Mientras escribo
Hace no mucho caminaba con Ingeborg Bachmann por los alrededores de una ciudad austr¨ªaca buscando un lago, y ayer pude volver a hacerlo con Kristof, con Walser, con Woolf, mientras mis manos amasaban barro
La autobiograf¨ªa de la h¨²ngara Agota Kristof que public¨® Alphadecay apenas llega a las 60 p¨¢ginas y las 20 primeras las ocupa el pr¨®logo. Llegu¨¦ a ella con su novela Claus y Lucas, que le¨ª con devoci¨®n y me transform¨® de inmediato en ferviente kristofiana. La analfabeta es un libro fino en exceso que debe estar perdi¨¦ndose continuamente en cualquier biblioteca que se precie de tenerlo. Ella misma lo dice: escribe lo justo, sin relleno, sin grasa. Me he levantado varias veces de la silla para buscarlo. ¡°Para escribir poemas, la f¨¢brica est¨¢ muy bien. El trabajo es mon¨®tono, se puede pensar en otras cosas y las m¨¢quinas tienen un ritmo regular que ayuda a contar los versos. En mi caj¨®n, tengo una hoja de papel y un l¨¢piz. Cuando el poema toma forma, lo anoto. Por la noche, lo paso a limpio en una libreta¡±. He recorrido las tres librer¨ªas con ojos y dedo, y cada vez que he vuelto a la silla con las manos vac¨ªas he lamentado hab¨¦rmelo llevado a casa. Me gusta convivir con los libros con los que trabajo, y el trayecto que une mi casa y mi taller suelo recorrerlo con alguno de ellos en la mochila. Buscaba el fino libro porque anoche supe que dos entregas se adelantaban temerariamente, y me vi ¡ªsalvando las distancias¡ª como se muestra ella en su autobiograf¨ªa: con el cuerpo abandonado a una labor mientras la mente cuenta palabras, construye estructuras, arma argumentos y llega a conclusiones m¨¢s o menos certeras.
La diferencia primera entre ella y yo es el talento, la segunda, el privilegio: mi cuerpo no est¨¢ en una f¨¢brica sino en un taller construido a mi gusto y seg¨²n mis necesidades, y mi acci¨®n f¨ªsica no es rudimentaria ni obligatoria, sino ¡ªla mayor¨ªa de las veces¡ª placentera o ¡ªen el caso de que no lo sea¡ª interesante de alg¨²n modo, ya que ¡ªcomo anoche¡ª puedo estar estampando un aguafuerte o moldeando una pieza de barro al tiempo que escribo.
Mientras amasaba y estiraba el barro decidiendo c¨®mo ser¨ªa la base de mi pieza y de qu¨¦ manera levantar¨ªa las paredes, pensaba anoche en ese fragmento de texto, en todas las maneras que hay de escribir, en la importancia del tiempo destinado a la estructura sobre la que se sostendr¨¢ la obra. Iba mentalmente de la f¨¢brica a casa y me vino a la cabeza el suizo Robert Walser. Empec¨¦ a caminar con ¨¦l. Justo hace dos d¨ªas tom¨¦ prestado El paseo, quer¨ªa un libro corto que me entretuviera mientras esperaba que el tinte hiciera su trabajo en mi cabeza. Paseando con Walser transformaba con la mirada un paisaje industrial y austero en un bello bosque, y entraba con ¨¦l en una librer¨ªa. Preguntaba por el libro m¨¢s vendido, lo tomaba en las manos y me divert¨ªa escuchando lo irreverente de las palabras del suizo. Escribir tambi¨¦n es caminar.
Virginia Woolf va de A a B a comprar un l¨¢piz y vuelve a A para seguir escribiendo. ¡°Nadie, quiz¨¢, haya sentido nunca pasi¨®n por un l¨¢piz. Pero hay circunstancias en las que su posesi¨®n puede llegar a ser algo en extremo deseable. Momentos en los que estamos resueltamente dispuestos a encontrar un objeto, excusa para recorrernos media ciudad de Londres entre la hora del t¨¦ y la de la cena¡±. Su aventura londinense es un canto de amor al grafito y a la palabra.
Es curioso c¨®mo las lecturas se enredan entre ellas. Hace no mucho caminaba con Ingeborg Bachmann por los alrededores de una ciudad austr¨ªaca buscando un lago, y ayer pude volver a hacerlo con Kristof, con Walser, con Woolf, mientras mis manos amasaban barro. Sigo en la misma habitaci¨®n en la que estaba anoche, vestida con la misma ropa. Ya no tengo barro en las u?as, pero delante de m¨ª hay un listado de palabras que podr¨ªan oler a esmalte y engobe. Esta ma?ana, al servirme el caf¨¦ y mirar la pantalla del ordenador, este texto estaba aqu¨ª, y la pieza de cer¨¢mica que moldeaba anoche, la caja con la cabeza de la diosa Bastet que le promet¨ª a mi sobrina para Reyes, encima de la mesa. Lista para hornear.
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