La crueldad tambi¨¦n viste faldas
Es evidente que, as¨ª como el h¨¢bito no hace al monje, el sexo no confiere inmunidad para el desatino y, pese a ello, las cualidades femeninas parecen ser las que se requieren para evitar el apocalipsis
Como mujer feminista que soy, suelo imaginar que el mundo estar¨ªa mejor si lo administr¨¢ramos las mujeres. El rol biol¨®gico suele equiparnos con una capacidad instalada para la empat¨ªa y la conciliaci¨®n, una conciencia del otro necesaria para la supervivencia de la especie. Y, sin embargo, ser¨ªa equivocado pensar que las mujeres somos incapaces de la impiedad. Que los cuentos de hadas hablen de Mal¨¦ficas, Cruelas, las hermanastras odiosas de Cenicienta, la ?rsula perversa de La Sirenita, la desp¨®tica Reina de Corazones, no se debe tan solo a los prejuicios masculinos de sus autores. La historia moderna nos ha dado a la Dama de Hierro, indiferente a la lenta muerte de prisioneros irlandeses empe?ados en una huelga de hambre, o mujeres c¨®mplices de tiranos, como el caso de Elena Ceacescu. En mi propio pa¨ªs, Nicaragua, ha sido una mujer, Rosario Murillo consagrada vicepresidenta por su marido, Daniel Ortega, la que regent¨® los actos de violencia contra pac¨ªficos manifestantes que derivaron en el levantamiento popular de abril de 2018. La maquinaria de guerra para sofocarlo dej¨® m¨¢s de 300 cad¨¢veres sobre las barricadas.
Desde el fin de la tiran¨ªa somocista en 1979, no se hab¨ªa visto en Nicaragua una desfachatez como la actual para dise?ar una legalidad a la medida de las necesidades de una dictadura; leyes para cobijar la represi¨®n y defenderla con leguleyadas. Pero si eso le hubiera dado a Maquiavelo material para escribir otro manual para tiranos, lo m¨¢s retorcido que estamos viviendo ¨²ltimamente es el ser testigos de tratos inusualmente crueles contra los destacados l¨ªderes, candidatos electorales y mujeres dirigentes que fueron apresados antes de las recientes elecciones generales de noviembre. Las cuatro mujeres dirigentes del Movimiento Renovador Sandinista (rebautizado Unamos, en 2020), el partido disidente de la senda autoritaria que Ortega le imprimi¨® al FSLN (Frente Sandinista de Liberaci¨®n Nacional), y por lo que muchos lo abandonamos, son ahora chivos expiatorios. Este mes: Dora Mar¨ªa T¨¦llez, Ana Margarita Vijil, Suyen Barahona y T¨¢mara D¨¢vila cumplen seis meses, seis meses de estar incomunicadas: encerradas solas en celdas m¨ªnimas, desnutridas, sin acceso a un libro, a leer o escribir, durmiendo en celdas fr¨ªas sobre colchonetas pl¨¢sticas, sin que se les permita a los familiares llevarles una cobija. T¨¢mara y Suyen tienen una ni?a de cinco a?os y un ni?o de cuatro, respectivamente. No se les ha admitido verlos en las escasas visitas familiares ¡ªpermitidas apenas tras 90 d¨ªas de encierro¡ª Las madres no han podido siquiera hablarles por tel¨¦fono.
?Intercede por ellas Rosario Murillo, que posa beat¨ªfica con hijos y nietos? ?O es ella misma la autora de esta venganza? Porque no cabe otra palabra m¨¢s que venganza para calificar el caso de estas mujeres apresadas por su militancia pol¨ªtica. Dora Mar¨ªa T¨¦llez es nada menos que la ic¨®nica guerrillera que liber¨® la ciudad donde Ortega y Murillo lograron aterrizar d¨ªas antes del triunfo de la Revoluci¨®n provenientes de Costa Rica.
Maltratados, desnutridos, aunque no incomunicados, se encuentran en el mismo penal 36 personas m¨¢s. Hombres y mujeres destacados, empresarios, campesinos, h¨¦roes sandinistas, antiguos embajadores. Hay dos que, por su edad, deb¨ªan estar al menos bajo arresto domiciliario: Francisco Aguirre de 77 a?os, excanciller, y Edgard Parrales de 80, exembajador de la Revoluci¨®n ante la Organizaci¨®n de Estados Americanos (OEA). Ellos y los dem¨¢s no tienen acceso legal a sus abogados; el enrevesado juicio contra algunos gira sobre los proyectos de dos ONG s¨²bitamente criminalizadas. A otros se les acusa por opiniones y declaraciones designadas como traici¨®n a la patria. Se dice que ser¨¢n juzgados, pero los juicios se han postergado indefinidamente.
