, empezando por los Estados Unidos, donde los funcionarios de la DEA son hoy en¨¦rgicos adversarios de su redenci¨®n legal. Estamos acostumbrados a que, apoyados en estad¨ªsticas y encuestas, nos informen que la lucha contra la droga alcanza muchos ¨¦xitos, que su circulaci¨®n disminuye y cosas parecidas. Pero la verdad es que las drogas se venden por doquier ¡ªlos narcos las regalan en las puertas de los colegios para que los j¨®venes, y a¨²n ni?os, se conviertan en usuarios precoces¡ª, y la corrupci¨®n y la violencia que desatan los poderosos carteles no tiene l¨ªmites. Cientos de mujeres, sus v¨ªctimas preferidas, y otros tantos hombres mueren a diario en los pa¨ªses latinoamericanos, en las luchas por la posesi¨®n de territorios o las rivalidades personales, en tanto que, al mismo tiempo, las luchas por los aeropuertos clandestinos o las comisar¨ªas o, como se ha visto en Venezuela, por el dominio de la fuerza militar, van socavando los Estados, a niveles ministeriales y, a veces, hasta los propios presidentes, como ha sido el caso triste del Per¨².
El problema es todav¨ªa m¨¢s profundo. Los sistemas de gobierno y las autoridades est¨¢n corrompidos o lo estar¨¢n por el dinero a raudales que producen las drogas, al extremo de que, en ciertos lugares, que se ir¨¢n extendiendo, todo depende de ellas y de los funcionarios que tienen que ver con su circulaci¨®n. Los Estados no pueden competir con quienes gastan y derrochan sumas delirantes para asegurarse el control de ciertas ciudades o regiones, que, pr¨¢cticamente, quedan en manos de los narcotraficantes, donde ¨¦stos sustituyen poco a poco a las autoridades del Estado.
Frente a ese drama, no hay m¨¢s remedio que la legalizaci¨®n. Es l¨®gico que se comience por las drogas menores, como han hecho ya algunos pa¨ªses avanzados, para medir sus consecuencias y luego, previa receta m¨¦dica, las drogas mayores que sean efectivamente remedio contra la esquizofrenia y otras enfermedades. Por cierto, al menos en el Per¨², hay una vieja pol¨¦mica ¡ªhecha de discusiones a viva voz, art¨ªculos y libros¡ª entre los m¨¦dicos que ven en la legalizaci¨®n de la coca¨ªna un peligro grave para la salud de los usuarios (son una minor¨ªa) y los que, por el contrario, creen que la adicci¨®n a ella no ser¨ªa peor que la que provocan el cigarrillo y el alcohol. Pero lo que por ahora interesa es poner fin a ese contrapoder inesperado que, en muchos lugares, ya ha sustituido al Estado y es el que dicta la ley.
No exagero nada. En ciudades donde el uso de las drogas era secreto e inconfesable, hoy en d¨ªa es poco menos que p¨²blico, est¨¢ al alcance de todo el mundo y se ha vuelto una exhibici¨®n de modernidad, de juventud y de progreso.
En todo caso, la peor de las soluciones es agravar las penas y aumentar las fuerzas del orden que combaten al narcotr¨¢fico. Est¨¢ visto ¡ªy el caso de M¨¦xico no es el ¨²nico ni mucho menos¡ª que a medida que crece la persecuci¨®n, los narcotraficantes, que tienen todo el dinero del mundo, se arman con metralletas y fusiles m¨¢s sofisticados que compran en los Estados Unidos, y multiplican las demostraciones de fuerza, dejando un reguero de muertos en los pueblos y ciudades que controlan. Ese camino, el de las hecatombes y matanzas, no es realista.
Por supuesto que la libertad para las drogas tiene sus riesgos y el Estado debe salirles al frente, en este caso s¨ª con un mayor control judicial y policial de quienes se ver¨ªan perjudicados con aquella ley. Asimismo, es imperioso que los sistemas de salud presten un servicio de desintoxicaci¨®n y cura a quienes est¨¢n dispuestos a liberarse de ese lastre, que podr¨ªa ser tambi¨¦n un grave peligro para la salud. Todo eso es atendible y fecundo. No lo es, sin embargo, proceder como si, en la realidad, estuvi¨¦ramos derrotando a los narcotraficantes. No es as¨ª. Son ellos los que est¨¢n ganando la guerra. Hay que quitarse la mascarilla de los ojos y reconocerlo. Y la seguir¨¢n ganando mientras los Estados pretendan destruirlos. Ellos nos est¨¢n destruyendo a nosotros.
Lo peor es la violencia asociada a esta situaci¨®n en la que los grandes traficantes son objeto de culto ¡ªlas revistas y programas m¨¢s fr¨ªvolos informan sobre ellos, pues su popularidad es grande¡ª y las persecuciones y guerras que libran entre ellos forman parte ya de la actualidad cotidiana, como si las consecuencias de todo ello no fueran los torturados y los muertos que se multiplican por doquier. La soluci¨®n del problema no est¨¢ solo en la legalizaci¨®n de las drogas, por supuesto. Pero, en lo inmediato, es la ¨²nica manera de acabar con la ilegalidad que rodea a este asunto, en el que cada d¨ªa perecen, y en qu¨¦ horribles condiciones, decenas o centenares de inocentes. La legalizaci¨®n pondr¨¢ punto final a esa violencia desmedida que paraliza el progreso y mantiene a muchos pa¨ªses en el subdesarrollo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.