Una huelga de cuidados es imposible
Pagar lo que vale la tarea de cuidar y devolverles a las trabajadoras una parte justa de la riqueza que aportan a la sociedad nos colocar¨ªa en un modelo con mayor justicia retributiva
Cuando en 2018 el movimiento 8-M en Espa?a y el movimiento Ni Una Menos en Argentina y en Italia convocaron una huelga de cuidados posiblemente ya sab¨ªan sus protagonistas, en lo m¨¢s profundo de sus conciencias, que era imposible. Pero era precisamente visibilizar esa imposibilidad la fuerza pol¨ªtica del movimiento. El trabajo de cuidado es todo ese trabajo destinado a reproducir la vida: alimentar, limpiar, cuidar y acompa?ar a las personas cuando no se valen por s¨ª mismas, esa cara b del capitalismo que no se ve. Hist¨®ricamente, ha sido relegado al ¨¢mbito dom¨¦stico y cargado sobre los hombros de las mujeres que menor posibilidad de elecci¨®n ten¨ªan, normalmente las mujeres m¨¢s pobres.
Si todo este trabajo de cuidado se para, efectivamente, se para el mundo. La crisis sanitaria de la covid-19 demostr¨® que no era solo un lema y dio la raz¨®n al movimiento 8-M. Cuando el mundo entero se par¨® y muchos nos quedamos en casa, determinados trabajadores, y sobre todo trabajadoras, no pudieron parar. Su trabajo era esencial y los gobiernos y los medios de comunicaci¨®n lo empezaron a llamar as¨ª. Cuando se cerraban los comedores escolares, cuando las trabajadoras de ayuda a domicilio dejaban de poder cuidar a personas dependientes y las limpiadoras se quedaban en casa, la econom¨ªa entera se resent¨ªa y se dificultaba la producci¨®n, ellas no pod¨ªan parar.
Y, sin embargo, se da la gran paradoja de que los trabajos esenciales para el sostenimiento de la vida son, a su vez, los m¨¢s precarios, aquellos peor pagados y reconocidos. Son esos trabajos a los que se ven abocadas las personas que tienen menor capacidad de elecci¨®n, y las mujeres, sobre todo las mujeres m¨¢s pobres, siguen ocupando a¨²n ese lugar. Y, si afinamos m¨¢s, lo que veremos son mujeres inmigrantes, sobre todo aquellas que lo tienen m¨¢s dif¨ªcil para la obtenci¨®n del permiso de residencia y trabajo. As¨ª defin¨ªa recientemente la presidenta de la asociaci¨®n Servicio Dom¨¦stico Activo el ascensor laboral de las trabajadoras inmigrantes: se empieza por ser trabajadora del hogar interna, despu¨¦s externa, para por fin trabajar en una agencia de limpieza o de ayuda a domicilio.
En todos estos trabajos se cobra poco y se trabaja mucho con poca protecci¨®n laboral. Quiz¨¢ el m¨¢s visible de estos trabajos esenciales, y a la vez precario, feminizado y racializado, sea el sector del servicio dom¨¦stico, donde el 95% son mujeres. Estas trabajadoras siguen luchando por su inclusi¨®n en el r¨¦gimen general de la Seguridad Social y por un derecho tan b¨¢sico como el desempleo. Recientemente, el Tribunal de Justicia de la Uni¨®n Europea ha declarado discriminatorio el r¨¦gimen especial del empleo del hogar en Espa?a que priva a estas trabajadoras del derecho al paro. Estas trabajadoras se ven imposibilitadas para negociar convenios colectivos y mejorar sus condiciones, pues no existe una patronal del trabajo del hogar con la que sentarse. La normativa sigue relegando a este sector a ser ¡°casi trabajo¡±, porque ¡°la chica es casi de la familia¡±, no es una trabajadora del todo.
Sin embargo, la buena noticia es que estas trabajadoras hace a?os que empezaron a autoorganizarse m¨¢s all¨¢ del movimiento sindical tradicional y han encontrado la manera de que sus reivindicaciones tengan repercusi¨®n p¨²blica. Existen asociaciones de trabajadoras del hogar en muchas ciudades del Estado; as¨ª mismo es de sobra conocido el movimiento de las camareras de piso de los hoteles, conocido como Las Kellys (¡°las que limpian¡±). Y cada vez en m¨¢s municipios del Estado espa?ol se suceden movilizaciones de trabajadoras de ayuda a domicilio cuya reivindicaci¨®n principal suele ser la municipalizaci¨®n de estos servicios por parte de los respectivos ayuntamientos y evitar as¨ª la precariedad que conlleva la externalizaci¨®n laboral.
Cada vez son m¨¢s las trabajadoras que se organizan y luchan por sus derechos laborales en estos sectores esenciales pero invisibles. Pero, adem¨¢s, estas sabias y valientes mujeres saben que juntas pueden m¨¢s, y recientemente se ha celebrado en el Museo Reina Sof¨ªa de Madrid el segundo encuentro de feminismo sindicalista, donde muchos grupos de mujeres organizadas de manera aut¨®noma o con el apoyo de los sindicatos m¨¢s comprometidos se dieron cita para unir sus voces y ser m¨¢s fuertes bajo el lema ¡°Organizarse es empezar a vencer¡±.
Mejores condiciones laborales y mayores derechos en estos sectores no solo benefician a estas trabajadoras; tambi¨¦n mejoran la vida de quienes necesitan estos cuidados. Pagar lo que vale el trabajo de cuidados y devolverles a estas trabajadoras una parte justa de la riqueza que aportan a la sociedad nos colocar¨ªa en un modelo con mayor justicia retributiva, con menor riqueza acumulada en pocas manos y con menos mujeres pobres. Afortunadamente, y le pese a quien le pese, las luchas de las de abajo han inundado el movimiento feminista. Un feminismo popular de trabajadoras de ac¨¢ y de all¨¢ tambi¨¦n ha estado presente en las movilizaciones del 8-M, y vienen con el firme prop¨®sito de exigir derechos para todas todos los d¨ªas y cambiarlo todo.
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