En diarias alocuciones a mediod¨ªa, Murillo acusa a quien se le ocurre ¡ªya vimos el caso de Sergio Ram¨ªrez¡ª de incitar al odio. Ella, en tanto, predica el amor y reza a un Dios a su imagen y semejanza, mientras llama diab¨®licos a los sacerdotes cat¨®licos. Ortega, por su lado, considera que seguir¨¢ siendo revolucionario mientras ¡ªpara felicidad del peque?o Stalin que a¨²n vive en ciertos corazones¡ª acuse al imperialismo yanki del rechazo popular contra sus abusos. Tras esa mampara justifica m¨²ltiples violaciones a los derechos humanos y una suma de 160 presos pol¨ªticos que sufren maltratos propios de un gulag.
?l y su mujer solo dejan su protegido complejo de viviendas familiares y oficinas para presidir actos pol¨ªticos donde ¨¦l enreda insultos con interpretaciones torpes de noticias internacionales, en medio de una escenograf¨ªa esot¨¦rica: una estrella de cinco picos con luces y profusi¨®n de flores, rodeada de jovencitos todos vestidos iguales.
La primera mujer presidente que tuvimos en Nicaragua, Violeta Chamorro en 1990, lleg¨® al poder gracias a la democr¨¢tica decisi¨®n del sandinismo de entonces de aceptar el resultado electoral. Esa mujer, esposa de un ic¨®nico periodista asesinado por Somoza, no lleg¨® con ¨ªnfulas, sino con esas dotes femeninas a las que yo atribuyo cualidades esperanzadoras de cuidado y conciliaci¨®n. Su mayor virtud fue, precisamente reconciliar un pa¨ªs tras una guerra fratricida, regentar la paz a trav¨¦s de un dif¨ªcil equilibrio. Los sandinistas derrotados aprendimos a apreciarla por su franca espontaneidad. Ella materniz¨® al pa¨ªs y no intent¨® reelegirse. Fue d¨¦bil en muchos sentidos, pero dej¨® al pa¨ªs apaciguado.
Su hija, Cristiana, habr¨ªa sido quiz¨¢s electa presidenta y desplazado a Ortega, como su madre. Era la candidata m¨¢s popular. Ortega la sac¨® del juego, la encerr¨® en su casa como delincuente. La despojaron de toda comunicaci¨®n con el exterior, incluso la televisi¨®n. Su madre est¨¢ enferma, pero ni ella ni dos de sus hermanos pueden visitarla. El mayor, Pedro Joaqu¨ªn, est¨¢ preso y el menor, Carlos Fernando, est¨¢ en el exilio.
En el mismo pa¨ªs hemos experimentado las ant¨ªpodas del ser femenino. Es evidente que, as¨ª como el h¨¢bito no hace al monje, el sexo no confiere inmunidad para el desatino. Sigo pensando, sin embargo, que la biolog¨ªa femenina equipada para la maternidad, realizada o no, arma a la mujer de una dotaci¨®n superlativa de conciencia del otro. La mujer suele contar con ojos, o¨ªdos, intuiciones y ternuras que la sintonizan de forma extraordinaria con esa otredad. Contemplando este mundo de nuestros d¨ªas, el filo sobre el que se balancea este planeta como criatura maltratada, las cualidades femeninas parecen ser las que se requieren para evitar el apocalipsis. Las jefas de Estado manejaron mejor la pandemia que sus contrapartes hombres. Desafortunadamente, nuestras sociedades, pensadas y organizadas desde posiciones masculinas de dominaci¨®n, han venido socavando el humanismo tanto de hombres como de mujeres y estimulando una competencia feroz que, a menudo, favorece comportamientos agresivos para sobrevivir a las desventajas seculares. Las estad¨ªsticas de violencia contra las mujeres siguen probando el castigo que conlleva serlo. Rosario Murillo podr¨¢ o no ser la responsable de la sa?a con que se mantiene incomunicadas a las presas pol¨ªticas en las c¨¢rceles de Ortega, pero ella es sin duda c¨®mplice, un modelo tenebroso de la mujer poderosa.
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