Ortega y Murillo escriben su epitafio
Las elecciones del 7 de noviembre en Nicaragua ser¨¢n un rito vac¨ªo y muchos se abstendr¨¢n de votar. Al apresar a candidatos y cr¨ªticos, la dictadura ha demostrado que su ¨²nica fuerza reside en la represi¨®n y las armas
La primera vez que vot¨¦ en mi vida fue en 1984. Nunca lo hice durante la dictadura de la familia Somoza que domin¨® Nicaragua de 1936 a 1979. Crec¨ª en una familia opuesta a la dinast¨ªa. Cuando a los 18 a?os tuve edad de votar, sab¨ªa que era un ejercicio f¨²til. Somoza ganaba las elecciones siempre. Recuerdo un letrero escrito en la pared del Hospital Militar de Managua: ¡°Somoza forever¡±. La ¨²nica vez que la oposici¨®n desafi¨® la reelecci¨®n de Anastasio Somoza, el menor de los hijos del tirano, el 22 de enero de 1967, la Guardia Nacional masacr¨® una multitud que se aglomer¨® sobre la principal avenida de la ciudad. Se calcula que al menos 200 personas murieron ese d¨ªa, cuando los soldados dispararon a mansalva sobre los manifestantes.
Fui parte de una generaci¨®n que bajo la consigna de ¡°Basta ya¡± y a falta de alternativas c¨ªvicas, opt¨® por la lucha armada. La dictadura y sus fraudes electorales nos llevaron a la conclusi¨®n de que Somoza s¨®lo ser¨ªa derrotado por las armas. As¨ª fue. En 1979, la dictadura fue derrocada tras la insurrecci¨®n popular que lider¨® la guerrilla del Frente Sandinista, que desde 1960 inici¨® sus acciones armadas con gran costo para los guerrilleros. Los mejores dirigentes sandinistas fueron asesinados por la dictadura.
La f¨®rmula presidencial de las primeras elecciones, en 1984, a las que convoc¨® la revoluci¨®n sandinista, la encabezaban Daniel Ortega y Sergio Ram¨ªrez como candidato a vicepresidente. Fue la primera vez que vot¨¦, pero no fueron unas elecciones felices. El descontento de un sector de la clase media y la clase alta del pa¨ªs con las medidas radicales de la Revoluci¨®n hab¨ªa ya generado una oposici¨®n pol¨ªtica importante y una oposici¨®n armada. La legitimidad de las elecciones de 1984 se desmoron¨® pocas semanas antes de los comicios cuando la oposici¨®n decidi¨® retirarse.
Su retiro fue parte de la ofensiva de la administraci¨®n de Ronald Reagan. Desde 1982, los EEUU se involucraron abiertamente en la guerra civil que se conoci¨® como la guerra de la Contra, la contrarrevoluci¨®n. La vinculaci¨®n de la revoluci¨®n sandinista con Cuba, la URSS, y su apoyo a la guerrilla salvadore?a result¨® inaceptable para los halcones de la Casa Blanca. La guerra desnaturaliz¨® el esp¨ªritu libertario de la revoluci¨®n y contribuy¨® a que se desarrollaran las tendencias autoritarias de una organizaci¨®n guerrillera que no logr¨® sacudirse el militarismo propio de su origen. El Frente Sandinista se hab¨ªa convertido en un partido pol¨ªtico de orden y mando. En la vida civil o militar, sus miembros ¨¦ramos soldados creyentes y disciplinados. Era una izquierda de dogmas sagrados. Discut¨ªamos a lo interno, pero el argumento de la ¡°amenaza imperialista¡± suprim¨ªa cualquier intento de cr¨ªtica sostenida y estrat¨¦gica. Construir una sociedad democr¨¢tica ocup¨® un segundo plano frente a la demanda de defender la revoluci¨®n. El desgaste de la guerra finalmente condujo a un acuerdo de paz con el liderazgo de la Contra en 1988, que inclu¨ªa adelantar las elecciones para 1990.
Para entonces la c¨²pula del Frente Sandinista hab¨ªa perdido contacto con la realidad de las mayor¨ªas. La escasez debido al bloqueo de EE UU era terrible. Faltaban cosas esenciales y los j¨®venes reclutados para el Servicio Militar volv¨ªan en ata¨²des a sus hogares, con demasiada frecuencia. La dirigencia del FSLN, sin embargo, no dud¨® de que el pueblo votar¨ªa por la continuidad de la revoluci¨®n. En 1985 yo hab¨ªa dejado los cargos que ten¨ªa para escribir La mujer habitada, mi primera novela. Quiz¨¢s por estar alejada de la vida del partido y m¨¢s en contacto con la cotidianeidad del manejo de mi casa, las colas y, sobre todo, la gente que escuchaba o con la que conversaba en esos menesteres, empec¨¦ a temer que la confianza absoluta que la mayor¨ªa de mis compa?eros ten¨ªa de que ganar¨ªamos las elecciones, pod¨ªa ser infundada. Lo coment¨¦ con ellos. Prepar¨¦ incluso un memo para el equipo de la campa?a electoral, sugiriendo de que hab¨ªa que prepararse para el ¡°peor escenario posible¡±. Fue como predicar en el desierto. Nadie quer¨ªa escucharlo.
La derrota del Sandinismo en 1990 fue totalmente inesperada. El partido no hab¨ªa siquiera preparado un plan B, en caso de que eso sucediera. La supervisi¨®n internacional y la figura de un hombre honesto en la presidencia del Consejo Supremo Electoral, Mariano Fiallos Oyanguren, que, a pesar de sus simpat¨ªas sandinistas no dud¨® en acatar la voluntad popular, convenci¨® a la direcci¨®n sandinista de que no hab¨ªa m¨¢s alternativa que aceptar la derrota. Ortega dio uno de sus mejores discursos en la madrugada del 26 de febrero de 1990, al conceder la victoria a Violeta Chamorro. Pero en su fuero interno no acept¨® la derrota. A los dos d¨ªas, en un evento con sus simpatizantes en una peque?a plaza en Managua, anunci¨® que gobernar¨ªa desde abajo. Desde entonces no cej¨® en su ambici¨®n de retornar a la presidencia, sacrificando en el camino la ¨¦tica y principios que alguna vez lo calificaran como revolucionario.
Una famosa frase de comandante de la revoluci¨®n, Tom¨¢s Borge, luego del regreso al poder de Ortega: ¡°Todo puede pasar aqu¨ª, menos que el Frente Sandinista pierda el poder, no importa el precio que haya que pagar¡± resume la mentalidad que priva ahora en la mente de Ortega. En las exequias de Borge, ¨¦l dijo: ¡°Habr¨¢ Frente Sandinista para largo rato, tanto como para decir 100 a?os, tanto como para decir para siempre¡±. En otras palabras, la esperanza de un pa¨ªs libre por la que otrora luch¨® el sandinismo se quebr¨® frente al espejo de la frase que una vez esgrimiera como verdad la dictadura de Somoza. ¡°Somoza forever¡± es ahora la ense?a de una nueva dictadura: ¡°Ortega para siempre¡±.
Las elecciones de este pr¨®ximo 7 de noviembre en Nicaragua ser¨¢n un rito vac¨ªo y muchos se abstendr¨¢n de votar. Sin embargo, el pa¨ªs ya no es el mismo. La dupla Ortega y Murillo revivi¨®, en pocos meses en 2018, la memoria de la represi¨®n dictatorial y el rechazo de los nicarag¨¹enses. Al apresar a los candidatos y cr¨ªticos en este a?o electoral han demostrado que su ¨²nica fuerza reside en la represi¨®n, la manipulaci¨®n y las armas. Dure lo que dure, esta dictadura ya ha escrito su epitafio.
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